Pocas cosas puede haber más exasperantes que los berrinches de los llamados malos comedores. Educar a los hijos en la adquisición de hábitos saludables no es algo que se pueda resolver en cinco minutos y, además, es uno de los aprendizajes más importantes que podrán adquirir, fundamental para esquivar un buen número de patologías graves como diabetes, obesidad, trastornos de la conducta alimentaria, enfermedades cardiovasculares e, incluso, ciertos tipos de cáncer (como el de esófago, páncreas o estómago). Por eso, gestionar todo lo que se pone en el plato, controlando las cantidades de azúcares y carne roja y evitando los ultraprocesados, se convierte en una de las principales tareas de la crianza. Y aquí, el método para ejecutar esa autoridad es determinante. Te lo contamos.
No hay que ser extremista
Las oleadas de información nutricional asustan a las familias. Por este motivo, en muchos hogares, y sin que ningún informe médico lo requiera, se prohíbe todo alimento procesado o con alto contenido en azúcares: da igual que se trate de una repostería casera ocasional, un cumpleaños infantil o cualquier otra jornada festiva.
Esta es una pauta tan rígida como desaconsejada por numerosos estudios, como los de las universidades de Sheffield (Reino Unido) y Pensilvania (EE.UU.), que relacionan esta manera de controlar la dieta infantil con una mayor predisposición a trastornos de la conducta alimentaria en la edad adulta. El motivo hay que buscarlo en la psicología: cuanto más prohibimos algo que ellos disfrutan, más lo desean, lo que les predispone a una conducta adictiva o descontrolada.
Los nutricionistas apuntan a que el enfoque para educar en la alimentación saludable no está en prohibir, sino en consolidar una buena relación con frutas, verduras, legumbres, pescados y carnes, concediendo el menor espacio posible a los llamados alimentos superfluos (es decir, aquellos productos que, por su composición, son poco recomendables desde el punto de vista nutricional, como la bollería, los refrescos o algunos tipos de carne procesada). En esta línea, el nutricionista Julio Basulto incide en la importancia de que en las familias no se fomenten conductas obsesivas con la comida. Basulto, que además es padre de tres chicas, comenta a menudo que nunca habla de nutrición a sus hijas mientras están comiendo o cenando.
Darles a elegir
Hay familias que dejan cierto margen de maniobra a los niños para que expresen sus preferencias antes de tenerlas en el plato: elegir qué legumbre quieren o decidir entre una carne guisada o a la plancha, el tipo de verduras o la variedad de frutas que les apetece.
Este enfoque, además de ahorrar berrinches, ha sido sometido a estudio por la Asociación Americana de Pediatría, institución que recomienda este abordaje y lo vincula con un menor riesgo de desarrollar obesidad en la etapa adulta, si se combina con otros hábitos saludables. La dietista-nutricionista Marisa Burgos, de Alimmenta, incide en que “la clave está en la exposición continua a los alimentos saludables y en aprender a ofrecérselos en diferentes formas, ya que esto nos permitirá saber cuáles son los productos que más agradan a nuestros niños”.
Imagen: arembowski
Acostumbrarles a comer frutas
Son fundamentales en una alimentación saludable, en las que más se debe insistir y, a veces, las más problemáticas. La nutricionista Marisa Burgos recuerda que el rechazo hacia determinadas frutas por su amargor o textura puede ser normal, pero que el punto de partida debe ser no acostumbrar el paladar de los niños a zumos procesados, lácteos azucarados u otros sabores artificiales: el riesgo está en que los niños acaben desarrollando aversión al grupo entero de frutas.
En esos casos, la nutricionista recomienda paciencia y optar por la estrategia y no la obligación. Ofrecer las frutas limpias, sin piel y en trozos con el objetivo de animarles a probarlas, no de imponérselas. El proceso puede llevar algún tiempo, pero su éxito solo será posible si el resto de los miembros de la familia predica con el ejemplo y muestra el hábito de comer fruta a los pequeños.
Si esto se complica, Marisa Burgos cuenta con un plan B: las preparaciones saludables. Desde macedonias a helados caseros sin azúcar de sandía o melón triturado, bizcochos caseros (sin azúcar) de manzana, plátanos o dátiles e incluso pizza con piña, siempre que la masa sea integral y casera. La nutricionista remarca que las posibilidades de éxito aumentan cuando se implica a los niños en la elaboración.
Cómo hacer que les guste el pescado
Un clásico de los motines en las mesas. Según Burgos, es importante empezar por los pescados que no lleven espinas, como la merluza, el gallo o el bacalao, o que sean fáciles de limpiar, como el salmón, la lubina o el lenguado. Se debe tener en cuenta que, aunque la introducción temprana es la clave, los cambios en los gustos de los niños a medida que van creciendo son normales.
La experta añade que “el tipo de presentación es fundamental, ya que hay niños que suelen rechazar los pescados a la plancha o al horno, mientras que aceptan perfectamente una sopa de pescado, una paella o fideos a la cazuela con pescado y marisco, por lo que es ideal que las personas que cocinan para niños se animen a probar las diferentes técnicas culinarias y experimenten con nuevas recetas”. La nutricionista pone como ejemplos las hamburguesas de merluza con huevo, así como las salsas de verduras para acompañar. Los fritos de pescado suelen ser un éxito asegurado, pero conviene no abusar de ellos por su mayor contenido en grasa, por lo que es mejor recurrir al horneado para los rebozados.