Con el nuevo año toca hacer una lista de buenos propósitos: aprender o reforzar el nivel de inglés, ir al gimnasio, apuntarse a clases de baile o de yoga… Entre ellos, hay uno que casi nunca falla: bajar de peso, un deseo que, por estadística, pueden compartir unos 27 millones de personas. Además de las intenciones individuales, en este artículo se proponen cinco ideas para ponerlas ya en práctica. Van dirigidas a mejorar la salud de los niños y que, si se instauran con la suficiente fuerza, podrán perdurar toda la vida, sobre todo si el entorno social y familiar también cambia.
1. Dejar de consumir productos hiperprocesados
Desterrar de la despensa productos ricos en azúcar, grasas de mala calidad y sal o minimizar su consumo -de verdad y sin autoengaños-, evitando la frecuente ingesta, prácticamente diaria, que tiene lugar en la sociedad. Esta propuesta se refiere a la bollería (incluyendo a las galletas), los aperitivos tipo patatas fritas y similares, embutidos, cremas chocolateadas, cereales y lácteos azucarados y otros elementos parecidos.
2. Tomar más frutas y verduras
La meta es que predominen en prácticamente todas las comidas e ingestas por encima del resto de alimentos. Es frecuente omitir la fruta en el desayuno y justificar esta ausencia diciendo que ya se la toma en el colegio, como si no se pudiera comer fruta dos veces en una mañana. El hecho de tener que pelar y cortar fruta supone una inversión de tiempo que en algunos casos no se asume por levantarse con el tiempo justo. Cabe destacar que el zumo, aunque sea natural y recién exprimido, no sustituye a la fruta.
Es fácil deducir cuál es la solución a este inconveniente: levantarse con el tiempo suficiente para desayunar en familia, con la fruta preparada de manera vistosa y fácil de comer, cuando estén los hijos a la mesa. El ejemplo arrastra más que las palabras, por lo que tienen que ser los padres los que comiencen a tomar fruta entera delante de ellos, a cualquier hora del día, sin presionar ni alabando las virtudes que tiene, tan solo comiéndola, como un hecho habitual en el que no es necesario hacer ningún énfasis especial.
Otro consejo muy útil es seguir las recomendaciones del plato de Harvard, en lugar de las que propone la tradicional pirámide (cuya base está repleta de carbohidratos refinados, y no de frutas y verduras). En ese plato se resumen una serie de consejos muy fáciles de interpretar, sin dar pie a frases ambiguas que después la industria copia e imprime en sus envases de aluminio (por ejemplo: «mis aperitivos fritos pueden formar parte de una dieta variada y equilibrada»).
3. Dormir más
Se ha verificado mediante estudios bien realizados la relación que existe entre el exceso de peso infantil (que comprende el sobrepeso y la obesidad) y el menor tiempo de sueño, una realidad que se está produciendo en la infancia en los últimos años. Esta disminución en la duración del sueño infantil también se ha relacionado con la resistencia a la insulina (hormona que regula el nivel de glucosa en sangre, entre otras complejas funciones), el sedentarismo y patrones dietéticos poco saludables, unas situaciones que, en conjunto, favorecen la ganancia de peso. El papel de otros factores, como la actividad física y los niveles sanguíneos de leptina y de grelina (dos hormonas que regulan la saciedad y el hambre, entre otros muchos neurotransmisores), es aún incierto, según esta revisión de varios estudios.
Así, la reducción de la duración del sueño en niños -y, probablemente, también en adultos- se asoció con un mayor consumo de alimentos, en respuesta a la vista u olor de la comida u otros elementos externos como la publicidad. Además, los pequeños con menos horas de sueño consumieron alimentos de mayor densidad energética, más azúcares añadidos y bebidas endulzadas con azúcar, en comparación con los que dormían lo recomendado para su edad, sin acortar la duración del sueño.
4. Menos pantallas
Cumplir este consejo favorecerá una probable reducción del sedentarismo y, por tanto, una mayor posibilidad de jugar, correr, saltar y hacer más actividad física. Pero, además, tendrán una oportunidad para invertir el tiempo arrebatado a las pantallas en adquirir criterio, conocimientos y elementos para poder comprender mejor el mundo que les rodea, mediante la lectura, la pintura, la música o cualquier otra actividad donde la mente tenga un papel activo y creativo, no simplemente pasivo como sucede con la visualización de imágenes.
5. Jugar y practicar deporte
Hacer deporte sin tener que federarse y competir, por lo menos hasta los 12-14 años. A partir de los ocho, edad a la que están ya más maduros psíquica y físicamente, es conveniente enseñarles los valores de esfuerzo, coordinación, resistencia, concentración, autocontrol y compromiso. Así, se puede aprovechar para introducir los conceptos de labor de equipo, cooperación, victoria y derrota como sucesos reales que no deben alterar el estado de ánimo, y mucho menos obsesionarse con los resultados, o la propensión a las malas maneras y a la mala educación, como sucede por desgracia en el mundo adulto.
Por debajo de los ocho años, la norma debería de consistir en propiciar el juego al aire libre, sin normas rígidas y sin la molesta y continua supervisión de adultos, cuya misión debe limitarse a ofrecer un entorno seguro y material adecuado para la buena práctica de juegos y actividades físicas. Asimismo, no es conveniente practicar en exclusiva un deporte individual: animarlos a practicar deportes de equipo es una buena opción para que, además de realizar actividad física, socialicen y reconozcan el valor del trabajo en grupo y la colaboración entre iguales.