Ciertos aspectos de la legislación alimentaria no están muy especificados en el etiquetado. La información relativa al origen, el método de producción o incluso los ingredientes que contiene un producto no siempre se presenta a los consumidores. En ocasiones, esto es una clara vulneración de nuestros derechos, mientras que otras veces son sutiles triquiñuelas que se usan para evitar darnos la información completa. En el siguiente artículo ofrecemos algunos consejos prácticos para leer (y entender) mejor las etiquetas de los alimentos.
Cuando se trata de etiquetas engañosas, hay al menos tres premisas que se cumplen en casi todos los casos. Para analizar qué pasa exactamente es importante tenerlas en cuenta. Son las siguientes:
- 1. El producto va a intentar parecer mejor de lo que es.
- 2. La categoría nunca va a ser mayor/mejor de lo que se indica.
- 3. Si un aspecto negativo se puede omitir o maquillar, se hará.
Nombre y apellidos en el aceite
Uno de los ingredientes que ha tenido más lagunas legales para ocultar realmente su composición es el aceite. La mención de «aceite vegetal» fue, durante mucho tiempo, muy intencionada. Lo que pretendía era dejarnos en esa nube inespecífica de «vegetal», diciendo solo el origen sin entrar en la especie concreta. De esa manera la gente no conocía bien qué aceite estaba tomando. Podía ser de colza, de maíz o de palma bajo esa nomenclatura.
Si encontrábamos una mención como «aceite vegetal» era verdaderamente extraño que fuese oliva o girasol, porque son dos aceites bien considerados en nuestro país, y no se ocultaban en caso de llevarlo el alimento. Todo productor estaría orgulloso de decir «con aceite de oliva» o «con aceite de girasol».
Por fortuna, ya no se puede ocultar. La nueva normativa de etiquetado prohíbe la mención genérica de «aceite vegetal» y hay que aclarar el origen concreto. Así que toda conserva que contenga «aceite vegetal» es irregular a día de hoy. Si en años anteriores hemos comprado conservas en «aceite vegetal» podemos tener casi la total seguridad de que no eran los aceites nutritivamente más interesantes.
Ahora pasa algo parecido con los aceites que se siguen usando. Si el producto se autodenomina «con aceite de oliva», seguramente no será virgen extra, al igual que un aceite de girasol no será «alto oleico» si indica simplemente «de girasol». Recordemos la segunda premisa: la categoría nunca será mejor de lo que se indica.
El origen de los productos: ¿sabemos de dónde vienen?
Con una tendencia creciente de consumidores preocupados por consumir producto local, de temporada y de calidad, muchos alimentos intentan disimular su origen, ya sea omitiéndolo o cambiándole la denominación.
Algunas zonas de pesca se indican por su identificación de la ONU: con la mención «FAO» y un código. Cuando nos encontremos en nuestro entorno ante un producto denominado así, casi con total seguridad será de un mar lejano. De lo contrario, se habría indicado como «Atlántico», «Mediterráneo» o «procedencia local», ya que es un atributo que el consumidor valora de manera positiva.
Con los cambios normativos los productos de origen animal están mucho más controlados, pero debemos prestar atención al etiquetado, puesto que el lugar de producción muchas veces no coincide con el de envasado, un detalle nada fácil de distinguir cuando tenemos el envasado delante. De nuevo, en este aspecto debemos considerar que si el alimento no nos muestra de manera orgullosa su procedencia, tiene muchas probabilidades de ser lejano.
Aunque sea paradójico, esto sucede con asiduidad en frutas y verduras. Algunas variedades se importan de países lejanos aunque nuestro país sea también productor de estos alimentos.
Saber qué partes o subproductos ingerimos
Un buen consejo es obviar los grandes mensajes que nos hablan del ?todo? y no de las partes. Aquellos productos alimentarios que se centren demasiado en resaltar el origen -por ejemplo, «vegetal» o «con ternera»- sugieren que no hay interés en ofrecer información detallada.
Que una hamburguesa sea de ternera no significa necesariamente que esté hecha con una carne magra extra. Del mismo modo, que un producto destaque las palabras «cereales», «maíz» o «centeno» en su envase no implica que contenga el cereal completo para que disfrutemos de todas sus ventajas. En ocasiones se incluye solo su almidón o, incluso, derivados más refinados como el jarabe de glucosa-fructosa o fibras vegetales.
Un primer paso para enfrentarse a esta información parcial es ser escéptico, preocuparse por lo que compramos y leer con atención las etiquetas, aunque nos lleve más tiempo.