La cantidad de personas diagnosticadas de una dolencia denominada Síndrome del Intestino Irritable (SII) no deja de aumentar. Sin embargo, el mayor número de diagnósticos no se acompaña de un consenso claro con respecto a su abordaje, que con frecuencia se basa en tomar menos fibra. Una propuesta es la dieta FODMAP, que en los últimos años ha cobrado una gran relevancia. Pero, como en todo tratamiento sanitario, hay que estar seguros de su eficacia antes de implementarlo de forma universal, algo que podría incrementar la confusión que en ocasiones existe en este trastorno, tal y como se detalla en el presente artículo.
Síndrome del intestino irritable
Pese a que se considera que el síndrome del intestino irritable es uno de los desórdenes gastrointestinales más comunes, hablar de su diagnóstico no es en absoluto tarea fácil. De hecho, existe una gran controversia sanitaria en todo lo relacionado con este síndrome, según detalló en 2012 (revista Therap Adv Gastroenterol) el doctor Michael Camilleri, catedrático de Medicina, Farmacología y Fisiología.
En cualquier caso, una revisión publicada en julio de 2014 y coordinada por la doctora Rosario Cuomo (World J Gastroenterol) aseguró que el diagnóstico pasa por revisar si existen dolores abdominales recurrentes durante como mínimo tres días al mes durante los últimos tres meses, además de dos o más de los siguientes criterios:
- Mejora de los síntomas tras la defecación.
- Aparición de los síntomas tras con un cambio en la frecuencia de las heces.
- Mayor sintomatología relacionada con cambios en la forma o en la apariencia de las heces.
¿Dieta FODMAP?
La dieta FODMAP es una de las más buscadas en España en 2015, según la herramienta Google Trends. Ello nos da una pista de la importancia de esta dieta para la población general. Para hablar de esta dieta debemos recurrir, en primer lugar, a Peter Gibson y Susan Shepherd, pertenecientes a la Universidad Monash en Victoria (Australia). Gibson y Shepherd son dos de los investigadores que hablaron por primera vez de la llamada «hipótesis FODMAP». Lo hicieron en junio de 2005 en la revista Alimentary Pharmacology & Therapeutics, donde se puede comprobar que el acrónimo FODMAP proviene de los vocablos ingleses Fermentable Oligosaccharides, Disaccharides, Monosaccharide And Polyols, palabras que en castellano corresponden a Oligosacáridos Fermentables, Disacáridos, Monosacáridos y Polioles.
Los FODMAPs tienen en común el hecho de ser carbohidratos de cadena corta. Se hallan, sobre todo, en frutas, hortalizas y legumbres; también están en algunos productos lácteos. Este tipo de carbohidratos se ha relacionado con los síntomas del síndrome del intestino irritable, de ahí que haya cobrado fama la llamada dieta FODMAP, en la que se encuentra poca cantidad de estas sustancias. A su fama ha contribuido el hecho de que, en los diez años transcurridos desde el artículo de Gibson y Shepherd, algunas investigaciones han observado ciertos beneficios atribuibles a la reducción en la ingesta de FODMAPs.
Escepticismo sobre la dieta FODMAP
Sin embargo, tales estudios no son en absoluto concluyentes. Existen bastantes investigadores y profesionales sanitarios que cuestionan el diseño y la eficacia de la dieta para abordar el síndrome del intestino irritable.
Es el caso de una rigurosa investigación aparecida en agosto de 2015 (Drug and Therapeutics Bulletin) que concluyó que hay muy pocas pruebas que sustenten la utilidad de esta dieta para manejar el síndrome del intestino irritable.
En un reciente artículo (revista Clinical Gastroenterology and Hepatology) el doctor Brian Lacy ha justificado que los estudios disponibles hasta la fecha «tienen limitaciones significativas», lo que impide emitir recomendaciones fidedignas. De ahí que convenga agudizar el escepticismo, sobre todo cuando nos ofrezcan garantías de éxito atribuibles a esta dieta.
Pero hay más controversias en relación a la dieta FODMAP, como la necesidad de que exista un seguimiento por expertos nutricionistas. Es una circunstancia que dificulta su implementación, y más todavía en España, donde no existe la figura del dietista-nutricionista en el Sistema Nacional de Salud. También pueden observarse problemas en el equilibrio dietético o en la ingesta de nutrientes, por la exclusión de una gran variedad de alimentos. De hecho, gran parte de los alimentos de esta dieta forman parte de la base de una alimentación saludable.
En un texto recién publicado, cuyo primer firmante es el doctor Javier Molina-Infante (Hospital San Pedro de Alcántara, Cáceres), investigadores españoles añaden que esta dieta podría perjudicar a la microbiota intestinal (Gastroenterol Hepatol). Ante este último dato, cuyas implicaciones a largo plazo se desconocen, conviene preguntarse lo siguiente: ¿pueden ser contraproducentes los cambios dietéticos a los que se someten los pacientes con el síndrome del intestino irritable? La pregunta tiene sentido, porque es probable que las muchas modificaciones dietéticas que sufren estos pacientes formen parte del agravamiento del cuadro. Y es que de entre las causas de este síndrome encontramos problemas en el funcionamiento de la barrera intestinal o cambios en la flora intestinal, como los que puede ocasionar la dieta FODMAP.
¿Qué hacer si se padece este síndrome?
Resulta imprescindible el control por un gastroenterólogo, no solo para el diagnóstico, sino también para valorar la evolución de esta dolencia.
Es preciso, también, acudir a un dietista-nutricionista, cuyo primer objetivo será incorporar de forma gradual una dieta lo más saludable posible (la mayoría de estos pacientes excluyen muchos alimentos). Los nutricionistas, además, deberán identificar la posible influencia de ciertos alimentos en los síntomas; insistirán en el peligro de las dietas muy restrictivas, que pueden generar un círculo vicioso que empeore el pronóstico; aconsejarán no hacer comidas copiosas; y recomendarán limitar el consumo de alcohol (daña las células intestinales) y de café (que puede generar ansiedad y exacerbar los síntomas).
No se debe descartar ir a un psicólogo, como sugirieron Jenifer K. Lehrer y colaboradores en Medscape el 16 de junio de 2015.
Por último, una investigación publicada el 14 de enero en la revista World Journal of Gastroenterology añadió un dato importante, que no se puede obviar: un aumento en las horas de ejercicio físico puede mejorar los síntomas físicos y psicológicos de quien padece este síndrome y, por tanto, su calidad de vida.