Siempre ha habido padres y madres con afán de sobreproteger a sus hijos. Pero en los últimos años esta conducta se ha generalizado. Tanto, que ha llevado a los expertos a acuñar el término hiperpaternidad para referirse a la tendencia a estar todo el tiempo “encima” de los niños. Este artículo aborda la hiperpaternidad, que pone a los hijos en el centro de la familia, en un altar. Explica también que esta sobreprotección se manifiesta a través de cuidados excesivos y una demasiada presión sobre los pequeños y detalla las consecuencias negativas de esta práctica y cómo se puede evitar.
La hiperpaternidad, poner a los hijos en un altar
Se conoce como hiperpaternidad a un tipo de crianza en el que los padres y las madres están demasiado cerca de los hijos, de tal modo que pretenden evitarles o solucionarles todos sus problemas y hacer de ellos personas brillantes. Es, en esencia, lo mismo que se ha conocido desde siempre como sobreprotección. En los últimos años, este tipo de conductas se ha extendido en las sociedades desarrolladas y es motivo de preocupación de muchos especialistas.
El libro ‘Hiperpaternidad’ (Plataforma Editorial, 2015), de la periodista barcelonesa Eva Millet, lleva como subtítulo: ‘Del modelo mueble al modelo altar’. Se refiere al consejo que daba la abuela de la autora acerca de cómo tratar a los niños cuando tenían berrinches: «Como si fueran muebles». Según Millet, cada vez más expertos en educación opinan que, en muy poco tiempo, se ha evolucionado «del modelo mueble al modelo altar». «Los hijos han pasado a convertirse en el centro de la familia -apunta la autora- y, a menudo, alrededor suyo orbitan los progenitores, dispuestos a ejercer, con la mejor de sus intenciones, de superpadres».
Cuidados excesivos y demasiada presión sobre los hijos
La hiperpaternidad se manifiesta sobre todo de dos maneras. Por un lado, la búsqueda de evitar que los niños afronten cualquier problema. Esto conduce a situaciones como la prohibición de que los menores hagan cualquier cosa que pueda acabar en un accidente, como trepar a un árbol, algo natural para cualquier pequeño (al menos hasta hace unos años). En su blog, Eva Millet cuenta el caso de un niño que, cuando se caía en el patio de la escuela, se quedaba tumbado en el suelo, como si se hubiera hecho mucho daño; en realidad no le había pasado nada, pero estaba tan acostumbrado a que, cuando se caía, acudiera alguien de inmediato a «socorrerle», que no era consciente de que podía ponerse en pie por sus propios medios.
Por otro lado, la hiperpaternidad conduce a una exagerada presión sobre los hijos, que se expresa en actividades extraescolares excesivas. Esto lleva a lo que algunos expertos -como Jaume Trilla, en su libro ‘La educación fuera de la escuela’ (Ed. Ariel, 1998)- llaman «niños hiperinstitucionalizados» o «niños apresurados», ya que crecen un ritmo casi frenético que les produce tensión, cansancio y un continuo y creciente estrés. Estos menores carecen además de tiempo para el juego libre, el cual constituye «la mejor manera de que un niño desarrolle todas sus capacidades cuando es pequeño», según explica la psicóloga Sabina del Río Ripoll, especialista en maternidad y miembro de la Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente (SEPYPNA).
Consecuencias negativas de la hiperpaternidad
La falta de tiempo para el juego libre «reduce la capacidad para la imaginación, la fantasía y la simbolización», señala Jordi Artigue, psicólogo y también miembro de la SEPYPNA. Ocupar casi por completo el tiempo que los niños no ocupan en la escuela con clases de inglés, violín, fútbol, cerámica, etc., puede hacer de ellos «seres muy inteligentes y competentes a nivel intelectual, pero muy pobres a nivel emocional, creativo, imaginativo, lúdico, de habilidades empáticas y de relación social«, enfatiza el psicólogo clínico y psicoterapeuta infantil José Luis Gonzalo Marrodán.
Los perjuicios no se acaban allí: la hiperpaternidad también produce personas menos felices. Según un estudio publicado por investigadores de Estados Unidos en 2014, estudiantes universitarios criados por «hiperpadres» mostraron niveles significativamente más altos depresión y de insatisfacción con la vida que llevaban.
Según las conclusiones del trabajo, estos efectos negativos se explican en gran medida por la «falta de respeto a sus necesidades psicológicas básicas de autonomía y capacidades» que los jóvenes experimentaban. Y es que si los padres están todo el tiempo encima de sus hijos, les impiden tomar decisiones, equivocarse y aprender de sus equivocaciones.
Como explicó Julie Lythcott-Haims, exdecana de la Universidad de Stanford (Estados Unidos), en una charla TED sobre la hiperpaternidad, lo que se debe buscar es la autosuficiencia en los niños, que es «mucho más importante que la autoestima que reciben cada vez que les aplaudimos». Los pequeños, afirmó esta experta en educación, «tienen que pensar, planificar, decidir, hacer, desear, superarse, tratar y equivocarse, soñar y experimentar la vida por ellos mismos». El control desmedido de lo que los niños hacen, la ayuda permanente para hacer los deberes, para organizar sus actividades, etc., lleva implícito un mensaje implícito: que no puede solo. Y, al no hacerlo nunca solo, acaba por no poder, como una profecía autocumplida.
Hiperpaternidad es el nombre más común que se da hoy en día a esta tendencia, pero se ha llamado también de muchas otras formas: padres helicópteros, porque siempre están “sobrevolando” y vigilando a sus hijos; padres quitanieves, porque marcan el exacto camino que sus pequeños deben seguir; o padres curling que, al igual que en ese deporte, van despejando de forma frenética el hielo por delante de sus vástagos. En cualquier caso, el objetivo debe ser evitar todas esas prácticas: hacer todo lo posible por dejar que los niños tengan tiempo para el juego libre, asuman las responsabilidades que a ellos competen y tomen sus decisiones.
Eva Millet señala que algunos expertos hablan de una “sana desatención” y otros de “observar sin intervenir”. Los hijos no desean unos hiperpadres que estén todo el tiempo junto a o encima de ellos, sino que les acompañen con amor y que respeten sus espacios y sus decisiones. Gestionar su tiempo, asumir sus responsabilidades y hacerse cargo de sus errores constituyen el mejor aprendizaje que los niños pueden obtener.