Un deportista de alto rendimiento no podría alcanzar la exigencia de sus objetivos deportivos sin una gran intensidad en sus entrenamientos y sin una adecuada y razonable aportación nutricional. Lo contrario sería impensable. Las posibilidades de lograr algún éxito al realizar cualquier tipo de ejercicio físico continuado, o para rendir en el deporte, se reducen si no se acompañan de un coherente hábito nutricional, acorde y compensatorio a los esfuerzos que se efectúan. Esto se aplica también al resto de las personas, que crecemos a través de las experiencias y aprendizajes que obtenemos, como se ve en el siguiente artículo.
Cuando hacemos deporte o iniciamos una dieta, dedicamos un esfuerzo más o menos importante para obtener alguna mejora. Esto se convierte en una magnífica oportunidad para descubrirnos y fortalecernos a través de ese esfuerzo.
Todos conocemos la importancia de una correcta nutrición para mantener la salud en cualquier momento de la vida pero, al realizar ejercicio físico, esta se hace todavía más necesaria. La unión de ambos factores, alimentación y deporte, se traduce en bienestar psicológico si se lleva a cabo de modo adecuado y controlado. Cuando nos proponemos objetivos deportivos o nutricionales, nos imaginamos mucho más en el instante de alcanzarlos (por ejemplo, conseguir pesar 10 kilos menos o mejorar retos deportivos) que en cualquiera de esos momentos de esfuerzo necesarios para lograr esa meta, como reducir la ingesta de dulces y grasas saturadas o realizar más actividad física, entre otros.
En la medida que exista una forma de pensar con sentido común, sin prisas y dirigida hacia esos esfuerzos personales, encontraremos el bienestar psicológico que nos permita sentir que vale la pena lo que estamos haciendo. Sentir que hacer ejercicio físico y sus conductas asociadas (descanso y alimentación adecuada) nos aportan algo, construirá en nosotros actitudes hacia el esfuerzo, dándoles un valor y un refuerzo para continuar. De este modo, comenzar a hacer ejercicio físico o iniciar una dieta saludable son logros y avances personales que apoyan el bienestar que se puede llegar a alcanzar cuando dichas actitudes se convierten en algo habitual.
Desde edades tempranas, practicar ejercicio con coherencia y alcanzar el equilibrio nutricional son recursos adecuados para disfrutar y convertir la vida sana y activa en un hábito que perdure y que proporcione bienestar duradero, tanto físico como psicológico. Junto a otros elementos, como el concepto que tenemos de nosotros mismos, estos hábitos son fuente de autoestima, madurez personal y social, de afecto positivo, etc.
Responsabilidad y conciencia: fuentes psicológicas de una vida activa
Vivir obsesionados por las apariencias, hacer deporte o dieta siguiendo alguna moda, dejarse llevar por patrones y cánones de belleza o de aceptación social son fenómenos socioculturales que impactan de manera negativa en las personas. Estas pautas median, directa o indirectamente, en los procesos de maduración personal y llevan a valorar más y mejor los comportamientos ajenos que los propios o a desarrollar creencias o expectativas por encima de las propias posibilidades. Todo ello afecta a nuestro bienestar.
Al mismo tiempo, la responsabilidad en una adecuada nutrición para mantener un óptimo estado de salud se convierte en uno de los temas centrales en el desarrollo de una vida activa. Existen hábitos que «facilitan» la prevención de determinadas enfermedades. La práctica de ejercicio físico -acorde a las capacidades y deseos de quien lo realiza- como medida de tratamiento y recuperación saludable es una opción altamente deseable que debe ir siempre acompañada de una dieta equilibrada y variada.
La práctica de ejercicio debe ser responsable y tiene que estar orientada hacia las capacidades y deseos de quien lo hace. Esto implica aceptar los ritmos de mejora y trabajo en cuanto a la condición física. También lleva a valorar los avances de manera autorreferencial (sobre uno mismo), y no en comparación con otras personas que también realizan actividad física (cuyos ritmos serán mejores o peores). Hacer ejercicio junto a otros y fijarse en modelos (o ser modelos para otros) facilita su desarrollo y realización, pero nunca se debe olvidar que lo que hacemos lo hacemos por nosotros mismos. Lo mismo sucede con nuestra alimentación y el éxito en el seguimiento de una dieta saludable.
Al respecto, cabe tener presente la siguiente paradoja. Los padres y las madres «conocen» lo importante que es disfrutar de buena salud cuando piensan en sus hijos, protegiéndoles (que no educando) en cuando a responsabilidad saludable. Pero este conocimiento se va diluyendo conforme observan a sus hijos más fuertes y «mayores» (ya por la adolescencia). Curiosamente, es a partir de aquí cuando aumentan las conductas de riesgo, como hacer ejercicio físico inadecuado (o abandonarlo), seguir una dieta no equilibrada, consumo de alcohol u otras sustancias, peor descanso, etc. Todo ello se traduce en una evidente falta de responsabilidad con una vida activa y saludable.
Mejorar y adquirir conciencia o responsabilidad implica aceptar los ritmos de mejora y trabajo en cuanto a la condición física y vida activa. Valorar los avances de manera autorreferencial (sobre uno mismo) y no en comparación con otras personas (cuyos ritmos serán mejores o peores, y por supuesto diferentes), hacer ejercicio junto a otros y fijarse modelos adecuados (o ser modelos para otros) facilita su desarrollo y realización, sin olvidar nunca que lo que hacemos lo hacemos por nosotros mismos. Lo mismo pasa con nuestra alimentación y el éxito en el seguimiento de una dieta saludable: nosotros somos nuestros más importantes referentes, de los que más vamos a aprender y a los que más y mejor vamos a valorar.