En muchos países, sobre todo del centro de Europa, la mayor parte del agua embotellada que se bebe de manera habitual es con gas. En nuestro país este tipo de agua ni siquiera representa un 10% del consumo total. El agua con gas contiene ácido carbónico disuelto, que se traduce en burbujas. Este tipo de agua se caracteriza por su sabor ligeramente amargo, y son las propiedades organolépticas tan características que esta bebida posee las que constituyen uno de los motivos principales de su consumo.
El agua con gas tiene otras cualidades que le da el ácido carbónico, ya que estimula la secreción de los jugos gástricos por lo que facilita las digestiones. Esto resulta muy beneficioso para quienes padecen dispepsia o digestiones pesadas. No obstante, quienes presentan problemas de aerofagia o meteorismo han de evitar consumir este tipo de agua, así como cualquier otra bebida gaseosa, ya que todas ellas empeoran estos molestos síntomas, como son los gases, el dolor gastrointestinal y la hinchazón abdominal, entre otros.
El agua, con gas o sin gas, no aporta ninguna caloría por lo que ambas pueden consumirse en caso de sobrepeso u obesidad
Se ha extendido la creencia de que el agua con gas es una bebida con calorías y, por tanto, no está indicada para personas con exceso de peso. La realidad es que el agua, con gas o sin gas, no aporta caloría alguna, por lo que cualquiera de los dos tipos de agua se puede consumir sin problema en caso de sobrepeso u obesidad. No hay que confundir el agua con gas con otras bebidas de apariencia similar, como la tónica o la gaseosa edulcorada.
Componente imprescindible en nuestro organismo
El organismo de una persona adulta está formado en un 60% por agua, por lo que el agua como bebida, sea con o sin gas, constituye un elemento indispensable para la vida. El organismo puede sobrevivir varios días sin ingerir alimentos, sin embargo, la supervivencia no es posible sin agua a los pocos días.
El agua es imprescindible para que se lleven a cabo diferentes procesos fisiológicos y para mantener la temperatura corporal, además de que actúa como medio de transporte de los nutrientes y también de los desechos que elimina por medio del sudor, la orina o las heces. Es un componente que está presente en todos los tejidos del organismo y un elemento esencial para el buen funcionamiento del aparato circulatorio.
En general, se aconseja que el consumo de agua oscile de entre seis y ocho vasos al día, que equivale a un litro y medio de líquido, teniendo en cuenta que existen diferentes situaciones en las que los requerimientos son mayores. En los meses de calor es importante que la ingesta de agua aumente para mantener una correcta hidratación, sobre todo en niños y ancianos, que son más sensibles a los golpes de calor, así como en los deportistas debido a la cantidad de líquido que pierden durante el ejercicio por medio del sudor.
Sobre todo en días calurosos, hay hidratar el organismo, ya que las pérdidas, máxime por sudor, suelen ser importantes. No hay que olvidar que cuando se bebe suficiente líquido se obtienen numerosos beneficios para la salud. Pero, ¿cuándo es mejor beber agua: antes, durante o después de comer? Esta es una cuestión en boca de muchas personas, en parte por la creencia popular de que el agua “engorda” si se toma durante las comidas.
El hecho de tomar líquidos (agua u otras bebidas) antes, durante o después de las comidas nada tiene que ver con que estos alimentos tengan capacidad de engordar más o menos. Lo que sucede es que se diluyen los jugos gástricos y, consecuencia de ello, la digestión se hace más lenta, es decir, tarda más tiempo. Por esta razón, a las personas afectadas de digestiones difíciles o pesadas les puede resultar más conveniente omitir cualquier tipo de bebida durante las comidas o justo después de las comidas. Sin embargo, para quienes no sufren ningún trastorno digestivo no hay una explicación dietética ni científica que justifique que no se puedan ingerir líquidos en esas situaciones.