Hay falsos mitos asentados en la cultura popular, como que la fruta engorda más si se toma de postre, que el melón es indigesto en la cena o que hay “superalimentos” con propiedades más allá de su estricto valor nutricional. Todos carecen de base científica. Otro clásico es el supuesto poder del agua con limón, que ni previene el cáncer, ni reduce los efectos de la covid-19, ni mejora la digestión. Y otro mito de las abuelas, aquello de que los bollos o el pan recién salidos del horno son perjudiciales para la digestión, tampoco cuenta con evidencias que lo respalden. Pero hay más. Hacemos un repaso de los más actuales y cómo combatirlos desde los medios de comunicación.
Bulos de alimentación y covid-19
Durante la pandemia, la Organización Mundial de la Salud (OMS) denunció las noticias infundadas que apuntaban que los suplementos de vitaminas D y C o el zinc podían ayudar a tratar o aumentar la respuesta inmunitaria frene a la covid-19. También desmintió que esta enfermedad se propague por el agua potable y que tomar ajo o beber alcohol posean acción protectora frente al coronavirus.
Tampoco lo tiene la cafeína, un bulo que tuvo bastante repercusión en prensa. En realidad, era una interpretación de un estudio realizado en Reino Unido que revelaba que en un grupo de personas concreto se había visto que la incidencia de la covid-19 era menor entre aquellas que tomaban fruta, daban el pecho o consumían café. Los propios investigadores ya apuntaban que solo existía correlación y no una vinculación causa-efecto. Tal como llegó a la prensa entraría en el lote de los bulos.
Otros bulos alimentarios: chicle y aceite de coco
Coincidiendo con la publicación de la noticia de que los españoles consumimos un 45 % menos de chicles, según datos de la patronal Produlce, empezó a pulular por las redes el bulo de que los chicles eliminan las caries. La farmacéutica y experta en seguridad alimentaria, Gemma del Caño, recuerda que no elimina la caries, ni mucho menos, pero parece que masticar chicle con xilitol (sin azúcar) la puede prevenir. Aun así, insiste que hay dudas de que sea por eso.
La explicación es que, a falta de tiempo o posibilidad para realizar una higiene bucal correcta tras la comida, mascar chicle puede generar una autolimpieza de emergencia, transitoria, que en ningún caso sustituye al cepillado. Aprovechando esta falsa creencia, Mondelez —la casa madre de las galletas Fontaneda o el chocolate Milka— lanzó Trident Oral B con flúor. Las medias verdades y la buena fe del consumidor allanan el camino para que la industria coloque nuevos productos.
El aceite de coco es, para la tecnóloga de los alimentos Beatriz Robles, “la mayor burbuja nutricional de los últimos años. Es cierto que sube el colesterol bueno, pero como está hasta arriba de grasas saturadas (el 90 %) también sube el malo y los triglicéridos. Actualmente no tenemos la certeza de que valores altos de colesterol HDL reduzcan el riesgo cardiovascular, pero sí está contrastado que la subida del LDL lo incrementa”, recalca. Tampoco hay evidencia de que ayude a adelgazar ni a controlar la glucosa en sangre.
La lista de noticias falsas acerca de los alimentos es inabarcable. De ahí la importancia de la responsabilidad de los periodistas para no difundir informaciones falsas en los medios que confundan al consumidor o pongan en riesgo su salud.
La industria alimentaria como fuente de información
Para dar a conocer sus productos, el recurso habitual de la industria es la publicidad, y más cuando se trata de alimentos destinados al público infantil. Sin embargo, cada vez es más potente la maquinaria desplegada desde los departamentos de comunicación para entremezclar mensajes saludables o solidarios con el propio producto.
Galletas Príncipe financia un estudio con la psicóloga Silvia Álava e Ipsos según el cual el 98 % de los padres considera que el deporte es clave en el desarrollo cognitivo y socioemocional de sus hijos. Sin embargo, las galletas están lejos de ser un alimento saludable y su consumo debe ser ocasional. Uniendo todos esos elementos en un mismo mensaje, puede dar la sensación de que comer galletas combate el sedentarismo y hace que los pequeños sean más listos. No se dice expresamente, pero el cerebro del consumidor inconscientemente ata los cabos.
Algo similar sucede con los alimentos sin gluten, bio o sin lactosa, o los famosos “enriquecidos” con hierro, calcio, vitaminas o ácidos grasos DHA. El ‘Estudio Nutricional en Población Infantil Española’ (EsNuPi), promovido por las Fundaciones Española (FEN) e Iberoamericana (FINUT) de Nutrición, en colaboración con la Asociación Española de Pediatría (AEP), tenía por objetivo revelar los patrones de alimentación y hábitos de actividad física en la población infantil española de uno a nueve años. Una de sus conclusiones es que tres de cada cuatro niños españoles no alcanzan las ingestas recomendadas de omega 3. Esta carencia puede paliarse con leches de crecimiento enriquecidas con ese nutriente. ¿Es casual que el estudio contara con la financiación del Instituto Puleva de Nutrición, marca láctea que cuenta con una leche precisamente con esas características?
Contrastar antes de publicar
Para Alipio Gutiérrez, responsable de Salud en Telemadrid y vicepresidente de la Asociación Nacional de Informadores de la Salud (ANIS), una nota de prensa procedente de la industria, aunque vaya respaldada por un estudio, siempre debe contrastarse. “Cada vez hay más intentos de colarnos publicidad disfrazada de información. Te aportan un estudio, pero es propaganda para la marca. Antes de publicar nada, tengo que contrastar con profesionales al margen de la industria: profesores universitarios, investigadores independientes, médicos…”. Otra cosa es que la fuente sea directamente un organismo que se dedica a la investigación, como el CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas). “En ese caso doy por hecho que tiene rigor científico”.
Gutiérrez reconoce que las marcas o los gremios de la alimentación se aprovechan de que las sucesivas reducciones de plantilla en las redacciones hacen que los pocos periodistas que quedan anden saturados de trabajo y no siempre tengan tiempo para contrastar. “Otras veces se cae en la trampa de sacarla a toda prisa para ser los primeros en dar la noticia, por el clickbait o la primicia. Tal vez no en un informativo, pero sí desde las redes sociales del medio”, analiza.
Contrastar o complementar información a partir de contenidos de Internet porque se va con prisas es un arma de doble filo. Un estudio de 2015 puede estar obsoleto y no ser válido para refrendar un argumento. Otras veces, el error parte del periodista al dar por buenos y aplicables en humanos estudios que solo se han llevado a cabo en animales.
Ante las recientes críticas al CSIC por aceptar encargos de la industria, Gutiérrez cree que, si esos ingresos que entran por ahí sirven para financiar después estudios que redunden en la salud general, bienvenidos sean. “Sigo confiando en la integridad de los científicos. Otra cosa es que el comunicado que se envía a la prensa vaya sesgado. Pero ahí ya es tarea del periodista valorarlo, interpretar correctamente los datos, ir a las fuentes y contrastar”, añade. En un país como el nuestro, donde solo se destina a investigación el 1,2 % del PIB frente al 2,1 % de Alemania, las universidades e instituciones se ven obligadas a realizar estudios para terceros como forma de lograr fondos. “Si se destinara más dinero a investigar, tal vez desaparecería este conflicto”. Para la periodista Marta del Valle, “lo que no es de recibo es copiar y pegar una nota de prensa. Jamás debería publicarse como noticia”.