Las fórmulas mágicas para adelgazar cautivan a millones de personas. Como los cuentos infantiles, tienen el enorme poder de ilusionar. Entusiasman, maravillan. Ofrecen finales felices, cambios inmediatos y conquistas duraderas. Las dietas milagro son cuentos también. Se dirigen a un público adulto, pero ávido de magia y crédulo, como los niños. Operan sobre el resorte de la fantasía, la imaginación y el deseo, y es allí donde le ganan el pulso a los datos, las investigaciones científicas o las recomendaciones nutricionales que se apoyan en el rigor. ¿Qué otras similitudes existen entre unas tramas y otras? El siguiente artículo analiza las numerosas semejanzas entre las dietas milagrosas y los cuentos de hadas.
Dietas milagrosas: magia y fantasía que cautiva
¿Por qué triunfan las dietas milagrosas? ¿Cuál es el secreto de su éxito? Por alguna razón, millones de personas caen en ellas cada año, las siguen a rajatabla y obedecen sus consejos. Incluso quienes han leído sobre sus riesgos y saben que están desaconsejadas acaban probándolas alguna vez. «No pierdo nada por intentarlo», pensarán, aunque en el fondo sepan -o intuyan- que están poniendo en riesgo su salud y haciéndole daño al bolsillo. ¿Qué provoca que una dieta milagrosa obnubile a tanta gente? Su parecido con los cuentos infantiles podría explicar esta fascinación. La mayor parte de los adultos saben que no hay varitas mágicas; sin embargo, el resto del relato es tan real, tan verosímil, que cuando menos, despierta al dragón de la duda.
«Había una vez una inocente niña llamada Willendorf, que se perdió en un bosque. Pese a que estaba hambrienta, no se atrevía a comer las manzanas de los árboles, ya que su madrastra le había dicho que la fruta contenía mucho azúcar. Pasó cerca de una casita de chocolate, de la que sí comió hasta hartarse, pues en aquellos días un trovador de su pueblo entonaba el siguiente verso: ‘estudio confirma que el chocolate no engorda‘. Sin embargo, Willendorf, tras meses sin moverse de la casa y sin dejar de comer tejas de chocolate, engordó y engordó hasta enfermar. Entonces se dijo: ‘Será cosa de la genética, buscaré un hada para solucionarlo’. Pero, cuando se disponía a buscarla, un mezquino brujo, disfrazado de médico, se cruzó en su camino y le susurró: ‘Si me sigues, te enseñaré una pócima con la que perderás peso rápidamente, para siempre y sin esfuerzo’. Y Willendorf le siguió». Este modesto relato sirve para darse cuenta de que los cuentos de hadas y las dietas milagro tienen muchas cosas en común.
Las manzanas siempre están envenenadas
La madrastra de Willendorf le hace creer que comer manzanas engorda. Y es que quizá la manía que tienen tantos falsos gurús de clasificar las frutas dentro de los alimentos a limitar o a «disociar» venga de relatos como el de Adán y Eva -o de las muchas versiones del cuento de Blancanieves, en el que un mordisco a una manzana envenenada basta para mandarla al otro barrio-. Sea como fuere, el consenso español de prevención y tratamiento de la obesidad no da la razón a la madrastra de nuestro cuento, al afirmar que la prevención dietética del aumento de peso sí puede modularse mediante dietas con un alto contenido de fruta y hortalizas. Es un mito que las frutas engordan.
No todos los personajes que parecen buenos lo son
En el relato anterior, un trovador (que no un experto en dietética) da un consejo nutricional sin base científica a nuestra frágil Willendorf. Además, el malvado brujo se disfraza de médico para embaucarla y endosarle una dieta milagro. Nada distinto a lo que sucede en muchos cuentos infantiles. Así, el «honrado Juan» en el cuento de Pinocho, no es más que un zorro infame que quiere sacar dinero a costa del muñeco de madera; la ancianita que ofrece una manzana a Blancanieves es en realidad la malvada madrastra; la blanca pata que asoma por debajo de la puerta de la casa de las 7 cabritas no es la de mamá cabra, sino la del lobo que se la ha teñido de blanco con harina, etc. En el terreno de las dietas, de hecho, es tan alta la posibilidad de que nos engañen, que la legislación española prohíbe los testimonios de profesionales sanitarios, de personas famosas o conocidas por el público o de pacientes reales o supuestos, como medio de inducción al consumo de cualquier método con pretendida finalidad sanitaria.
Pócimas y hechizos dietéticos: soluciones al instante
Si creemos en los hechizos, damos pie a la existencia de hechiceros. Creer que existe un método que nos permite perder peso de forma rápida y sin esfuerzo nos conduce, tarde o temprano, a caer en la trampa de un malvado brujo como el del relato que encabeza este texto. El la película ‘La Sirenita’, Ariel entrega su voz a la bruja Úrsula con tal de que le dé una oportunidad de conquistar a su amado príncipe. Sirve de ejemplo para entender que el precio que hay que pagar por seguir una dieta milagro (como el efecto yoyó) siempre es muy elevado, si lo comparamos con los beneficios que obtenemos. Las pócimas mágicas no existen. Los alimentos quemagrasas tampoco.
La solución siempre está fuera, no dentro
Las personas con un locus de control interno (la palabra latina «locus» significa «lugar») piensan que lo relacionado con su salud tiene que ver, en mayor o menor medida, con sus propias acciones o decisiones, es decir, en el «interior». Valoran su propia responsabilidad e intentan mejorar sus habilidades y conocimientos. Sin embargo, las personas con un locus de control externo, delegan el control de su salud y piensan que esta depende de profesionales sanitarios, de otras personas o del azar. En nuestro relato, Willendorf dice para sí: «Será cosa de la genética, buscaré un hada para solucionarlo». Y no cae en la cuenta de que la ausencia de fruta unida al sedentarismo y al exceso de calorías están, en gran medida, en la base de su aumento de peso.
En varios cuentos sucede algo similar. Es el acaudalado príncipe el que debe rescatar, con un beso, a la bella durmiente, que espera aletargada. La Cenicienta, en vez de huir o de enfrentarse a su madrastra y a sus hermanastras, canta a la espera de que otro príncipe la saque de sus penurias. Muchas personas están hoy a la espera de un milagro «quemagrasas», cuando ese milagro tiene otros apellidos, tales como «esfuerzo», «constancia», «estilo de vida» y, por supuesto, «asesoramiento sanitario».
Finales felices que duran para siempre
De igual manera que rasurarse con una maquinilla de afeitar no es quitarse los pelos para siempre, perder peso en poco tiempo no significa que la pérdida se vaya a mantener en el tiempo. Cuando alguien nos dice que ha perdido peso, como cuando leemos que «comieron perdices», debemos preguntarnos si estamos ante el «final feliz» o si pasa algo más después. ¿Seguro que Bella vivirá feliz con Bestia, ahora que se ha convertido en un príncipe? ¿Cómo organizan la casa Cenicienta y su amado, ahora que viven bajo el mismo techo? ¿La ex bella durmiente podría tener problemas de insomnio? ¿No será poco nutritivo comer perdices a diario?
Ironías aparte, es importante tener en cuenta que mantener el peso corporal, como el amor, es una mezcla delicada de compromiso, renuncias, placeres y esfuerzos. Las relaciones de pareja reales implican una construcción constante, convicción y un papel activo de ambas partes. Mantener un peso saludable requiere constancia y un estilo de vida también saludable y activo, donde la dieta sea fuente de placer, en lugar de sufrimiento. Los «para siempre y sin esfuerzos» pertenecen al terreno de la magia y de la fantasía, no de la realidad. Los cuentos de hadas competen a la imaginación y están bien para soñar, pero no están indicados para tomar decisiones serias sobre la salud. Por eso los encontramos en la estantería de «ficción infantil», y no en las bibliotecas especializadas en literatura científica.