La mayoría de directrices alimentarias actuales se reducen a recomendar raciones adecuadas de alimentos que ayudan a prevenir ciertas enfermedades. Pero pocas veces se tiene en cuenta un factor tan importante como la disponibilidad. Según dos estudios recientes, uno estadounidense y otro australiano, muchos de los alimentos considerados saludables no están al alcance de la población con menos poder adquisitivo. Como consecuencia, señalan los autores, se tiende a seguir dietas pobres nutricionalmente, lo que a su vez aumenta el riesgo de desarrollar enfermedades.
Imagen: Ximena del CampoEn la actualidad, la alimentación saludable se está convirtiendo en una de las vías más destacadas en la prevención de un buen número de enfermedades. Todos los estudios coinciden en recomendar ciertos tipos de alimentos. Nadie pone en duda, por ejemplo, los efectos beneficiosos de la fruta o de las verduras en la prevención de patología cardiovascular, diabetes o cáncer. Es algo que se ve reflejado en las directrices alimentarias de algunos países. En el caso de Estados Unidos, por ejemplo, el número de raciones diarias recomendadas de fruta y verdura ha pasado de cinco a nueve.
Una cesta muy cara
Este aumento sería el adecuado si para la mayoría de la población no supusiera una carga excesiva en sus bolsillos, como parece ser que está ocurriendo ahora. Dos investigaciones, una estadounidense y otra australiana, constatan que muchos alimentos saludables no están al alcance de la población. Es más, en el caso de la población estadounidense, las familias con bajos ingresos tendrían que gastar entre el 40% y el 70% de su presupuesto en frutas y verduras para cumplir con las recomendaciones nacionales de una dieta saludable.
El estudio norteamericano aparece publicado en un número reciente de la revista ‘Journal of the American Dietetic Association’, dedicado por completo a pobreza y desarrollo humano. La investigación comienza constatando que sólo el 40% de los estadounidenses cumple con las directrices antiguas, y menos personas aún con las nuevas (un 10%). Uno de los motivos de este bajo seguimiento es, según el estudio, el poder adquisitivo. Las personas con más recursos consumen más frutas y verduras que las que tienen menos dinero. Esto se traduce en una mayor presencia de enfermedades en familias más pobres, comparadas con las más ricas.
Para elaborar el estudio, compararon en tres ocasiones las variaciones de precio en una cesta de productos frescos, desde 1995 hasta 2005. Aunque los precios de las frutas y verduras habían bajado a lo largo de los años, los precios no compensaban el aumento de raciones diarias de frutas recomendadas por las organizaciones alimentarias. Diana Cassady, directora del estudio y profesora de la Univesidad de California, asegura tras los resultados que las organizaciones alimentarias no sólo deben «descifrar la ciencia y elaborar las directrices apropiadas», sino también «ayudar a la gente a cumplirlas». Dicho asesoramiento se debería llevar a cabo teniendo en cuenta la realidad de la sociedad, para así reconsiderar la forma en la que se dan las recomendaciones. Según la profesora, se necesita «repensar el tipo de campañas educativas y de consejos» para las familias con ingresos reducidos. Se podría empezar por ofrecer frutas y verduras de bajo costo, considera.
En el asesoramiento nutricional se debería tener en cuenta la realidad social
El estudio australiano confirma datos similares. La investigación se centra en usar los resultados para motivar a la Administración Pública para que actúe con rapidez con el fin de garantizar la accesibilidad de los alimentos. El director del estudio, John Coveney, asegura que la investigación es la «evidencia clara de que algunos australianos no pueden acceder a una alimentación saludable». Añade que es esencial revisar de forma habitual el precio estándar de la cesta de la compra para así «mantener un registro del coste de una alimentación básica».
Menos dinero, más obesidad
Lo cierto es que varios estudios han relacionado un bajo poder adquisitivo con problemas derivados de una mala alimentación, como por ejemplo la obesidad. En los países desarrollados la obesidad es más frecuente en las capas bajas de la sociedad que en las altas. La propia Organización Mundial de la Salud ha advertido que la epidemia global de la obesidad está creciendo de forma acelerada en contextos de pobreza.
Un estudio reciente de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) asegura la existencia de esta correlación. El investigador Alejandro Cerda, de la misma Universidad, asegura que «no es que la gente no sepa qué comer, sino que no tiene el dinero para hacerlo bien». Por este motivo muchos recurren a «comida chatarra» o de ‘fast food’, mucho más económica pero lógicamente mucho menos saludable.
Es cierto que el problema de la obesidad puede presentarse por multitud de orígenes (sedentarismo, carencia de tiempo, falta de cultura alimentaria), pero también lo es que el acceso a los alimentos y la opción de elegir determinan la calidad de la dieta. En los primeros casos sólo hace falta voluntad y procurar seguir por iniciativa propia las directrices en materia de salud y alimentación. En el caso de situaciones de pobreza, poco se puede decidir. Es aquí cuando las directrices deben adaptarse a la realidad social, y no al revés.
El aumento de la demanda de productos ecológicos confirma la tendencia actual de los consumidores de buscar, en los productos que adquieren, buena salud y bienestar personal. Una investigación reciente sobre ‘Alimentos Ecológicos y Funcionales’, llevada a cabo por Nielsen Company, confirma a España como uno de los países en los que que más se asocia el bienestar a estos alimentos. En cifras, un 60% de los encuestados afirma que eligen estos productos porque los consideran saludables.
Pero a pesar de que la demanda de estos productos en los países desarrollados está creciendo, la mínima selección y variedad de productos disponibles (que se traduce en una escasa oferta) aumentan de forma considerable los precios. El estudio también pone de manifiesto que la principal razón por la que muchos consumidores no adquieren productos ecológicos es porque son demasiado caros.
Y las cifras avalan estos datos. En el caso de España, el consumo de alimentos ecológicos se sitúa ligeramente por debajo de las medias europeas en la mayor parte de los productos. «Los consumidores prefieren claramente productos ecológicos, y los comprarían más si fueran fácilmente accesibles durante sus compras habituales», señala José Luís García Fuentes, director general de Nielsen España.