La educación emocional, según los especialistas, es tan importante como la intelectual, en la que se han centrado los sistemas educativos clásicos. O incluso más. De ella depende que las personas adquieran habilidades sociales, aumenten su autoestima, sean empáticas y potencien su fuerza de voluntad. Y, como resultado final, que tengan mejor salud, disfruten más de la vida y sean más felices. Este artículo detalla los beneficios de educar las emociones en los niños y la importancia del contacto con la naturaleza. Además, enumera consejos para promover ese aprendizaje.
Los beneficios de educar las emociones en el niño
La educación tradicional se ha centrado desde siempre en los aspectos intelectuales, mientras las emociones han quedado relegadas incluso a un lugar marginal, señaladas como asuntos vinculados a personas débiles e inmaduras o -en el peor y más machista de los casos- al ámbito de «lo femenino». El concepto de inteligencia emocional, que ganó trascendencia en los años ochenta, aunque ya se mencionara en décadas anteriores, vino a trastocar esas ideas. Si bien hoy en día es frecuente que se siga usando la palabra «inteligencia» para aludir solo a las habilidades intelectuales, el aspecto emocional se ha ganado un lugar importante en lo referido a la educación y la salud.
En este sentido, cobra importancia la propuesta de educar en los menores las emociones, además de los aspectos clásicos como lengua y matemáticas. «También es vital enseñar a los niños a manejar sus pensamientos, tranquilizar su mente, cuidar sus emociones, potenciar su fuerza de voluntad, saber elegir, aumentar su autoestima, ser empáticos y comunicativos y tener habilidades sociales, entre muchos otros aspectos», afirma la psicóloga Marisa Navarro, expresidenta de la asociación Medicus Mundi y autora del libro ‘La medicina emocional’ (Editorial ViveLibro, 2015).
Solo cuando una persona entiende sus propios sentimientos y emociones es capaz de comprender los de los demás. Allí radica la clave de la empatía, es decir, la capacidad de identificarse con otras personas, y este rasgo, a su vez, es clave para desarrollar «el autocontrol y la tolerancia de forma espontánea, haciendo mejor la vida en sociedad», explica la especialista. Según Navarro, todo este aprendizaje contribuye a que los pequeños puedan «gozar de una mayor salud, disfrutar más de la vida y ser más felices».
El contacto con la naturaleza, otro elemento fundamental
La propuesta de «educar las emociones» se relaciona con otras iniciativas recientes que apuntan a, de alguna manera, desestructurar los modelos educativos instituidos y enriquecerlos con nuevas alternativas. En particular, tiene mucho que ver con la planteada en ‘Educar en verde’ (Editorial Grao, 2011), el libro de la psicóloga y educadora Heike Freire, que propone que los niños salgan del encierro al que la vida en la ciudad, las formas de ocio vinculadas con las nuevas tecnologías y otros factores los han conducido, y se acerquen a la naturaleza.
«Cuando un pequeño sale fuera, en un entorno natural o incluso construido, y no sabe qué hacer, es signo de que su instinto se está perdiendo», explica Freire en su obra. Por ello, sacar al niño de la ciudad, hacer que entre en contacto directo con los elementos naturales, animales y plantas, observar las estrellas, etc., también se puede considerar como una parte de la educación de sus emociones. De hecho, la «naturalista» es una de las ocho clases de inteligencia descritas por la teoría de las inteligencias múltiples, desarrollada por el estadounidense Howard Gardner, profesor de la Universidad de Harvard y Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2011.
En una entrevista con EROSKI Consumer, Heike Freire apuntó también que, según numerosos estudios, los menores que pasan más tiempo al aire libre son más saludables, desarrollan más sus habilidades motoras, sufren menos problemas de acoso escolar (otro de los beneficios de la educación emocional que destaca la psicóloga Marisa Navarro) y tienen más capacidad de concentración.
Consejos para educar las emociones en los niños
La educación de los niños siempre empieza en casa. Por ello, el primer paso debe consistir en que los padres procuren -en palabras de Navarro- «manejar su ira, sonreír, dialogar y escuchar». La especialista apunta, además, algunas otras recomendaciones para promover la educación emocional de los pequeños. Son las siguientes:
- Enseñar a pensar en positivo. Para lograrlo, es importante no detenerse solo en las cosas malas y destacar también las buenas, que casi siempre existen, aún en los malos momentos. La educación en positivo es algo que va más allá: consiste en conocer a los hijos, permitirles explorar el entorno, crear con ellos un vínculo afectivo y solucionar los conflictos de manera pacífica. Estos y otros consejos aparecen en ‘¿Quién te quiere a ti?‘, una guía para educar en positivo editada en 2012 por la ONG Save the Children, con la colaboración del Ministerio de Sanidad.
- Permitirles vivir el presente. Para los adultos es inevitable recordar el pasado y pensar en el futuro, pero los niños no se detienen demasiado en esos asuntos. Es parte del disfrute de la infancia. Conviene dejarles que aprovechen «los beneficios emocionales de vivir en el presente», asegura Navarro, sin preocuparse demasiado por lo que fue ni por lo que vendrá.
- No potenciar las enfermedades. Si el pequeño recibe demasiadas atenciones ante dolencias menores, como un resfriado o un dolor de cabeza, le gustará estar enfermo para obtener tales beneficios. La psicóloga destaca la importancia de animarle con expresiones como «es algo sin importancia», «no te preocupes», «pronto podrás salir a jugar con tus amigos», etc. Hay que destacar que la interacción con la naturaleza hace a los niños más saludables no solo en el aspecto emocional, sino también en cuando a lo físico, ya que son más resistentes, más ágiles y sufren menos alergias, entre otroas ventajas.
- Poner especial atención a las palabras. Las palabras «son poderosas y tienen grandes efectos en nuestra vida», destaca Marisa Navarro. Y puntualiza que las palabras con las cuales los adultos se expresan, y el tono -optimista o pesimista- que se les dé, son fundamentales, pues los menores crean su vocabulario a partir de ellas y «acabarán hablando como hablen sus padres, con todo lo que esto puede suponer para su vida».