Acompañar y apoyar a los niños en sus iniciativas es fundamental para su desarrollo y su autoestima. Pero a veces ese apoyo se confunde con elogiarlos demasiado casi por cualquier motivo. Este refuerzo positivo es un arma de doble filo, ya que puede derivar en menores “adictos a los elogios”, reacios a asumir riesgos, intolerantes a la frustración y dependientes de la aprobación de los demás. Este artículo explica cuáles son los riesgos y los peligros de elogiar a los niños y señala el valor de estimularlos valorando su esfuerzo y las consecuencias de sus actos en lugar de alabarles.
El riesgo de elogiar por demás
Se llama refuerzo positivo a la práctica de elogiar y premiar las buenas conductas, una actitud opuesta a la aplicación de castigos por los malos comportamientos. Esto es propuesto por muchos especialistas como la manera más beneficiosa de criar a los hijos, ya que, además de promover las actitudes positivas, se alimenta su autoestima. Sin embargo, hay quienes también detectan riesgos en esta práctica: las consecuencias negativas del exceso de elogios.
Un estudio realizado en Estados Unidos en 2007 reveló que los alumnos que recibían más elogios se volvían más reacios a asumir riesgos y menos tolerantes a las frustraciones. Estas personas desarrollan una menor tendencia a afrontar clases en las que no les va tan bien o en las que no están seguros de que tendrán éxito. ¿Cuál es el motivo? El temor de dañar la imagen positiva que los demás han creado de ellos a fuerza de elogiarlos.
Cinco peligros de elogiar a los niños
Uno de los principales «activistas» contra los elogios a los pequeños es el especialista estadounidense Alfie Kohn, autor de varios libros sobre educación y crianza. En uno de sus textos más conocidos enumera ‘Cinco razones para dejar de decir «¡muy bien!»‘. Se trata de los siguientes riesgos:
- 1. Manipular a los niños. Las recompensas verbales se pueden convertir en una herramienta para que el adulto consiga que el menor haga lo que él quiere. Es decir, la conducta elogiada podría no ser buena para el pequeño sino para el adulto, y que este la persiga con una especie de extorsión.
- 2. Crear «adictos a los elogios». En general, el objetivo que se persigue al elogiar a un niño por su comportamiento es aumentar su autoestima. Sin embargo, el efecto puede ser justo el opuesto: que el pequeño, en vez de tener más confianza en sí mismo, sea cada vez más dependiente de los elogios de los adultos. Es decir, se corre el riesgo de que el menor deje de poner el foco en sí mismo y lo ponga en la evaluación de los demás. Y de ese modo, en lugar de ganar seguridad, la pierda.
- 3. Quitar el placer. Los elogios pueden hacer que el niño pierda el placer y el orgullo de disfrutar de sus propios logros. Más aún, cuando un adulto le dice «muy bien» lo está juzgando, le está diciendo cómo debe sentirse e impide que el pequeño lo decida por sí mismo.
- 4. Reducir el interés. Elogiar al niño cada vez que hace algo o se comporta de determinada manera provoca, con el tiempo, que su objetivo deje de ser el comportamiento en sí mismo y pase a ser solo el elogio. Si ocurre esto, cuando la posibilidad del elogio desaparece (por diversos motivos: el adulto no ve al pequeño, la conducta perdió su carácter de novedad, etc.), el menor pierde el interés en seguir haciéndolo.
- 5. Disminuir el desempeño. Distintos estudios han demostrado que los niños elogiados por realizar un trabajo tienden a bajar el rendimiento en los siguientes, a diferencia de los que no recibieron alabanzas. ¿Por qué? En parte por la pérdida del placer y del interés, pero también porque los pequeños elogiados se vuelven menos propensos a correr riesgos en el futuro, por miedo a «perder» las recompensas verbales que han recibido.
Valorar el esfuerzo de los niños
Carol Dweck y otros expertos de la Universidad de Stanford (EE.UU.) realizaron un estudio que llegó a conclusiones reveladoras. Ofrecieron una serie de puzles simples a un grupo de 400 alumnos de 11 años de edad. Tras resolverlos, cada estudiante recibió -junto con su calificación- una evaluación breve de seis palabras. A una mitad de los niños (grupo A) se les elogió por su inteligencia, mientras que a la otra mitad (grupo B) se le destacó el esfuerzo realizado.
Más tarde se consultó a los pequeños acerca de cómo preferían que fuera la siguiente prueba: fácil o difícil. Entre los niños del grupo A, dos tercios eligieron la opción fácil. En el grupo B, 9 de cada 10 eligieron la difícil. Los primeros no querían poner en riesgo su condición de «inteligentes». Los segundos, en cambio, querían saber hasta dónde los podía llevar su trabajo.
En una tercera instancia, se sometió a los alumnos a un rompecabezas tan difícil que ninguno de ellos lo pudo superar. Pero los del grupo B lo intentaron durante más tiempo y disfrutaron más de la tarea que los del A, sin perder confianza en sí mismos -como sí les ocurrió a los, en teoría, «inteligentes»-.
Por último, se les entregaron unos puzles con el mismo grado de dificultad que los de la primera prueba. En los niños del grupo A, el rendimiento cayó en un 20%. En los del grupo B, se incrementó en un 30%.
Los resultados fueron tan sorprendentes que los investigadores repitieron tres veces el experimento, con menores de otras ciudades y de diferentes grupos étnicos. En todos los casos, las conclusiones fueron las mismas. «Elogiar la inteligencia de los niños perjudica su motivación, y esto perjudica su rendimiento», escribió Dweck.
Como explica Joan LeFebvre, profesora de la Universidad de Wisconsin (EE.UU.), lo que se debe hacer es dar estímulo en vez de elogios. El estímulo señala lo que el niño ha hecho, pero le permite evaluar su propio esfuerzo. El elogio, en cambio, se centra en la mirada y la evaluación del adulto. Su resultados se observan en el corto plazo, pero resultan perjudiciales en periodos de larga duración.
El estímulo describe los esfuerzos del menor y sus efectos. Si cuando el pequeño comparte algo con un amigo se le elogia por “ser bueno”, es probable que en el futuro comparta de nuevo cuando exista la posibilidad del elogio (es decir, de la recompensa). Si nadie le ha de ver y, por ende, no recibirá nada, no compartirá. En cambio, si en lugar de decirle que es bueno se señala lo contento que se ha sentido su amigo gracias a lo que él ha compartido, el niño podrá valorar su acción por sí mismo. Y será más probable que la repita en el futuro por ese mismo valor, y no por esperar que alguien lo elogie o le premie de alguna otra manera.