Desde que aparecieron en el mercado, la demanda de diferentes productos listos para su consumo es cada vez mayor. Estos productos han ido desplazando a las preparaciones caseras, básicamente por la falta de tiempo que hoy en día invade a muchas familias. Los caldos comerciales son un ejemplo de estos productos. Sin embargo, nadie pone en duda sus ventajas. ¿Qué les diferencia de los caldos caseros?
Rápida elaboración y pocas calorías
Los caldos que se venden en envases de brick son una alternativa muy socorrida para salvar más de un apuro. Antes de abrir el envase, el caldo se puede conservar varios meses en la despensa en buen estado. Una vez abierto, y en la nevera, se mantiene en buenas condiciones durante unos cuatro días.
En el mercado se pueden adquirir caldos de muchas clases. Verduras, pollo, carne o pescado son algunos de los ingredientes más comunes en su elaboración, ya sean por separado o combinados.
Abrir, calentar y servir. En tan sólo unos instantes disponemos de un delicioso caldo en la mesa. Además del poco tiempo de elaboración que requieren, los caldos templan el estómago, ayudan a saciar el apetito y aportan muy pocas calorías. Estas son algunas de las razones por las que estos productos se consumen cada vez más.
El consumo diario de caldos envasados aumenta el riesgo de retención de líquidos y de hipertensión arterial
Atención al sodio
El contenido de sodio añadido a los caldos comerciales para su buena y duradera conservación es lo que principalmente los diferencia de los caldos caseros. La cantidad de sodio no siempre aparece en el etiquetado, por lo que muchos consumidores piensan que su contenido de sal es bajo, lo que no se corresponde con la realidad.
El consumo ocasional de estos caldos no supone ningún inconveniente para la salud. El problema radica cuando se beben a diario o con mucha frecuencia. Además, hay que sumar la cantidad de sodio que contienen los caldos de brick a la de otros productos ricos en este mineral (precocinados, salchichas, quesos, jamón serrano, cereales de desayuno…) y a la sal que se añade a las comidas.
El exceso de sodio a medio y a largo plazo tiene consecuencias para el organismo, entre ellas un mayor riesgo de retención de líquidos que obliga al corazón, al hígado y a los riñones a realizar un sobreesfuerzo. Sumado a esto, un exceso de sodio agrava la hipertensión arterial ya que, al retener agua, aumenta el volumen de sangre y, en consecuencia, la presión sanguínea. Por este motivo, quienes deben controlar el sodio o la cantidad de sal en su dieta deberán realizar un consumo moderado de estos productos o evitar los alimentos que incluyen cantidades elevadas de sal en su composición.
El precio de los caldos comerciales es más elevado en comparación con los caseros. Un envase contiene generalmente un litro de caldo, cantidad que se emplea para unas cuatro raciones individuales. Un truco para aprovecharlo al máximo, a la vez que reducimos el contenido de sal, es añadirle dos vasos de agua por cada litro.
Preparar el caldo en casa es otra posibilidad, como por ejemplo el caldo de pollo o el caldo de puerros. Si uno mismo lo elabora, se conoce perfectamente tanto la cantidad de sal como la calidad y la proporción de los ingredientes que contiene. Asimismo, se puede aprovechar el caldo de cocción de determinados alimentos que en muchas ocasiones de desecha. Además, si se elabora en cantidades abundantes, se puede reservar en la nevera durante varios días o congelarlo para una conservación más duradera.