En octubre, con el comienzo del otoño, empieza la mejor época de los puerros. Y no solo en la huerta, sino también en la cocina. Los platos más calentitos (algunos, incluso, de cuchara) ganan mucho en sabor cuando les añadimos este vegetal. Conozca más sobre esta hortaliza: cómo cocinarla, sus características nutricionales y en qué fijarse para comprarla.
Los puerros son parientes de las cebollas, las cebolletas y los ajos, pero tienen su propia identidad. Firmes y enhiestos, los más altos de la familia son también los más versátiles en el momento de cocinar. Crudos, asados, en sofrito o triturados, resultan muy flexibles en los fogones y le imprimen un sabor especial a infinidad de recetas. Es más, son los protagonistas absolutos de dos platos muy apreciados: la porrusalda y la vichyssoise. Ninguna de estas delicias podría elaborarse sin ellos.
¿Qué tiene de especial esta hortaliza que se consume desde la época de los faraones? Para empezar, buen sabor. Los puerros pueden darle vidilla a muchos platos sin opacar la presencia de otros ingredientes, como a veces ocurre cuando utilizamos cebollas o ajos. Podemos prepararlos en hojaldres (usándolos como relleno) o en purés, guisos, sopas y cremas, ya que la vichyssoise puede tomarse fría o caliente. Van muy bien como acompañamiento de todas las legumbres, y son muy agradecidos para saltear a la plancha y emplearlos como guarnición de pescados.
Además de aportar sabor, los puerros son poco calóricos y muy saludables. Y como son muy ricos en potasio y contienen muy poco sodio, también resultan diuréticos, una característica que beneficia a las personas con problemas de hipertensión, retención de líquidos y cálculos renales.
Un consejo al comprarlos: hay que fijarse en su aspecto. El tallo debe ser blanco y recto, sin marcas, imperfecciones ni engrosamientos. Las hojas, verdes, han de ser planas y firmes. Si están blandas o tienen un color amarillento o blanquecino, es mejor elegir otra pieza.