Especializada en nuevos alimentos, alimentos funcionales, suplementos y fitoterapia aplicada, esta farmacéutica y dietista compagina la labor docente en la Escuela Universitaria de Enfermería y Fisioterapia Blanquerna con la consulta privada. Considera que la incorporación de nuevos alimentos a la cesta de la compra responde a un nuevo enfoque social y cultural, a un estilo de vida que apremia y exige. La comida también debe acogerse a los requisitos de ‘bueno, bonito y barato’.
No se trata necesariamente de nuevos productos, sino de nuevas formas de presentación. Es una oportunidad de oro para la industria alimentaria, puesto que el consumidor cada vez exige mayor calidad con menos tiempo y a mejor precio, sin tener que buscar en centros especiales, sin la necesidad de lavar, preparar, macerar ni guisar los alimentos… De la estantería del supermercado, al horno microondas y a la boca.
La lentitud es un lujo que pocos se pueden permitir; pero también es cierto que la relación entre la salud y los alimentos gana enteros día tras día. De hecho, las enfermedades más prevalentes en el mundo industrializado, como la arteriosclerosis, la obesidad, la diabetes, la hipertensión o determinados tipos de cáncer, guardan una relación estrecha con los alimentos consumidos. No es casualidad, por tanto, que los nuevos alimentos incidan mucho en sus propiedades beneficiosas de cara a la salud. Se trata de platos ligeros, elaborados con productos frescos, ricos en fibra o en nutrientes sensatamente necesarios.
No todos los alimentos nuevos son funcionales. Son cuestiones distintas. Los alimentos funcionales sirven a modo de vector para una determinada provisión: ácidos grasos omega-3, folatos, fibra vegetal, vitaminas o minerales; se trata de alimentos modificados para destacar en un beneficio concreto, promover la prevención -que no curación- de determinadas patologías.
Estos alimentos, por su parte, son simplemente formas nuevas o productos nuevos que pretenden introducir un sabor distinto y atractivo, o hacer que determinados alimentos sean más fáciles de tomar o más asequibles.
Los funcionales son alimentos modificados para promover la prevención, que no curación, de determinadas patologías
Y lo peor es que una alimentación mal programada puede acabar pasando factura sobre el funcionamiento normal del organismo… Por eso pienso que es importante formar a dietistas que enseñen a comer correctamente a la sociedad. Hemos desaprendido a comer lo que de verdad necesitamos, y tal vez debamos formarnos de acuerdo a conocimientos que, a su vez, son fruto de una evidencia científica.
No siempre, y ése es el problema. Una cosa es que sean seguros y otra muy distinta que sean sanos o que prevengan de forma eficiente una determinada enfermedad. Es pronto para saber si un vaso de leche con ácidos grasos omega-3 previene mejor que un plato de sardinas o un filete de atún las enfermedades cardiovasculares.
En el terreno de los suplementos vitamínicos y minerales o de las hormonas también se avanza demasiado deprisa, sin dar tiempo a averiguar si los efectos, tanto a corto como a largo plazo, son decisivamente los buscados.
Es el problema de las generalizaciones. Lo que conviene a una persona no necesariamente conviene a todas. Considero indispensable que cada persona conozca lo que le conviene en función de su edad, género, época del año, actividad física e historial clínico, entre otras.
Ciñámonos a los productos propios de cada temporada que, además, se podrán adquirir a mejor de precio. Analicemos nuestros requisitos en macronutrientes (proteínas, lípidos e hidratos de carbono), micronutrientes (vitaminas y minerales) y fibra. No es difícil calcular las calorías que necesitamos y aparejarlas a las de la alimentación de que disponemos
Sí. Conviene que un médico o, todavía mejor, un dietista, valore nuestro estado nutricional a partir de parámetros antropométricos, bioquímicos e inmunitarios, junto a nuestra historia alimentaria, gustos y costumbres cotidianas.
¿Por qué no? Algunos ya han demostrado fehacientemente sus ventajas: probióticos como lactobacilos y bifidobacterias, prebióticos como fibras, lípidos como omega-3 o ácido oléico, vitaminas y minerales antioxidantes, licopenos, isoflavonas, fitoesteroles, y productos concretos como avena, soja o té. Con todo, reivindico la necesidad de legislar mejor estos productos y sus ventajas reales.
Los alimentos funcionales hicieron su aparición en Japón hace ahora veinte años. Se trata de alimentos a los que no les basta con nutrir, sino que persiguen un efecto beneficioso de cara a la salud. Aunque las administraciones europeas no han aunado todavía un consenso para reglamentar estos productos, se parte del principio de que en ningún caso han de dejar de ser lo que son: alimentos. Puede tratarse tanto de artículos naturales como procesados industrialmente, y deben ingerirse como parte de una dieta habitual. En teoría, sus beneficios deben partir de una base científica contrastada, pero deben aclarar al consumidor de que se trata de alimentos y no de medicamentos.
En lista de espera para una posible reglamentación europea sobre alimentos funcionales se encuentran un centenar de productos: cereales, leches, yogures, refrescos, entre otros. Probióticos y prebióticos se llevan la palma. Los primeros son alimentos fermentados por microorganismos vivos (lactobacilos o bifidobacterias) que, por ejemplo, protegen la flora intestinal. Los segundos, en cambio, sirven de alimento a los segundos; se trata de fructooligosacáridos (FOS) o fibras que estimulan el crecimiento de determinadas bacterias en el colon y protegen frente a enfermedades.