Cómo se alimenta un niño, cuánto y qué come conforman el cuestionario básico de una revisión médica en la infancia y la adolescencia. Las respuestas y una atención concreta a síntomas como pérdida o un aumento anómalo de peso pueden descubrir un trastorno alimentario. Los más comunes y conocidos son la anorexia y la bulimia. Sin embargo, se ha documentado un comportamiento particular que se concreta en la alimentación selectiva y al que han nombrado ARFID: Avoidant/Restrictive Food Intake Disorder (trastorno que restringe/evita la ingesta de alimentos). Esta patología fue admitida en la última revisión del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-V). En este artículo nos aproximamos a ella para conocer en qué consiste y cuáles son los síntomas para diagnosticarla.
Alimentación selectiva o ARFID, ¿qué es?
Dejar de comer no es un capricho, puede tratarse de una enfermedad: la anorexia. Tampoco comer de manera compulsiva es un vicio, puede ser bulimia. Ahora se sabe que rechazar un conjunto de alimentos o ser muy selectivo con los que conforman la dieta -aun arriesgando la salud- también es algo más que un antojo. Sucede que, al considerarse como un comportamiento que puede confundirse con mala educación o con niños consentidos, quedaba oculto hasta que sus consecuencias médicas obligaban a activar protocolos de trastornos alimentarios. Sin embargo, el equipo del doctor Martin M. Fisher, del Centro Médico de Niños Cohen (New Hyde Park, Nueva York), quiso ir al origen, tal como recoge el artículo científico publicado en el Journal of Adolescent Health, la publicación oficial de la Society for Adolescent Heath and Medicine.
Rechazar un conjunto de alimentos o ser muy selectivo con los que conforman la dieta es algo más que un antojo
Para empezar, analizó los pacientes de siete programas de atención de trastornos alimentarios. Descartó que el comportamiento de un grupo de niños que sufría dichos trastornos lo fuera por padecer anorexia nerviosa o bulimia. De hecho, agrupó a quienes sí sufrían dichas enfermedades, comprobó que eran más las diferencias que las semejanzas entre los grupos y comenzó a evidenciar las particularidades de quienes podían ser diagnosticados con ARFID. En la mayoría de los casos, dada la tardanza del diagnóstico, el enfermo lleva años de padecimiento del trastorno alimentario y ha sufrido las consecuencias de su enfermedad: desnutrición, ralentización del crecimiento, bajo rendimiento, etc.
El problema que tiene un ARFID con la alimentación le lleva a no obtener suficiente nutrición, aun pudiendo tenerla. Es decir, pese al acceso y la posibilidad de comer, el rechazo manifiesto hacia la comida favorece unas condiciones deficientes en cuanto al aporte energético y nutricional. El rechazo es activo. Se trata de negarse a ingerir grupos de alimentos con consciencia. El miedo, el asco, la no tolerancia a colores, sabores o texturas, la elección de porciones muy pequeñas e insuficientes se imponen en la alimentación.
Esta restricción o selección puede desembocar en una anorexia nerviosa, pero no tiene por qué. Se puede perder peso, o aumentar, pero como es una enfermedad con principal incidencia en la infancia y la adolescencia, lo que es seguro es que repercutirá en el desarrollo y en el rendimiento escolar, en el estado nutricional y de energía. Además, si no se trata, se arrastrará a la juventud y a la edad adulta, lo que influirá en la consecución de una vida sana, equilibrada y satisfactoria y plena.
Síntomas para el diagnóstico del ARFID
- El índice de este trastorno es mayor, según los estudios que se manejan por ahora, en niños que en niñas, y comienza en edades muy tempranas. Conforme pasa el tiempo, se afianza y no mejora. El estado de ánimo, al contrario que con la anorexia y la bulimia, no se ve fuertemente alterado. Sin embargo, el miedo al atragantamiento y a sufrir alergia, así como la necesidad de elegir, es inherente a esta patología.
- La pérdida de peso puede ser una consecuencia, pero ante todo manifiesta una imposibilidad por aumentar de peso o una ralentización del crecimiento y el desarrollo.
- La deficiencia nutricional es significativa.
- Se presenta una dependencia a los suplementos nutricionales o complementos vitamínicos.
- Se antepone la necesidad y el rigor, a la selección alimentaria a cualquier interacción social.
- El rechazo a un alimento o un conjunto de alimentos no se justifica porque haya carencia o desconocimiento cultural del mismo.
- El trastorno alimentario no es atribuible a una condición médica concurrente o no se explica mejor por otro trastorno mental. Se produce como una patología en sí misma.
En definitiva, nos encontramos ante un nuevo trastorno alimentario, que ha estado oculto bien por haberlo limitado a una razón de comportamiento o por haberse equivocado debido a sus consecuencias de diagnóstico tardío con otro trastorno. Conocerlo, nombrarlo y tenerlo presente ayudará a limitar el número de enfermos, anticiparse a cuadros severos y facilitar la curación de quienes lo padecen.
ARFID, ¿qué dicen los expertos?
Cristina Larráyoz Pérez, psicóloga, máster en Psicología en Salud y referente por su especialidad en conductas alimentarias, reflexiona sobre este nuevo trastorno. Así comparte con EROSKI CONSUMER sus primeras conclusiones:
- Puesto que es un trastorno de reciente definición, se conoce poco acerca de los tratamientos más efectivos. Sin embargo, dados los prominentes comportamientos de evitación que lo caracterizan, parece que las intervenciones conductuales, tipo terapias de exposición, pueden jugar un papel importante. Para alguien con un trastorno emocional subyacente, como la depresión o la ansiedad, que afecta a la alimentación, la terapia cognitivo-conductual puede ser un método eficaz para el tratamiento del trastorno de la alimentación.
- Tenemos que tener en cuenta que los trastornos de la conducta alimentaria no son consecuencia de una falta de voluntad, como muchas personas creen, sino de ciertos déficits cognitivo-emocionales en la resolución adecuada de las dificultades que entraña nuestra existencia.
- Los estudios científicos demuestran que los tratamientos más eficaces para este tipo de problemas son aquellos que tratan el trastorno de forma global y desde una atención multidisciplinar. En estos casos, los tratamientos que mejores resultados obtienen son aquellos que cuentan con la atención simultánea entre psicólogo y dietista.
- El origen de estos problemas suele ser un déficit emocional y una vez que las pautas alimentarias se alteran, ellas mismas producen, a su vez, dificultades psicológicas. En un principio, se realiza un diagnóstico por parte del psicólogo, para luego estabilizar a la persona con una dieta saludable. Ya logrado, ambos profesionales trabajan de forma conjunta con la persona para mantener una dieta adecuada a sus características y trabajar el origen del trastorno.