Ir a comprar la comida en compañía de los pequeños puede ser una auténtica odisea. En el supermercado, todos hemos pasado por situaciones embarazosas con nuestras criaturas, sobre todo en los pasillos donde las patatas fritas o las galletitas de chocolate con sugerentes formas y envases atractivos emiten sus irresistibles cantos de sirena. La experiencia se completa, muchas veces, con las opiniones ajenas, las miradas de otros adultos, el cansancio o las prisas. ¿Es posible ir de compras con los niños y que la travesía discurra con tranquilidad? En el presente artículo se aborda por edades qué pueden hacer los adultos para evitar las situaciones conflictivas en el súper.
¿Vamos al súper con los niños? ¡Cuántas cosas caben en esta propuesta! En algunas ocasiones, habremos salido indemnes y airosos sin una sola lágrima derramada (sea de los niños, sea del sufrido progenitor o familiar acompañante), además de haber empleado poco tiempo en las «negociaciones». Pero, en otras, el llanto, los pataleos, los revolcones por el suelo, las miradas compasivas y solidarias de otros padres y los comentarios proferidos por «sabias» personas que dan todo tipo de consejos pueden hacer subir nuestros niveles de estrés emocional a cotas elevadas.
Dentro de estos «sabios consejos» están frases admonitorias como: «Total, por un día, cómprale esa bolsita de aperitivos» (da igual que estén hechos con harinas de maíz y patata que «solo» poseen potenciadores del sabor, «divertidos» colorantes y un «pelín» de sal para redondear un irresistible sabor) o «Cómprale ese bollito con pepitas de chocolate», el que lleva en el envase la imagen de la última princesa de moda o cualquier otro personaje admirado por los niños.
Como la industria alimentaria no nos facilita las cosas -incumpliendo en muchas ocasiones los códigos que ella misma ha creado con las autoridades político-sanitarias- y sigue diseñando envases atractivos con el punto de mira puesto en la infancia, tenemos que disponer de herramientas con las que solventar estos malos tragos que suceden con una frecuencia superior a la deseable.
Cómo actuar ante alimentos poco saludables: estrategias por edades
La edad de los niños determina la asunción de diferentes estrategias. Así, por debajo de los 4-5 años, hay que ser prácticos porque su capacidad de comprender es aún limitada. En estos casos, lo más aconsejable es evitar ir con ellos al súper, dejándolos con alguien de confianza en un parque infantil al exterior para que jueguen y se muevan.
Cuando esto no es posible, es recomendable que vayan «comidos», «merendados» o «cenados», es decir, que no entren a la tienda con hambre, ya que el estímulo visual será más intenso y difícil de aplacar. En otras ocasiones, se puede llevar un cuento o librito adecuado para su edad, un juguetito pequeño que no lo tenga muy visto y ofrecérselo justo dentro.
Si el momento de hacer la compra coincide con la hora de su merienda (una toma que tampoco es obligatoria, aunque nos hayan insistido mucho las directrices clásicas en las cinco comidas al día), se puede llevar un táper con unas rodajitas de plátano o láminas de fresa o trocitos de pera o cualquier otra fruta ya pelada y dispuesta para que pueda comerla con sus manitas -ya las limpiaremos con un pañuelo- mientras estamos en el súper.
En algunos supermercados en otros países, se ha ensayado la donación de fruta a los niños mientras los padres hacen la compra, con una doble intención: educarlos en hábitos saludables y entretenerlos en ese tiempo. Quizás el hecho de mencionar esta loable iniciativa proporcione ideas similares para implementar en nuestro país.
Si los pequeños tienen una edad superior a los 4-5 años, os sugiero que miréis esta fotografía que realicé una tarde en un supermercado.
En esta imagen se puede observar lo tranquilos y entretenidos que están estos niños dando la espalda, precisamente, a la poco recomendable bollería que se expone en uno de los pasillos de un súper cualquiera. No en todos los supermercados hay una pequeña librería en la que poderse entretener un rato pero, si la hay, debemos aprovecharla.
Cuando los menores superan los 4-5 años de edad, comienzan a tener ya una cierta capacidad de análisis y de comprensión de la realidad circundante. Se les puede aclarar con lenguaje sencillo por qué hay tantos productos no recomendables para un consumo habitual y por qué los fabricantes quieren llamar su atención con personajes conocidos o colores atrayentes. Las empresas tienen como primer objetivo ser rentables y, para ello, estimulan el consumo placentero de productos no aconsejables, en general, con cantidades elevadas de azúcar, que hará trabajar demasiado a nuestro páncreas. Mientras explicamos estas frases podemos señalarnos la zona central de nuestro abdomen para, de paso, enseñarles la ubicación aproximada de este órgano tan importante que regula la producción de insulina, hormona que controla los niveles de glucosa del organismo, entre otras complejas misiones.
Estimular desde pequeños un espíritu crítico les hará ser adultos con criterio, porque lo que tenemos que tener claro es que los fabricantes de bollería, aperitivos fritos de bolsa, cereales en exceso azucarados -mal llamados «de desayuno»- o cualquier otro producto poco saludable, seguirán usando todo el poder de la publicidad para invitar a su consumo.
La mejor estrategia de todas para una alimentación infantil saludable
Para finalizar, conviene recomendar algo en lo que fallamos en muchas ocasiones por elemental y claro que parezca: si en nuestra casa nunca -o casi nunca- entran productos de este tipo, es más difícil que los hijos, sobre todo cuanto más pequeños sean, se interesen cuando los vean en los lineales del supermercado. La explicación es sencilla: estos productos en realidad no tienen el aspecto de alimentos normales, sino más bien de juguetes. Así, cuando vamos al súper, debemos dejar claro, por la frecuencia y los hábitos de compra que la familia tenga desde que son bebés, que no es aconsejable detenerse en ciertos pasillos para la compra del día a día.
Otra solución sería combinar las compras en el supermercado con las del mercado tradicional, donde es más difícil encontrar alimentos muy procesados que suelen presentar niveles altos de azúcar, grasas no aconsejables y sal, además de haber mucha más variedad de frutas y verduras de temporada y de agricultores locales.