Sustituir a un especialista por una pastilla no es una buena idea. Si la pastilla es cara, si no es útil para lo que promete y no contiene lo que declara la etiqueta, sino desagradables sorpresas, la idea puede acabar en infortunios y tribulaciones. Es lo que ocurre con los complementos alimenticios para mejorar la función sexual masculina: no solo no “renuevan” dicha función, tal y como aseguran, sino que además pueden poner en peligro la salud de quien los toma. El presente artículo profundiza en este tema y justifica las anteriores afirmaciones.
Función sexual masculina, diversos problemas, ¿una sola pastilla?
Los problemas sexuales afectan a entre cuatro y siete de cada diez varones adultos. Los más conocidos son la reducción en el interés sexual o libido y la disfunción eréctil, pero hay muchos más, como los relacionados con la eyaculación (que puede ser precoz, retrasada o retrógrada), la insuficiencia testicular, la epidimitis (inflamación del epidídimo) o el síndrome de Reifenstein, entre otros. A su vez, diversos factores pueden ser responsables de tales problemas. El más común es la edad, pero ciertas enfermedades, el tabaquismo, el alcoholismo, el consumo frecuente de marihuana, los problemas emocionales, el estrés, algunos fármacos (como los anabolizantes o los analgésicos opioides) o la radioterapia pueden desencadenar uno o varios problemas sexuales.
Esta exposición puede hacer entender que no tiene sentido intentar resolver un problema complejo con una solución tan simple como una colorida pastilla denominada «complemento alimenticio» a la que se atribuyen proezas en la mejora de la función sexual. No tiene sentido, pero sobre todo no es ético, en especial si se sabe que sus vendedores no se han molestado en verificar mediante estudios rigurosos si la pastilla es efectiva y, no menos importante, si es segura.
Sí se han tomado dicha molestia el doctor Ryan Terlecki, profesor de urología, y sus colaboradores. Los resultados de su trabajo de investigación, publicado en la revista Journal of Sexual Medicine en noviembre de 2015, dejan pocas dudas: lo más sensato es no tomar la pastilla.
Infinidad de combinaciones posibles
El estudio de Terlecki y su equipo llega en el momento adecuado, dado que miles de hombres utilizan diversos complementos alimenticios para tratar sus problemas sexuales. No es tarea fácil analizar estos productos, porque los más vendidos incluyen una mezcla de múltiples compuestos. Uno de ellos esconde hasta 33 sustancias. Los productos más habituales son ginseng, tribulus, fenogreco, epimedio, ginkgo, yohimbina, maca, zinc, magnesio, vitaminas del grupo B, complejos multivitamínicos, antioxidantes, L-arginina y DHEA. Son solo algunos, porque se pueden hallar muchos más, conformados por una combinación caótica de ingredientes.
Pese a que estos productos o sus mezclas carecen de pruebas fiables de eficacia y seguridad, cada vez son más populares. El hecho de que numerosos varones oculten sus problemas sexuales por vergüenza o por miedo a ser estigmatizados (a causa de un diagnóstico formal) hace que sean más vulnerables y justifica, en buena medida, el éxito de estos complementos alimenticios, dado que se pueden adquirir sin receta o supervisión médica, muchas veces a través de Internet.
Sexo, pastillas y falsas esperanzas
En el estudio se lee que no se deben consumir complementos alimenticios por dos razones: porque no se tienen pruebas que justifiquen su supuesta eficacia y porque algunos son peligrosos. Pero, aunque su consumo no fuera arriesgado, el primer motivo (la falta de sustento científico para sus promesas) sería suficiente para descartarlos. Ya se sabe que si una persona que tiene un problema de salud deposita sus expectativas en promesas falsas o en talismanes quiméricos, recibirá a cambio frustración, desgastará su esperanza en hallar una solución a sus molestias, tardará en asumir la responsabilidad de mejorar su estilo de vida y, peor aún, demorará la solicitud de ayuda profesional.
Complementos sin pruebas de eficacia y seguridad
«Todas las sustancias revisadas en este estudio carecen de pruebas científicas robustas», en palabras de Terlecki y sus colaboradores. A ello añaden dos consideraciones más: que hay muy pocas investigaciones que hayan evaluado su posible toxicidad y que muchos de estos preparados son peligrosos, algo que se amplió en el artículo ‘Complementos dietéticos: cuidado con lo «natural»‘. Los riesgos pueden provenir de la actividad farmacológica de los compuestos que los conforman (que, paradójicamente, pueden afectar de manera negativa a la sexualidad), de interacciones con medicamentos que ya esté tomando el comprador de estos complementos y, sobre todo, de posibles adulteraciones.
Viagra escondida en tres de cada cuatro de estos productos
El poeta francés Jean de la Fontaine afirmó que a menudo encontramos nuestro destino por los caminos que tomamos para evitarlo. La frase tiene mucho sentido en un caso como este: numerosas personas evitan tomar fármacos para sus problemas sexuales por miedo a efectos secundarios, y acaban por toparse con dichos efectos, generados por los complementos alimenticios que han tomado como sustitutos. Esto se explica porque por más que presuman de «puros» o «naturales», estos productos se suelen adulterar con fármacos. El objetivo es que sus usuarios sientan efectos reales al consumirlos y, por tanto, los compren con más frecuencia.
En el estudio del doctor Terlecki y su equipo aparece que en el 81% de los complementos alimenticios para mejorar la función sexual masculina se encuentran inhibidores de la fosfodiesterasa 5, es decir, el famoso sildenafilo, el compuesto farmacéutico que se utiliza para tratar la impotencia, conocido por el primer nombre comercial que recibió: Viagra. Más escalofriante aún es descubrir que, como mínimo, el 20% de las muestras puede contener cantidades de sildenafilo que superan la dosis máxima que puede prescribir un médico. Este fármaco está contraindicado, por posibles efectos adversos graves, en determinados casos de enfermedad cardíaca o en ciertas patologías hepáticas o renales. Además, puede interaccionar con otros que ya esté tomando el individuo que confía en estos complementos alimenticios. Como se ve, tomar sildenafilo sin la supervisión de un médico (y más si se hace en dosis elevadas) es muy arriesgado.
Pero la investigación halló otras sorpresas en estos productos, como la presencia de aminotadalafilo, un compuesto que se deriva de los medicamentos empleados para la disfunción eréctil, pero que, a diferencia del sildenafilo, es ilegal.
Esto, por desgracia, sucede también en España, como se detalló en el artículo ‘Sorpresas ocultas en los complementos alimenticios‘.
Complementos alimenticios: un negocio multimillonario
Si a lo anterior se añade que existen fabricantes que comercializan más de un millón de estas cápsulas cada mes y que las ventas de complementos alimenticios se han duplicado en la última década, se entiende mejor la magnitud del problema. La empresa General Nutrition Corporatio, el mayor vendedor de complementos alimenticios de Estados Unidos, ingresa al año 2.700 millones de dólares. En realidad, es solo una parte de los 30.000 millones que gastan los americanos cada año en terapias complementarias o alternativas.
Cabe preguntarse qué sentido tiene este gran dispendio en productos ineficaces y arriesgados y en qué invierten los beneficios estas empresas, si no es en publicar investigaciones rigurosas. Las grandes farmacéuticas (muchas de ellas implicadas en las ventas de estos productos) ganan mucho dinero con la venta de medicamentos, pero, tal y como indica el profesor Edzard Ernst en su artículo ‘La falacia «natural equivale a seguro»‘: «El valor de un tratamiento concreto se determina preguntándonos si se generan más beneficios que daños. Si el tratamiento no es efectivo, incluso el más pequeño de los riesgos podría inclinar la relación beneficio-riesgo hacia el ‘riesgo’. Si otro tratamiento viene cargado con serios efectos adversos, pero su implementación puede salvar una vida, podría ser de gran utilidad».
¿Por qué sucede esto?
Salvo quienes sean investigadores especializados en farmacología o en epidemiología, es probable que no sepamos dilucidar cuándo es plausible que una sustancia ejerza mejoras en el funcionamiento de un sistema concreto, como es el caso del que regula la función sexual. Si esa sustancia no está aislada, sino que se combina con unas cuantas más, la dificultad crece de manera exponencial. Por eso se exigen estrictos requisitos de eficacia, dosificación, indicaciones, público objetivo y seguridad a los fabricantes de fármacos antes, durante y después de la comercialización de cada uno de sus productos. Unos requisitos que no se aplican a los complementos alimenticios, de venta libre. Algo ya denunciado por numerosas voces, según se amplió en el texto ‘Complementos alimenticios: ¿qué les decimos a nuestros pacientes?’.
En resumen, pese a que buscar ayuda para un problema de salud es el primer paso para resolverlo, conviene revisar quién nos presta dicha ayuda. El resultado será bien distinto si se acude a un profesional sanitario acreditado que si se recurre a alguien más interesado en nuestro bolsillo que en nuestro bienestar.
Nuestro patrón de alimentación puede influir en la función sexual. Una prueba está en la investigación publicada en 2011 por los doctores Adamowicz y Drewa en la revista Central European Journal of Urology, en la que se lee que “los errores dietéticos habituales entre varones humanos, tales como el consumo de bebidas azucaradas, pueden conducir a una lenta y asintomática progresión de la disfunción eréctil, resultando finalmente en una clara manifestación de dicha disfunción”.
Otros estudios, como el de Maiorino y sus colaboradores (Asian Journal of Andrology, enero de 2015), van más allá y añaden que “la promoción de estilos de vida saludables puede ejercer grandes beneficios para reducir las cifras de disfunción sexual”. La frase conduce a un mensaje importante: mejorar nuestros hábitos mejora la salud, algo que a su vez influirá de forma positiva en la calidad de nuestra vida sexual.