A estas alturas de las vacaciones ya habrá personas que estén pensando en la dieta que empezarán a comienzos de septiembre. ¿Por qué esta fijación?
Surge sobre todo en las mujeres, porque estamos obsesionadas por tener un físico X y esa idea la relacionamos con el adelgazamiento. Estar a dieta, que realmente es un estilo de alimentación, lo asociamos automáticamente con adelgazar y con toda la carga negativa que conlleva.
¿Y no tiene por qué ser así?
No, podemos estar a dieta porque queremos mejorar nuestro rendimiento deportivo, porque tenemos una patología concreta, etc. Hacer dieta es seguir una pauta más específica de alimentación durante un tiempo, pero no significa que tenga que ser algo negativo. Oímos dieta y pensamos en restricciones y prohibiciones, cuando no tiene por qué ser así. La dieta es un estilo de alimentación.
¿En este interés por las dietas pesa más la salud u otras motivaciones?
Depende de las personas. Las hay que tienen un interés por la salud, quieren hacer dieta porque les ha salido algo mal en la analítica, porque se lo ha recomendado un profesional o porque ellas mismas se han dado cuenta de que tienen limitaciones, por ejemplo, en el movimiento. Pero la realidad es que en el 90 % de los casos hay una motivación estética, especialmente en las mujeres: buscan un físico concreto, quitarse grasa de la tripa o tener menos celulitis.
¿Las mujeres se sienten más presionadas a hacer dieta que los hombres?
Sí. Tenemos que seguir determinados cánones y, al final, a las consultas acuden muchas más mujeres que hombres. Hace poco leí un estudio científico que señalaba precisamente esto; hacía referencia a que los hombres empiezan una dieta de adelgazamiento para conseguir una salud mejor y, en cambio, las mujeres lo hacen con la finalidad de obtener un físico concreto.
¿Y con ese objetivo entran en una dinámica de seguir una dieta tras otra?
En la consulta nos damos cuenta de que la mayoría de las mujeres, el 90 % de nuestros pacientes, han estado toda la vida a dieta en un círculo vicioso sin fin. Notamos que en los últimos años hay más personas que vienen a aprender a cuidarse y comer sano porque quieren encontrarse bien, pero cuando rebuscamos vemos que muchas han acumulado una dieta tras otra y han tenido una mala relación con la comida. Hay mucho trabajo por hacer todavía.
¿Qué efecto tiene en la salud estar siempre a dieta?
La salud física depende de qué tipo y cuántas dietas hayan hecho. Nos encontramos con auténticas barbaridades. Las hay que provocan alteraciones en las analíticas y por eso quien las sigue decide dejarlas. Son dietas deficitarias en vitaminas o minerales porque muchas veces limitan incluso las frutas y las verduras, imprescindibles en la alimentación. A veces nos encontramos con bajadas de peso, pero con mucha pérdida de masa muscular, algo muy perjudicial. También hay dietas que dañan el metabolismo y, luego, cuando comemos sano, con los ingredientes que el cuerpo necesita, cuesta más adelgazar.
¿Qué consecuencias psicológicas se producen?
Por un lado, se establece una mala relación con la comida y la persona entra en círculos de prohibición, atracón y compensación. Por otro lado, esta dinámica genera muchos mitos y fobias en torno a los alimentos.
¿Esta presión social por estar delgados guarda relación con un aumento de la prevalencia de los trastornos de la alimentación?
Sí, tiene mucho que ver porque hay determinados estereotipos de belleza establecidos socialmente que contribuyen a que se perpetúen determinados complejos. Esto facilita que muchas personas no tengan una aceptación corporal y piensen que esta va a venir de la mano de un adelgazamiento. Eso tiene una repercusión en la salud emocional y lleva a un aumento de la prevalencia de los trastornos de la conducta alimentaria. Es algo que hemos notado mucho en el aumento de las sesiones de psiconutrición.
¿Cómo se sale del círculo vicioso de las dietas?
Necesitamos transmitir que la filosofía ‘come sano, vive sano’ consiste en un cambio de hábitos y en dejar de vivir a régimen para siempre. Conseguimos que muchas personas cambien en este sentido.
¿Cuál es la alternativa a estar permanentemente a dieta?
El cambio de hábitos, aprender a comer sano y entender que no todo el mundo necesita lo mismo y que las cosas no se consiguen de un día para otro. Si llevamos muchos años relacionándonos con la comida de una manera determinada, no lo podemos cambiar instantáneamente; hay un trabajo de reeducación y de dejar determinados hábitos que teníamos. Se necesita paciencia y acudir a profesionales para que nos ayuden. En alimentación, para obtener resultados diferentes hay que hacer cosas diferentes.
¿Por qué cuesta tanto el cambio?
Cuesta tanto adquirir hábitos saludables porque queremos los resultados ya, y eso es imposible. Estamos acostumbrados a la rapidez, lo queremos todo para mañana. En un proceso de cambio de hábitos se necesita aprender, educar, y no se puede hacer en una o dos sesiones.
¿Conviene reducir las expectativas cuando son muy ambiciosas?
Hay que hacer un trabajo de ajustar las expectativas en las sesiones, porque a veces hay personas que ven una reseña en las redes sociales donde se habla muy bien, se cuenta lo que se ha adelgazado, pero no se explica más, no sabemos algo tan importante como en cuánto tiempo lo ha hecho.
¿Para ese cambio de hábitos hacen falta semanas o meses?
Cada uno tiene un proceso, no es algo universal porque cada uno es diferente. Depende de la relación que cada persona tenga con la comida, del trabajo de aceptación corporal que sea necesario, de si existe o no una alimentación emocional, etc.
La alimentación es fundamental en la salud y al mismo tiempo puede verse afectada por muchos factores. ¿Le damos el valor que tiene?
No le damos la prioridad que merece, quizá porque el estrés nos puede. En eso hay también un aprendizaje imprescindible. Tenemos que organizarnos durante el fin de semana para luego durante la semana no acabar improvisando y malcomiendo. Esto no se consigue de un día para otro. En mi libro hay un gráfico muy ilustrativo donde se sitúa a una persona en el centro y en torno a ella todos los factores que la rodean. Uno de esos factores es la alimentación, pero hay otros muchos: el deporte, la familia, el trabajo, etc. Para lograr un cambio de hábitos hay que abordar todas esas áreas. En una comida y una vida sanas hay muchas cosas que están conectadas. Somos lo que comemos, pero somos muchas más cosas que lo que comemos.
¿Cuándo apostar por ese cambio vital? ¿Qué época es mejor? ¿El comienzo de curso es un buen momento?
No hay épocas mejores que otras. Siempre es un buen día para empezar a cuidarnos. En los centros de nutrición en septiembre vamos a estar a tope, igual que en enero. Esto no debería ser así. Para hacer ese cambio de chip lo primero que tenemos que entender es que no hay épocas del año para cuidarse porque, si no, estamos pensando que es algo temporal. Cuidarse es independiente de la época del año. Hay que aprender a relacionarse con la comida en unas vacaciones y a encontrar un punto de equilibrio en la alimentación.
¿Qué factores influyen en ese cuidado de la alimentación? ¿Hay que tener en cuenta el ciclo menstrual o la edad, por ejemplo?
Hay determinadas cosas que tendríamos que empezar a tener en cuenta y una de ellas es el ciclo menstrual. En función del momento, tenemos unas hormonas más altas que otras y eso determina unas apetencias u otras. En la menopausia también tenemos necesidad de unos nutrientes concretos y habría que tenerlo en cuenta, porque nos ahorraríamos determinados problemas de nutrición emocional y ansiedad y entenderíamos mucho mejor lo rica y compleja que es la nutrición.
¿Qué otros factores influyen?
El descanso, el ejercicio físico, el estrés, cómo estemos emocionalmente, si tomamos fármacos… Somos un todo. Hay muchos factores que influyen en la alimentación y, al contrario, esta influye en otras muchas cosas.
¿El éxito en ese cambio saludable del que habla es mayor entre quienes tienen en cuenta todos esos elementos?
Sin duda. La tasa de éxito es mayor porque se trabajan factores que interactúan entre sí y participan los profesionales necesarios para abordarlos. No siempre es necesario que intervenga un psicólogo, pero en ocasiones es preciso que entre en el proceso. Lo mismo puede decirse de otros profesionales.