Bocadillos de embutido, pan con chocolate o cereales azucarados con leche no son las mejores elecciones para una merienda habitual, ni mucho menos. Pero estas versiones tan clásicas y mejorables casi se vuelven aceptables si se comparan con lo que se ha convertido en una nueva tendencia en las ingestas a media tarde, e incluso a media mañana, de muchos jóvenes: las bebidas energéticas. Sí, bebidas energéticas para merendar, un producto que contiene una gran cantidad de cafeína y azúcar y que ya han probado casi el 20% de los niños y el 70% de adolescentes europeos, según los datos de la EFSA.
Las bebidas energéticas contienen importantes cantidades de cafeína. El rango es muy amplio -oscila entre los 50 y los 400 mg por litro- y, depende sobre, todo de la marca. Estas cantidades, trasladadas a una lata de consumo, equivaldría a la cafeína de unos tres o cuatro cafés; dosis que ya son considerables para adultos, por lo tanto mucho más para niños y adolescentes.
Más allá de la propia acción de la cafeína, hay que considerar que este efecto se potencia con otras moléculas que acompañan al preparado, como son el ginseng, el guaraná o la taurina, ingredientes que por sí solos no tendrían tanto efecto, pero combinados con la cafeína y en especial el azúcar pueden llegar a ser muy estimulantes.
¿Son seguras estas bebidas energéticas?
Estas bebidas han sido objeto de estudio desde diferentes organismos. Todo parece indicar que, si son evaluadas de manera aislada, son «seguras» dentro de unos rangos de consumo de cafeína aceptables para la salud (50-200 mg al día), aunque se debe recordar que estas cantidades deberían ser mucho más conservadoras en jóvenes.
El problema viene cuando se tiene en cuenta el contexto real de consumo. La ingesta de estas bebidas no siempre se hace en un entorno de seguridad, sino que muchas veces está unida a la práctica de deporte intenso o al consumo de alcohol, situaciones que pueden poner en riesgo la salud y que podrían incrementar los riesgos de deshidratación, ya que los efectos diuréticos de la cafeína se pueden potenciar con los ingredientes que acompañan a la formulación de estas bebidas. También hay que prestar atención a los episodios cardiovasculares.
Las bebidas energéticas pueden cambiar la percepción de una persona cuando toma alcohol, haciendo que no sean tan evidentes los efectos de una intoxicación etílica. Eso promueve el mantenimiento de la ingesta e incluso «anima» al consumo de otras sustancias. Unido a que los adolescentes son especialmente sensibles a los efectos del alcohol, habría que extremar las precauciones al combinar ambas bebidas.
Más allá de la seguridad, ¿son saludables?
La seguridad del consumo de estas sustancias depende de muchas otras variables. Sin embargo, habría que hacerse otra pregunta más allá de la seguridad, y es sobre la salud. ¿Es responsable dirigir estas bebidas a niños y adolescentes? Ni mucho menos, sobre todo cuando el 68% de los adolescentes ha sido consumidor de las mismas y el 12% de ellos lo es de forma habitual. No estamos refiriéndonos a una lata a la semana, sino de cuatro litros al mes de estas bebidas. Además, más de la mitad de este consumo se hace asociado a la ingesta de alcohol.
Al margen de estos consumos «extremos» -que realiza uno de cada diez adolescentes-, hay que considerar que estas bebidas ni siquiera de forma esporádica aportan algún beneficio a las personas.
La promoción de estas bebidas entre el público juvenil no es ética. Ni siquiera la que se hace de otras modalidades, como los «energy shots», formatos con menor volumen pero mayor cantidad de cafeína. La publicidad muchas veces intenta asociar estos productos a un mayor rendimiento mental y mejores resultados en el estudio. Nada más lejos de la realidad.
¿A dónde nos lleva una bebida que nutricionalmente es insalubre pero que se anuncia para adolescentes y que les da energía? ¿Hasta qué punto es engañosa esta publicidad que enmascara cantidades ingentes de azúcar bajo la palabra «energía»? Estas bebidas contienen una gran cantidad de azúcar, con concentraciones similares o superiores a las de un refresco, y es posible encontrarlas en formatos ya no solo de 33 cl, sino de casi medio litro. Estos volúmenes implican la ingesta de casi 60 gramos de azúcar en una sola lata, una absoluta barbaridad que casi triplica la cantidad máxima de azúcar diaria recomendada por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Una reflexión final. No solo deberíamos hablar de estos aspectos para la salud, sino del conjunto de mensajes que recibe y acaba aplicando cada niño y adolescente. Desde el punto de vista educativo, la toma de estas bebidas se considera una conducta que hay que evitar, que además se relaciona con otros comportamientos como el consumo de otras sustancias psicoactivas, tabaquismo, alcohol o el exceso de tiempo frente a la televisión y el ordenador. Quizás la mejor «estimulación» que les podríamos hacer es despertar el sentido crítico ante todos estos productos que les venden y dirigen agresivamente hacia ellos.