En España, cada día son más los que prefieren unos brotes de soja antes que unas virutas del más exquisito jamón. El consumo de productos saludables y de calidad es una preocupación emergente en la sociedad española actual, según confirma la doctora Isabel Zamarrón, del departamento de Nutrición del Hospital Ramón y Cajal de Madrid. Pero esta lógica inquietud puede llegar a convertirse en obsesión. Este trastorno alimentario de nuevo cuño, nacido del consumo exclusivo de alimentos naturales, puros y dietéticos, fue bautizado hace seis años como ortorexia, y ya se están empezando a detectar los primeros casos en nuestro país.
Según los nutricionistas, la popularización de la moderna cocina ecológica no se traduce por sistema en una mejor salud. A veces, puede conllevar más perjuicios que beneficios. La anorexia y la bulimia son las patologías de la conducta alimentaria más comunes, pero la lista se amplía. Mientras en estos trastornos el problema radica en la cantidad de comida ingerida, en la ortorexia la clave está en la calidad de lo que se come.
¿Dedica más de tres horas al día a la confección de su dieta?; ¿gasta en exceso en la adquisición de productos ecológicos?; ¿presta más atención a la calidad de lo que ingiere que al simple placer de comer?; ¿se siente culpable cuando se salta sus convicciones dietéticas?; ¿le aísla socialmente su manera de comer?; ¿se ha vuelto más estricto consigo mismo?… Éstas son algunas de las preguntas utilizadas por los expertos para diagnosticar la nueva adicción.
Zamarrón explica que las personas ortoréxicas buscan «una pureza» que no existe en la naturaleza. Desprecian conservantes y medicamentos, pero son devotos de los remedios naturales. Unas preferencias que, para el psiquiatra Vicente Turón, son «una vuelta atrás». El jefe de la Unidad de Trastornos Alimenticios de la Ciudad Sanitaria Bellvitge (Barcelona) defiende la idea de que «no podemos desaprovechar los avances tecnológicos y hay que reconocer sus ventajas». «En China murieron en el siglo pasado millones de personas porque no había pesticidas para el arroz», argumenta.
Largos trayectos
Los ortoréxicos, para llenar su nevera, acuden siempre a tiendas especializadas en artículos dietéticos y ecológicos, aunque para ello tengan que realizar largos trayectos. También el nivel económico guarda una estrecha relación con esta propensión alimentaria, asegura el doctor Turón. A su juicio, llenar el eco-biótico carrito de la compra requiere un alto presupuesto y no todos los consumidores pueden permitírselo.
Junto a la censura que aplican a sus menús, surge una serie de manías relacionadas con las tareas de cocina: el lavado exagerado de frutas y verduras, la casi nula cocción de los alimentos o la predilección por un determinado utensilio o recipiente. Ritos obligados a los que se suma el análisis meticuloso del etiquetado antes de cada compra. La fijación por lo sano puede producir en el organismo el efecto contrario al deseado. «Tanta restricción no deja indiferente a nuestro organismo y, con el tiempo, los síntomas físicos son manifiestos», afirma Turón.
Al prescindir de la carne, los huevos y otros alimentos aparecen carencias nutricionales como la hipovitaminosis o la anemia y, en ocasiones, se produce una pérdida de masa ósea. Dolencias compartidas con el resto de trastornos alimentarios y cuya gravedad dependerá del grado de obsesión. Psicológicamente, los afectados sufren una pérdida de sociabilidad. Los restaurantes se convierten en lugares prohibidos para sus restrictivas dietas y rehúsan invitaciones de amigos porque desconfían de lo que pueden ofrecerles fuera de sus hogares.
Enrique Armengou, director médico del Centro de Tratamiento de la Anorexia y Bulimia de Barcelona, aplica en su consulta una terapia con un doble objetivo: educar sobre los hábitos de consumo y fomentar el desarrollo de la personalidad. Ambos fines requieren de un fuerte apoyo de la familia.
Escepticismo médico
No existen datos oficiales sobre la prevalencia de la ortorexia en España, pero la doctora Isabel Zamarrón estima que los afectados representan todavía menos del 1% de sus pacientes.
El panorama es muy distinto en EE.UU., donde se cuentan por millares los ingresos por este mal. No es de extrañar que fuese en ese país donde Steven Bratman acuñó el término de ortorexia, del griego orto (recto) y exia (apetito), que fue acogido con escepticismo en el mundo médico por la imprecisión de su diagnóstico. Otros especialistas prefieren considerar la obsesión por lo sano como un subgénero que representa entre el 10 y el 15% de las anorexias; «una variante», según el especialista Armengou.
Sólo en sus estadios más extremos, las manías culinarias degeneran en una enfermedad psiquiátrica, afirma el médico. Así sucedió con un paciente que restringió su alimentación a pan y queso porque eran los únicos productos que le inspiraban confianza. Son los cuadros más puros y graves de la ortorexia, cuya sintomatología es la misma que presenta un trastorno fóbico.
La mayoría de los expertos coincide en señalar que hay en la sociedad una «tendencia flotante» hacia la ortorexia, que se ha incrementado en los últimos años con la repercusión mediática producida por las crisis alimentarias como la de las «vacas locas».