El miso es un fermento de consistencia pastosa elaborado con soja y sal marina. Cuando se lo elabora combinado con cereales (cebada, arroz..) o se le agrega agua, toma distintos nombres. En su elaboración se emplea una técnica muy antigua: en un recipiente se colocan los granos de soja y de otros cereales (opcional) y se los mantiene allí, presionados, por un período de dos años. A lo largo de éste período se produce la fermentación y se le va agregando sal marina hasta que se forma la pasta. El miso tiene propiedades beneficiosas para el organismo: ayuda a eliminar toxinas y restos de antibióticos, favorece la expulsión de sustancias radioactivas a través de la materia fecal (beneficioso para las personas expuestas a radiaciones) y aporta energía en base a su contenido de hidratos de carbono de fácil asimilación.
Además es rico en proteínas y minerales tales como sodio, calcio y potasio. Favorece la digestión porque contiene ácido láctico y bacterias similares a las del intestino. Favorece el equilibrio y es reconstituyente de la flora intestinal por lo que se lo puede consumir tanto en caso de diarreas como en caso de estreñimiento.
El miso contiene isoflavona que es una sustancia vasodilatadora, por lo que también mejora la circulación sanguínea. Sin embargo, está contraindicado cuando hay hipertensión arterial debido a su elevado contenido de sodio. Hay que consumirlo crudo pues al cocinarlo, se inactivan muchas de sus propiedades.
Se recomienda tomar una cucharada de postre de miso diaria junto con sopas o caldos, como condimento de ensaladas, arroz o fideos, mezclándolo con ajo picado y aceite o untado en una rebanada de pan…