Aprender a comer bien es una continua introducción de hábitos correctos y una elección de las opciones más saludables. La mejor escuela donde se realiza este aprendizaje es la familia. Con esta premisa, el Día Nacional de la Nutrición, convocado por FESNAD (Federación Española de Sociedades de Nutrición, Alimentación y Dietética), recuerda que en sus manos está mejorar los malos datos sobre la tasa de obesidad, sobre todo infantil, en España. Las claves se explican a continuación: enseñar a comer requiere voluntad, sentido común y colaboración en la cocina, seguir el ejemplo de los abuelos y poner en práctica algunos trucos saludables.
Aprender a comer no es fácil. Las dificultades son evidentes desde el primer momento de vida. En ocasiones, comenzar a mamar precisa esfuerzo, introducir poco a poco los alimentos requiere cumplir una serie de consejos y conseguir que todo tipo de recetas se integren en su justa medida en la dieta diaria es consecuencia de una voluntad firme por atender la salud.
La vida doméstica es determinante para la salud de las personas. Acciones cotidianas como elegir el menú y comer, descartar unos alimentos para escoger los mejores, así como dedicar cinco horas a la semana para hacer ejercicio determinan las enfermedades y el bienestar de toda la familia. Son los más pequeños quienes mejor reflejan el acierto de las decisiones en torno a la mesa porque también son ellos quienes evidencian los errores.
Un estudio del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, realizado en colaboración con la Fundación Dieta Mediterránea hace menos de un lustro, puso sobre la mesa datos tan clarificadores como que dos de cada cuatro menores de ocho años no habían probado las espinacas, los tomates, las zanahorias, las aceitunas ni los espárragos. Sin embargo, casi la totalidad había comido pizzas y hamburguesas. El reto ahora es que la asignatura de comer bien se apruebe en familia.
Enseñar a comer requiere voluntad
Los padres son los mejores maestros para enseñar a sus hijos a alimentarse, de manera que comer sea sinónimo de crecer sano
El conocimiento sobre lo que es bueno no es innato. Menos aún cuando hay que contrarrestar los mensajes y las corrientes que en alimentación conducen a decisiones rápidas, fáciles e insanas. Aprender a decidir bien para después enseñar a tomar hábitos correctos implica conocimientos que muestren razones fundamentadas y de peso para lograr familias convencidas de la importancia de comer sano. La experiencia y los resultados ofrecen los argumentos más sólidos para que las frutas, las verduras y las hortalizas tiñan de colores los menús diarios. El bienestar del cuerpo, de los dientes y de los huesos es el testimonio definitivo de que los hábitos alimentarios de una familia son correctos, pero para alcanzar ese grado de satisfacción y de acierto hay que querer llegar.
Antes de emprender el camino, hay que tener muy presente que el ejemplo de los mayores de la familia es la mejor escuela. Los mejores maestros para enseñar a sus hijos a alimentarse son unos padres que comen variado, sin manía a ningún alimento, que introducen la fruta en sus postres diarios o en los tentempiés, saborean los dulces como algo extraordinario, les gusta el pescado y comen poca carne roja, prefieren platos que no son grandes en porciones, pero están completados con gusto. De esta manera, los niños aprenderán a comer como sinónimo de crecer sano.
Sentido común y colaboración en la cocina
Los más pequeños serán aprendices e inspiradores una vez tomada la decisión de comer sano en casa, con productos frescos y de temporada, mientras que los precocinados serán un recurso extraordinario; convencidos de que lo bueno puede ser también muy sabroso, las frutas y las verduras son divertidas y la cocina es un lugar de encuentro familiar y de disfrute. La FESNAD sugiere una lista para colocar en la nevera, que sirve de guía en el proceso de convertir los propósitos en hábitos.
Implicar a los pequeños en el diseño de los menús de la casa: les ayuda a entender por qué unos días se come lo que más gusta y otros hay que elegir platos que son menos favoritos.
Llevarles a la compra, explicarles que en el carro tiene que haber variedad de alimentos y ayudarles a comprender por qué se escogen unos y se descartan otros.
Dejarse acompañar en el proceso del cocinado y mostrar el trabajo que lleva alcanzar el resultado, para entender que es mucho más que abrir una bolsa.
Hacerles responsables de poner la mesa, colocar los cubiertos y los vasos. De esta manera, son conscientes del protocolo y de la variedad de elementos que implica comer bien.
Hacer de la comida, la cena y el desayuno, o al menos de uno de ellos, un encuentro familiar en el que se cuenten cosas, se compartan recuerdos y se analice la actualidad.
Narrar historias de comida, de guisos antiguos, de experiencias culinarias, de comidas de las abuelas, de sabores de antes, de anécdotas en torno a una mesa.
Poner las normas de conducta con cubiertos y comportamiento, pero no convertir la comida en una continua lección sobre lo que se puede o no hacer, en un momento de corrección y de riñas.
El ejemplo de los abuelos
Una nueva evidencia (Encuesta Nacional de Ingesta Dietética Española 2011) acompaña a las últimas campañas de las instituciones responsables de la nutrición y la alimentación: las personas mayores se alimentan, o al menos saben cómo alimentarse, mejor que las personas más jóvenes. Esta sabiduría es una aliada indiscutible en la enseñanza familiar.
Los abuelos, ejemplos de sabiduría y experiencia, pueden colaborar de forma muy eficaz para que los hábitos saludables sean los queridos y buscados. Ellos recuerdan la agricultura más cercana, los tiempos de la naturaleza, no les gustan los nuevos productos alimentarios y, sin embargo, disfrutan con la fruta y las verduras, el pescado y las legumbres. Son una valiosa correa de transmisión, capaces de dar muestras de afecto y conservar gestos de autoridad que refuerzan el desarrollo psíquico de sus nietos.
En el aprendizaje conjunto, los padres también necesitan algunos trucos para salir triunfantes en su propósito de hacer del hogar la mejor escuela para aprender a comer:
Nada de picar antes de comer, mientras se espera. En todo caso, elegir una zanahoria o una pieza pequeña de fruta.
Guardar los dulces y los chocolates e invitar a que sean los propios niños quienes los cojan de vez en cuando y con permiso.
Enseñar a comer con agua y explicar que los zumos, los refrescos y los productos lácteos en las comidas no aportan nada esencial y restan apetito.
El salero no debe estar en la mesa, hay que disfrutar de los sabores auténticos.
Intentar que prueben con frecuencia un alimento nuevo, una nueva receta. Y lograr que disfruten con las verduras y las hortalizas, tras destacar sus propiedades.