La regulación del hambre y de la sed son procesos bastante complejos en los que intervienen un gran número de condicionantes. No es, por tanto, un proceso en el que se tengan en cuenta solo nuestras necesidades. Hay otras cuestiones como los estímulos que nos rodean, la actividad física, las condiciones climatológicas o la composición corporal, que influyen en el deseo de comer o beber. En verano, este compendio de variables puede ocasionar que sea más complicado para las hormonas llevar un control correcto del apetito y la saciedad. A continuación se explica por qué se pueden confundir el hambre y la sed, además de cómo hacer para diferenciarlos.
En verano es más probable tener desajustes en el control del apetito y la saciedad debido a que nos deshidratamos en mayor medida, se tiene más tiempo libre y, por tanto, estamos más expuestos a tomar alimentos. También en vacaciones aumenta el consumo de alimentos superfluos que cambian nuestro apetito convencional (helados, refrescos, bebidas alcohólicas). A su vez, se deja la rutina laboral, por lo que nos enfrentamos a un contexto por completo diferente. Es el mismo motivo por el que los fines de semana comemos y bebemos más de la cuenta.
¿Se pueden confundir el hambre y la sed?
Si nuestras señalizaciones de saciedad funcionasen del modo correcto, no debería haber ningún problema y no confundiríamos hambre y sed. Sin embargo, estar expuestos a tantos estímulos y condicionantes externos lo dificulta. Por eso, no es extraño encontrarse con ganas de comer o de beber sin que el cuerpo tenga esa sensación fisiológica real. Para no tener esta sensación, lo mejor es evitar -en la medida de lo posible- ver anuncios, catálogos o incluso establecimientos que sirvan comida. Reducir el número de comida anunciada a nuestro alrededor evita que aparezca un apetito innecesario en el cerebro.
Si la sensación de hambre o sed viene acompañada de un ligero dolor de cabeza, es más probable que sea una deshidratación parcial o se deba a que se ha realizado una actividad que ha comprometido el balance hídrico (la cantidad de agua que se tiene de reserva en el organismo). En ese caso es preferible beber y rehidratarse, además de adoptar otras conductas responsables como buscar sombra para protegerse de la exposición solar.
Pero la interacción entre el hambre y la sed también es muy importante. Por ejemplo, cuando estamos desprovistos solo de comida sentimos más hambre que cuando no tenemos disponible ni comida ni agua. Es decir, la sensación de hambre aumenta si pasamos periodos largos de tiempo solo bebiendo, como se puede ver en el estudio ‘Hunger and Thirst: Issues in measurement and prediction of eating and drinking’ (Hambre y sed: problemas en la medición y la predicción de comer y beber), realizado por Richard D. Mattes.
¿Cómo saber si tengo hambre o sed?
La respuesta más lógica es de sentido común y recae en preguntarse qué trayectoria y actividad hemos realizado durante el día. En ocasiones subestimamos la actividad física que hemos podido hacer expuestos al sol, por lo que quizás estemos deshidratados.
Por el contrario, también es posible, debido a la hipotensión que sufrimos en verano, que pensemos que hemos hecho más actividad de la real y, por tanto, creamos que tenemos que reponer más energía de la debida.
En cualquier caso, y si tenemos dudas entre si las sensaciones son de hambre o sed, la mejor estrategia puede ser beber agua y esperar entre 5-10 minutos. La sed se consigue aliviar en tan solo ese tiempo, mientras que el hambre puede llegar a implicar 20-25 minutos de espera.
En definitiva, podemos prevenir este fenómeno con las siguientes acciones:
- Tener una dieta saludable sin alimentos que distorsionen nuestras sensaciones de saciedad (como productos extremadamente azucarados o bebidas alcohólicas).
- Mantener un estado de hidratación correcto.
- Llevar una actividad y una rutina activa, alejada de la televisión y los establecimientos de venta de comida preparada.