Cada vez más estudios demuestran la elevada prevalencia de malnutrición-desnutrición en el sector poblacional de personas mayores. Independientemente de si los ancianos viven solos, están institucionalizados -viven en residencias de ancianos o en centros de larga estancia-, o se encuentran hospitalizados, la desnutrición merma su calidad de vida y los hace más proclives a enfermedades infecciosas e, incluso, a una mayor estancia hospitalaria.
Estado nutricional
Numerosos autores afirman que las personas mayores que no tienen ninguna enfermedad y disfrutan de una vida activa -pese a los cambios fisiológicos asociados a su edad-, mantienen un correcto estado nutricional; mientras que los ancianos que padecen enfermedades crónicas o sufren trastornos de salud agudos, acusan un peor estado nutricional. Según diversos estudios epidemiológicos, son varios los marcadores del estado nutricional que suelen estar alterados en la vejez: el hierro, las proteínas (albúmina), el zinc, vitaminas como B12, el ácido fólico y la vitamina D.
En concreto, el estado nutricional refleja si las necesidades del organismo están cubiertas a través de la ingesta dietética diaria, para lograr que se mantenga sano, pueda realizar actividades fisiológicas normales, desarrollarse y desempeñar actividades laborales, intelectuales y recreativas, entre otras. Estas necesidades están sujetas a cambios fisiológicos como los que suceden con el paso de los años.
Cosas de la edad
Los cambios fisiológicos asociados al proceso natural del envejecimiento determinan, por una parte, modificaciones en los hábitos alimentarios, tanto en el consumo de alimentos (en cantidad y frecuencia) como en la forma de cocinado, y, por otra, alteraciones en el aprovechamiento orgánico de los nutrientes. Con la edad, los diversos órganos, entre ellos los digestivos, van siendo menos funcionales, lo que explica las molestias digestivas que sufren muchos ancianos tras las comidas, los problemas de estreñimiento o incluso la incapacidad para masticar bien los alimentos, o la lentitud de su estómago para digerirlos.
La deficiencia de vitaminas, junto a una menor ingesta de proteínas, hierro y zinc, aumenta el riesgo de anemia y de debilidad muscular y del sistema inmune
En líneas generales, se puede decir que con la edad el digestivo experimenta cambios morfológicos (atrofia) y funcionales (disminución de la secreción de enzimas digestivas y de la motilidad), lo que origina alteraciones en la digestión y absorción de nutrientes y, por tanto, menor aprovechamiento de los alimentos ingeridos. Comienza entonces un círculo vicioso que puede conducir, si no se remedia a tiempo, a situaciones de malnutrición-desnutrición relativamente frecuentes en los ancianos. Muchos mayores muestran desgana y falta de apetito ante la dificultad que tienen para masticar la comida o para tragarla (disfagia) o comen menos para evitar las molestias digestivas y la hinchazón que sienten después de comer.
La principal consecuencia del consumo insuficiente de alimentos es que comienza a gestarse la desnutrición, global o específica para algún nutriente concreto, lo que explica a su vez esa desgana o la anorexia, entendida como falta de apetito. Son relativamente frecuentes las deficiencias de algunas vitaminas como la B12 y la vitamina D que, junto a una menor ingesta de alimentos proteicos y ricos en hierro y zinc, aumenta el riesgo de anemia y de debilidad muscular y del sistema inmune, con el consiguiente riesgo de infecciones o de un peor pronóstico en la cura de ciertas enfermedades.
Hay otros factores de riesgo de desnutrición, como los relacionados con el nivel socioeconómico del anciano (soledad, viudez o escaso poder adquisitivo, entre otros) y los asociados a la dificultad de movimiento que impide el desplazamiento, la posibilidad de hacer la compra e incluso de cocinar. Y si la persona mayor tiene una o más enfermedades crónicas -como diabetes, hipertensión arterial, hipercolesterolemia-, tiene que contar con que algunos de los medicamentos que toma pueden ocasionarle efectos secundarios y afectarle a su ingesta espontánea de alimentos (nauseas, anorexia, estreñimiento o diarrea).
Todos estos factores determinan, por una parte, el origen multi-causal de la desnutrición en las personas mayores y, por otra, la necesidad de contemplarlos y adaptar la dieta a las necesidades específicas del anciano o valorar la necesidad de un soporte nutricional extra. La Guía CONSUMER EROSKI “Cómo atender mejor a nuestros mayores”, explica con detalle las distintas teorías del envejecimiento que ayudan a entender cómo afectan a la salud de la persona todos los cambios funcionales que se producen en el organismo con la edad.
Residencias geriátricas
Según datos recientes del Instituto Nacional de Estadística (INE), son más de siete millones y medio las personas mayores de 65 años que viven en España, cifra que representa cerca del 17% de la población nacional total. Un 5% de los ancianos se encuentran institucionalizados en residencias geriátricas o centros de larga estancia, mientras que el 95% restante sigue viviendo en casa. De este 95% que residen en su domicilio, el 80% vive en familia, mientras que el 20% vive solo. Asimismo, este porcentaje, mucho mayor que años atrás, va en aumento. Esta distribución es muy diferente respecto a EE.UU. o a países del resto de Europa, donde lo más frecuente es que los ancianos vivan en residencias.
Numerosos estudios llevados a cabo hablan de la desnutrición como un verdadero problema de salud pública en los ancianos. Se estima que la prevalencia de desnutrición en la población anciana española que vive en su domicilio varía entre el 3 y el 5%, mientras que en los ancianos institucionalizados puede alcanzar cifras superiores al 30%. Los registros de alimentos de las personas mayores que viven en sus domicilios relatan una dieta monótona y el cálculo nutricional constata el aporte insuficiente de más de un nutriente, pese a que la ingesta energética sea suficiente o incluso excesiva. Es decir, estos ancianos siguen una dieta desequilibrada.
Uno de los problemas en las residencias es que el consumo real de alimentos no se corresponde con las raciones que precisan para cubrir sus requerimientos
Se observa también cómo la desnutrición se incrementa con la edad, con la pluripatología y con la estancia en las residencias geriátricas. Los resultados de la evaluación de los menús en los geriátricos son muy diversos, aunque no hay muchos estudios al respecto. Están los centros que ofrecen menús variados donde se programan en cuanto a energía y nutrientes, pero también hay instituciones en las que la alimentación apenas está planificada salvo en protocolos que no siempre se cumplen.
Un estudio transversal en 89 mujeres de entre 72 y 98 años que viven en residencias geriátricas en Granada (España), llevado a cabo por el Departamento de Nutrición y Bromatología de la Facultad de Farmacia de la Universidad de Granada, y publicado en 2003 en la revista “Nutrition”, encontró que el 7,9% de las residentes estaban desnutridas (según el test “Mini Nutritional Assessment”) y el 61,8% se encontraban en riesgo de desnutrición.
Los alarmantes casos de desnutrición entre personas mayores son preocupantes no sólo en España, también en otros países del mundo. En un estudio realizado en todas las residencias geriátricas en Helsinki con una muestra de 2.114 personas de una edad media de 82 años, se encontró que el 29% de los ancianos tenía pronóstico de desnutrición y un 60% presentaba un riesgo elevado. En otro estudio en 14 residencias de Hong Kong (China) con 1.699 personas se encontró un 26% de los residentes con un IMC menor a 18,5 kg/m2, cuando el índice ideal es de 20 a 25 kg/m2, lo que indica desnutrición.
Uno de los problemas fundamentales en las residencias es que el consumo real de alimentos por parte de los ancianos no se corresponde con las raciones que precisan para cubrir sus requerimientos. Quedan en el plato parte de la energía y nutrientes que necesita su organismo, por lo que la consecuencia al cabo de días, meses o años, es un déficit nutricional evidente. En muchos casos porque no les gusta el sabor de los alimentos, la forma de cocinarlos o su presentación, pero también hay quienes no comen porque tienen problemas con la dentadura o dificultades para tragar, y la dieta no está adaptada a sus necesidades específicas.
Valoración nutricional
Ante esta grave situación, es lógico pensar que es imprescindible realizar siempre una valoración del estado nutricional exhaustiva a este colectivo vulnerable, ya sea como revisión rutinaria por el personal sanitario de atención primaria, por el personal de la residencia o del centro asistencial o bien en el momento del ingreso en el centro hospitalario, si fuera el caso.
La Sociedad Española de Nutrición Enteral y Parenteral, SENPE, y la Sociedad Española de Gerontología y Geriatría, SEGG, han desarrollado el documento de consenso “Valoración nutricional en el anciano” como herramienta útil para que el personal sanitario que interviene en la alimentación y la nutrición especializada de las personas mayores pueda aplicar formas efectivas para su valoración y establecer el procedimiento de nutrición más adecuado. Hay evidencia de que en ancianos de riesgo o desnutridos, el aumento del aporte de proteínas, energía, determinadas dosis de minerales y de ciertas vitaminas, es una medida eficaz para mejorar su estado nutricional.