El deseo de adelgazar -y los intentos sucesivos por lograrlo- obedece muchas veces a una motivación estética, más que de salud. Así, en lugar de entender la dieta y la alimentación saludable como un estilo de vida, como un concepto más amplio, más interesante y más rico, se las enfoca como un simple medio para alcanzar un fin: estar más guapos y delgados que antes, volver a usar la ropa que se ha quedado pequeña en el armario y ajustarse, en definitiva, a los cánones estéticos que imperan en la actualidad. Para no pocas personas, los modelos de belleza pesan más que la salud o los kilos que les enseña la báscula. Y es allí, en ese deseo, en la esperanza y las expectativas, donde fructifican las dietas milagrosas, los famosos quemagrasas y los falsos gurús. En el siguiente artículo se reseñan cuatro propuestas dietéticas extremas que, además de ser ineficaces, ponen en jaque la salud de quienes las siguen.
La dieta al límite: cuatro ejemplos para no seguir
Cuesta imaginar un libro de arquitectura que contradiga en sus páginas los principios fundamentales de la construcción de edificios y estructuras, o uno de ingeniería que viole las leyes de la física, las matemáticas o la aerodinámica. Sin embargo, los libros de «dietética» que se saltan con alegría los fundamentos de la nutrición humana son, por desgracia, la norma. No solo campan a sus anchas, sino que incluso ocupan los primeros puestos en los «top ventas». No extraña que un consejo muy repetido por los expertos sea «no se fíe de los libros, acuda a un dietista-nutricionista».
Para reconocer dichos libros o reconocer cuándo estamos ante una propuesta dietética engañosa, además de revisar lo que se detalló en los textos ‘Test para detectar dietas milagro‘ o ‘Descubre a un falso gurú de la alimentación en seis pasos‘, publicados en EROSKI CONSUMER, resulta útil considerar si dicho libro o manual está indexado en la biblioteca de una Universidad de Nutrición Humana y Dietética. Si no lo está (o pertenece a secciones denominadas «dietas milagro», «milongas dietéticas», «despropósitos nutricionales» o similares) lo ideal es hacer la vista gorda e invertir el dinero en otra cosa.
Existen cientos de dietas milagrosas, métodos engañosos e iluminados nutricionales con ánimo de vender sus ocurrencias. Sea como fuere, aunque todas las dietas milagro son arriesgadas, hay algunas que podrían etiquetarse como «dietas extremas», puesto que sus efectos sobre la salud son comparables a lo que sucedería al rellenar el depósito de combustible de un avión con arena de playa, o al sustituir los ladrillos de un edificio por plastilina. A continuación revisamos cuatro de ellas, que ponen los ojos como platos (y no de postre) a los expertos en nutrición.
Dieta de la cerveza. Aunque parezca increíble, hay «sanadores» que obvian sin miramientos que el consumo habitual de alcohol es perjudicial para la salud y que se atreven a proponer barbaridades como «la dieta de la cerveza», cuya valoración por parte de la ciencia de la nutrición es tan breve como rotunda: «ineficaz y peligrosa». Sin entrar a detallar (por decoro) el volumen de cerveza que aconsejan beber para perder peso (a base de agua corporal, en el mejor de los casos), sí es preciso referirse a algo que el «doctor dieta» de turno no mencionará: el alcohol es, después del tabaco, la segunda causa de mortalidad prevenible en occidente. Tanto es así que una de cada diez muertes que se producen en Europa es atribuible al consumo de alcohol, muchas de ellas por cáncer. Es más, el riesgo de dependencia del alcohol en la población es de un 10% (casi un 20% de las personas con dependencia del alcohol eran capaces de beber «con moderación» el año previo) y el riesgo de «abuso» es de un 15%, cifra que asciende a un 25% en el caso de los varones. En ocasiones (y con razón) esta dieta se tilda de «tóxica».
Dieta «depurativa» a base de sustancias varias. En el mercado podemos hallar otras dietas tan tóxicas como la anterior. Es el caso de las que usan diferentes preparados farmacológicos como hormonas tiroideas, anfetaminas, diuréticos o laxantes, para «depurarnos» o «desintoxicarnos». La incorporación de estas sustancias (muchas de ellas aderezadas con el adjetivo «natural» o «vegetal») altera el delicado equilibrio de nuestros sistemas corporales, puede deshidratarnos, puede dañar de forma irreversible nuestro hígado, nuestros riñones o nuestra glándula tiroides, y en absoluto es útil para perder peso o mejorar la salud.
La gran mayoría de estos preparados se clasifican como ilegales por la Agencia Española del Medicamento, que los retira del mercado por decenas cada año. Es por ello que la Dirección General de Farmacia aconseja desconfiar de los anuncios como «producto natural», «hecho con plantas» o «de venta en farmacias». La Agencia Danesa de Medicamentos (DKMA) puso en marcha en 2011 una campaña con el siguiente lema: «no tocar». La campaña se centra en esta clase de productos, que pueden llegar a contener, según la DKMA, hasta «cal y cemento» (¿los habrá diseñado un arquitecto?). Si ingerir hormigón es arriesgado, más lo es tragar otras sustancias farmacológicas peligrosas ocultas en dichos productos, cuyo consumo, para la DKMA «podría ser letal».
Ayunos «terapéuticos». Ayunar un día no tiene consecuencia alguna sobre la salud. Sin embargo, cuando la cosa se alarga y un «doctor» nos propone (siempre basándose en sus «años experiencia personal» y aludiendo a «los procesos naturales del organismo») que ayunemos de 7 a 11 días, las consecuencias pueden ser nefastas. De entre ellas vale la pena citar las siguientes:
- Intolerancia al frío.
- Sequedad de piel en general.
- Sequedad de boca.
- Halitosis.
- Cefalea.
- Sensación nauseosa.
- Inestabilidad.
- Tensión arterial baja.
- Estreñimiento o diarrea.
- Cálculos biliares.
- Elevación de los niveles de ácido úrico.
- Riesgo de hipoglucemia en pacientes con diabetes.
Al margen de los efectos puntuales, lo más grave de esta propuesta es que no solo es ineficaz para educarnos en la alimentación saludable, sino que generan justo el efecto contrario: una desorientación patente que incapacita al individuo para ser dueño de su propia salud. Viene a ser como pretender aprender a montar en bicicleta montando un patinete.
Una variante de esta dieta es la «dieta del sol», denominada ‘Sungazing‘ (que se traduce al castellano como «contemplar al sol»). Consiste en mirar de forma directa al sol con la creencia de que ello permite, gracias a la energía solar, complementar, mejorar o incluso (y esto es lo más grave) reemplazar la alimentación. Es una insensatez. Nuestros ojos no poseen la clorofila que permite llevar a cabo la fotosíntesis que realiza un helecho para convertir la energía solar en combustible. Además, aunque tuviéramos clorofila, el área de nuestros ojos es muchísimo más pequeña que la de las hojas, y el gasto calórico de nuestro cuerpo muy superior al de una planta. Eso por no mencionar que mirar al sol deteriorará sin duda la salud ocular. Por desgracia, varias personas han muerto tras practicar este disparate.
Beber agua de mar. La imaginación en el terreno de la alimentación humana es como el universo: no solo no es infinito, sino que se expande. Cuando parece que ya se ha tocado fondo (¿es posible superar la barbaridad de pretender perder peso a base de cerveza o del sol?) alguien sigue cavando y encuentra un nuevo camino para embaucar a los inocentes. Es el caso de la «dieta del delfín«. Que alguien se invente semejante majadería no era impensable para los expertos en nutrición, pero sí lo era que miles de personas se lo creyesen. La opinión de dichos expertos sobre la «dieta» se resume en tres palabras: «no lo haga». El cuerpo humano no está diseñado para beber agua de mar, como tampoco lo está para respirar gas butano. Poco más se puede decir. Ni en sueños sirve para mejorar la salud o perder peso, mientras que sí puede empeorar de forma patente el estado de diferentes órganos y sistemas corporales. No lo haga (jamás).
Aunque parezca fácil reconocer estos timos peligrosos y, más que eso, no caer en la tentación de probarlos, lo cierto es que no resulta tan sencillo. Casi todos -por no decir todos- vienen muy bien presentados, incluyen opiniones de presuntos especialistas, citan estudios inexistentes o poco fiables de universidades a veces también inexistentes, incluyen «testimonios» que generan cercanía y, si son libros, suelen estar bien escritos. En suma, resultan muy atractivos y verosímiles, y consiguen colarse en nuestras estanterías, que se apoyan en ese deseo de vernos bien, de mejorar nuestro aspecto.
Por todo ello -y porque seguirán apareciendo artífices de ilusiones y promesas- conviene recordar que estas dietas extremas se articulan en algo llamado «pensamiento mágico», un proceso que el libro Anomalistic Psychology (Psicología anómala) definió como: cualquier explicación de fenómenos experimentales o de comportamiento que violan alguna ley de la naturaleza o que sugiere, sin evidencia que la respalde, la existencia de principios, fuerzas o entidades desconocidas para a la ciencia. Todas las «dietas» descritas antes violan las leyes de la naturaleza y carecen de un razonamiento sensato que las avale. Su único efecto demostrado es el de atentar contra la salud de quienes las ponen en práctica.