Los primeros años de vida son esenciales para una futura alimentación adecuada en la madurez. Generalmente, los niños aún pequeños están sujetos a determinadas aversiones y preferencias, lo que puede conducir en ocasiones a una dieta carente de algunos nutrientes. Un nuevo estudio norteamericano muestra ahora que es posible guiar la futura dieta si se empieza a trabajar desde los primeros años. Todo empieza por la madre. La investigación afirma que la preferencia de los niños hacia un alimento determinado depende directamente de los gustos de la madre, pero con una condición: que el niño haya sido amamantado de forma natural y, por tanto, haya estado expuesto a todo aquello que agrada a la madre a través del líquido amniótico antes de nacer y de la leche durante la lactancia.
El estudio, que ha aglutinado a 45 niños por debajo del medio año de edad, ha sido publicado en el último número de la revista ‘Pediatrics’. Según Julie Mennella, del Centro Monell Chemical Senses (Filadelfia, EE.UU.), el estudio ahonda en la comprensión de la «evolución de las preferencias alimentarias» y podría ayudar además al desarrollo de herramientas tanto para consejo nutricional como para el desarrollo de nuevos alimentos. La comprensión de los problemas alimentarios que conlleva el estudio podría llevar a encontrar una posible explicación a porqué más de 22 millones de niños por debajo de los cinco años sufren ya de problemas de obesidad en el mundo.
Los enemigos habituales
Para muchos padres es un auténtico dolor de cabeza dar de comer, de forma habitual, verduras y frutas a sus hijos. Estos alimentos, según Mennella, «están relacionados con la reducción de los niveles de obesidad y algunos cánceres», por lo que potenciar el gusto por estos alimentos parece ser la clave. Según el estudio norteamericano, esto es posible: «El mejor vaticinador de la cantidad de frutas y verduras que comen los niños es si les gusta el sabor de dichos alimentos». Por tanto, si se puede educar a los niños a valorar positivamente estos gustos, «se puede iniciar desde los primeros años de vida una alimentación saludable».
En una primera intervención, Mennella y su grupo repartieron los voluntarios en dos grupos de intervención, uno alimentado con judías verdes y el otro con judías verdes y melocotones. Durante este tiempo, los investigadores constataron que la ingesta de fruta en el grupo con melocotón era mucho mayor que la de verduras, diferencia que se acrecentaba si eran amamantados y, además, a sus madres les gustaba la fruta. Este resultado sugiere que la mayor aceptación del melocotón podría atribuirse a la exposición previa al sabor de la fruta con la lactancia. «Los sabores de la dieta materna se transmiten a través del líquido amniótico y de la leche». Por tanto, el hijo aprende a saborear la fruta cuando su madre la come de manera regular, asegura Julie Mennella.
La ingesta de verduras fue bastante inferior a la de melocotón. Además, la mayoría de niños entrecerraban los ojos, fruncían el ceño o hacían una mueca con los labios. Asimismo, no hubo diferencias de cantidades entre los niños que, o bien habían recibido lactancia materna, o bien fórmula. Sin embargo, ambos grupos de madres confesaron no comer de forma frecuente verduras. Manifestaron incluso tomarlas por debajo de los niveles recomendados. Ocho días más de ingesta continuada de verdura por parte de los niños les llevó, sin embargo, a aceptarla en tres veces más.
Los padres no deben ceder ante los primeros rechazos del hijo hacia un cierto alimento
Educación alimentaria
La cuestión es ahora conocer hasta qué punto la insistencia en que los niños coman verdura se llama simplemente educación alimentaria o gusto hereditario. Sea lo que sea, muchos padres tienden a ceder ante los primeros rechazos del hijo hacia un cierto alimento, algo que Mennella aconseja evitar por completo. De forma innata, los niños expresan facialmente el disgusto hacia el mismo, y los padres declinan a menudo el intento. Según Mennella es algo relativamente normal. «Los niños nacen con un rechazo natural al sabor amargo», pero si los padres quieren realmente enseñarles a comer de forma saludable, deben insistir en ofrecerles la oportunidad de hacerlo. Pero el gesto, aunque innato, no es sinónimo de odio a la comida.
Según Mennella, la conclusión parece clara. La lactancia materna confiere una ventaja inicial en la aceptación de ciertos alimentos. La experta aconseja, por tanto, consumir habitualmente verduras y frutas tanto en el embarazo como en la lactancia para así familiarizar al hijo con el sabor. Una vez termina la lactancia, se debe seguir trabajando, exponiendo al niño al mismo alimento para que pueda aprender a valorar positivamente su sabor, algo que Menella constata con el aumento de la ingesta de verduras en la segunda intervención. El conjunto favorable de factor hereditario con educación alimentaria es la clave para guiar a los niños, desde que nacen, en la adquisición de una alimentación saludable que se agradezca en el futuro.
Un estudio inglés de mediados del año 2007, publicado en la revista ‘British Journal of Nutrition’, llegó a conclusiones parecidas a las del estudio norteamericano. La investigación también sugiere que la alimentación de la madre influye en el desarrollo de los futuros gustos del niño, pero ellos lo aseguran tras estudiar a 42 ratas embarazadas y posteriormente a sus 216 descendientes. El estudio trató de mostrar cómo una alimentación inadecuada conduce a una posible obesidad futura en los sucesores. Una parte de las ratas fue alimentada con una dieta equilibrada, mientras que la otra con «comida basura». Los investigadores vieron cómo los descendientes de las ratas alimentadas con comida basura desarrollaron un gusto por los alimentos ricos en grasas y azúcares mucho mayor que el de los descendientes de las madres con una dieta equilibrada.
A propósito de este estudio, la profesora de nutrición en la Universidad de Chile Cecilia Albala duda de que estas conclusiones con ratas puedan ser automáticamente aplicadas a humanos, ya que obvia un factor que ella considera fundamental, el ambiente. «Hasta ahora se han demostrado muchas influencias nutricionales durante el embarazo que hacen posible esta conclusión».
La profesora asegura que habría que seguir investigando las conclusiones de este estudio, pero añade que, independientemente, «hay que prevenir la obesidad en la madre» mediante la reducción de los alimentos grasos y azúcares durante el embarazo y la lactancia». Lo demás ya vendrá solo. Al fin y al cabo, según ella, los niños acostumbrados desde que nacen a no agregar azúcar a la leche mantienen ese hábito durante toda la vida. «Los hábitos alimenticios son, en más de un 90%, aprendizaje».