Económica, rica en calcio -su principal nutriente-, y también fuente de vitaminas (A, D, E y del grupo B) y de proteínas fácilmente digeribles como la caseína y la albúmina, la leche tiene un papel relevante en nuestra alimentación a lo largo de todas las etapas de la vida. Según la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria, «un niño en edad escolar que beba medio litro de leche al día consigue, por esta vía, la mitad de las proteínas y más del 80 % del calcio y la vitamina B2 que necesita. Con igual cantidad, un adulto cubre el 30 % de sus necesidades diarias de proteínas y el 100 % de las de calcio». A pesar de sus bondades y los consejos de consumo, varios rumores sin fundamento científico intentan desprestigiarla. De ello hablamos en las siguientes líneas.
Las recomendaciones apuntan, según la edad y situación fisiológica (durante el embarazo, lactancia, adolescencia, premenopausia y en edades avanzadas se aconseja una ingesta mayor), a entre dos y cuatro raciones de lácteos diarias; sin incluir, por supuesto, la amplia variedad de postres azucarados elaborados con leche (derivados lácteos poco recomendables como natillas, flanes, arroz con leche, batidos de sabores…). El Informe del consumo de alimentación en España de 2017 señala que cada persona toma una media de 69,9 litros de leche al año (equivalente a 48,45 euros anuales), aunque la tendencia a la baja ha sido constante desde el año 2000 (salvo en 2009 y 2010), al abrigo de modas dietéticas y mitos urbanos que han venido desaconsejando su ingesta.
Así se clasifica la leche
Muchos mitos sobre la leche
La prevalencia del sobrepeso y obesidad en nuestra sociedad ha hecho que instituciones y guías dietéticas hayan priorizado el consumo de leches con un contenido reducido de grasas. Sin embargo, estudios recientes han contribuido a matizar la validez de estos razonamientos, hasta el punto de señalar en la dirección opuesta.
Según un trabajo publicado en The American Journal of Clinical Nutrition (2016), el consumo infantil de leche entera conlleva un menor riesgo de obesidad, y sugiere que esto puede deberse a su efecto saciante, que hace que si un niño no se siente satisfecho tienda a comer más cantidad de otros alimentos. A la vez, aquellos menores que bebían una taza de leche entera al día registraron niveles de vitamina D comparables a los que tomaban tres tazas de leche con un 1 % de grasa.
Más del 60 % del calcio de la dieta española procede de los lácteos
A pesar de su alto valor nutritivo, la leche continúa siendo víctima de rumores con poco rigor científico, pero ampliamente difundidos en las redes sociales. Puede que el ser humano sea el único mamífero que toma leche después de la lactancia, pero esto es así por ser la única especie que practica la ganadería o que es capaz de ordeñar.
Existen a su vez falsas creencias como que la grasa láctea es perjudicial o que hay que retirarla de la leche incluso para la población infantil. «Hay que tener en cuenta que más del 60 % del calcio de la dieta española procede de los lácteos, y el 75 % de los escolares tiene ingestas de calcio inferiores a las recomendadas», sostiene Luis Calabozo, director general de la Federación Nacional de Industrias Lácteas (FeNIL).
Los mitos, sin embargo, no se quedan ahí. Los hay también sobre la relación de la leche de vaca con el aumento de la mucosidad y enfermedades como el asma, la diabetes o enfermedades cardiovasculares, acusaciones desmentidas repetidamente por la literatura científica.
Numerosos estudios han probado sus beneficios tanto para la población infantil como adulta. La investigación ya citada deThe American Journal of Clinical Nutrition, de Canadá, concluía que los niños que beben leche de vaca son un poco más altos (1,5 centímetros de media para los niños de tres años) que aquellos que consumen bebidas vegetales como la de soja.
Para la doctora Ana Suero Roig, del servicio de geriatría del Hospital General de Segovia, el consumo de lácteos se considera también uno de los primeros tratamientos ante los problemas de sueño de los pacientes mayores, debido al triptófano, un aminoácido esencial precursor de la melatonina y la serotonina, hormonas relacionadas con el ritmo biológico que actúan como promotores del sueño.