Degustar una mariscada de langostas, cigalas, langostinos, navajas frescas…, es todo un placer, y más aún, si es en una terraza a orillas de la playa un caluroso día de verano. Todo el marisco resulta sabroso, y como uno no tiene estos caprichos a menudo, se disfruta más cada vez que se presenta la oportunidad de degustar estas exquisiteces.
La langosta se diferencia fácil del resto, por sus 10 patas, las largas antenas y su ausencia de pinzas. La pena, que a pesar de su carne deliciosa, apenas se come un tercio del peso total del bicho; el resto es el caparazón y las patas. Su carne es muy fina, consistente, blanca y delicada, por lo que la mejor receta para este alimento es aquella que conserva el sabor a mar, el sabor real del marisco. No hay que esconder este delicioso alimento detrás de salsas y refritos. Lo ideal es disfrutar del sabor de la langosta cocinándola de la forma más natural posible; a la plancha y cocida.
Si la langosta es grande es recomendable partirla por la mitad en vivo, y comenzar su cocción por la parte de la cáscara, para terminarla por la parte de la carne. Se le puede añadir algún tipo de sustancia ácida o vinagre oloroso, para darle un toque especial de sabor. Si se va a cocer, hay que tener en cuenta que tan importante como la cocción es el enfriado, por lo que una vez cocido el marisco se debe sumergir en agua con hielo para que se enfríe rápidamente. De esta manera la carne queda más prieta, se corta el calor que tiene el marisco en su interior y se evita que se recueza por dentro.