Cuando hablamos de las alergias alimentarias, nos encontramos constantes referencias a los niños y, más especialmente, a la primera infancia. Hay estudios que señalan que, por cada adulto con este problema, podría haber cuatro niños afectados. ¿Por qué la incidencia es más acusada en los pequeños? ¿Hay alguna relación entre las alergias alimentarias y el asma? ¿Qué se sabe sobre este problema? Esto es lo que nos cuentan los expertos en el tema.
¿Por qué hay tanta diferencia entre los niños y los adultos cuando hablamos de alergias alimentarias? La clave está en que, con frecuencia, la alergia infantil desaparece con el paso del tiempo. “En la alergia alimentaria se produce un error del sistema inmunitario. Por algún motivo que desconocemos, nuestras defensas reaccionan contra algo, en este caso un alimento, que no es agresivo. Lo consideran una amenaza y, para combatirla, producen anticuerpos IgE. Esta reacción no es a todo el alimento, sino a una parte de él (normalmente una glicoproteína). Esta parte responsable de la reacción alérgica es el alérgeno”, dice Luis Echeverría, coordinador del Grupo de Alergias Alimentarias de la Sociedad Española de Inmunología Clínica, Alergología y Asma Pediátrica (Seicap).
Se produce esa reacción, pero, a medida que el bebé se va haciendo mayor, “el sistema inmunitario va de manera natural corrigiendo esos errores. Realmente, no sabemos con certeza por qué ocurre, pero hasta el 90 % de los niños con alergia a la proteína de la leche de vaca terminan superando el problema en los primeros años de vida. En el caso de los huevos, la evolución también es buena: superan la alergia el 80 % de los niños”, añade el experto.
Estos dos alimentos, la leche y el huevo, son los que en España causan más alergias alimentarias en los niños menores de cinco años; por fortuna, suelen desaparecer en la primera infancia, como también sucede con la alergia al trigo y a la soja. “En cambio, la alergia a los frutos secos, el pescado y los mariscos aparece más tarde y su pronóstico suele ser peor: es difícil que lleguen a tolerarse. Y, si persisten, pueden ser muy graves”, reconoce Luis Echeverría
¿Intolerancia a la lactosa o alergia a la leche?
Confundimos a menudo la intolerancia a la lactosa con la alergia a la proteína de la leche.
? Alergia a las proteínas de la leche de vaca (APLV). Aparece en los primeros meses de vida, en cuanto se empieza a introducir este alimento. Suele ser la primera alergia que se diagnostica en el lactante, y en el 60 % de las ocasiones aparecen los síntomas ya después de la primera toma. También pueden aparecer tras el contacto (una caricia, un beso) de alguien que ha manipulado leche de vaca. Las reacciones pueden ser tanto inmediatas como tardías y, en casos severos, llevar a una anafilaxia (sensibilidad excesiva). La evolución suele ser favorable: el 50 % de los pacientes toleran leche de vaca a los dos años del diagnóstico, y el 80 % a los 3-5 años.
? Intolerancia a la lactosa. Se trata de la intolerancia más frecuente. Se produce porque el organismo tiene una deficiencia en la enzima lactasa, y eso provoca que no se metabolice la lactosa de modo correcto. Puede estar inducida por el ambiente cuando el niño se cría en una sociedad en la que no se consumen productos lácteos, como sucede en algunas culturas asiáticas y africanas (no así en España). También puede ser una alteración genética que se da desde el nacimiento, pero constituye una alteración muy rara. En general, la intolerancia a la lactosa provoca síntomas digestivos, pero no revisten gravedad.
La ‘marcha atópica’: de la dermatitis al asma
Es probable que hayas oído que niños con celiaquía u otras alergias alimentarias tienen un mayor riesgo de asma, problemas dermatológicos, rinitis… Es cierto, y se trata de un proceso que se conoce como marcha atópica o progresión atópica.
- Se trata de una secuencia de acontecimientos que se inicia con la dermatitis atópica en la piel del niño, frecuentemente antes de los seis meses.
- Más adelante pueden aparecer las alergias alimentarias (al huevo y a la leche de vaca en torno al primer año de vida, y al trigo, la soja o los cacahuetes en niños un poco mayores).
- Después aparecerían alergias respiratorias, como el asma y la rinitis alérgica.
Es muy importante el diagnóstico precoz por dos motivos: para poder poner un tratamiento y para intentar medidas preventivas –como la aplicación de cremas que eviten la aparición de eccemas– que reduzcan la probabilidad de que la marcha atópica avance.