La dificultad para engordar de algunas personas

Se investigan los mecanismos por los cuales el organismo se adapta a la sobreingesta de calorías con el fin de deshacerse del exceso de energía consumido
Por Juan Revenga Frauca 2 de noviembre de 2010
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Imagen: David Boyle

Se cree que algunas personas pueden comer tanto como quieran y, a pesar de ello, no engordar. Esta teoría ha sido y es frecuente objeto de observación por parte de la ciencia y sus conclusiones son reveladoras. Frente a la creciente alarma sobre el aumento de la incidencia de la obesidad en todo el mundo desarrollado, una pequeña parte de la población parece estar al margen y se mantiene delgada pese a vivir bajo la influencia de las mismas circunstancias que el resto y no haber seguido una dieta concreta nunca. Estas personas afirman comer todos los alimentos que quieren y cuando quieren, incluso en grandes cantidades, pero parecen no verse afectadas por el aumento de peso. Desde hace pocos años, algunos científicos han vuelto la vista hacia las personas delgadas con el fin de averiguar si parte de la solución a los problemas de obesidad se puede encontrar en una naturaleza o comportamiento aún por descubrir.

Primeras investigaciones

Los primeros hallazgos referidos a la imposibilidad o dificultad de engordar surgieron por sorpresa cuando se realizaba un estudio clínico hace más de cuatro décadas. En 1967, el investigador norteamericano Ethan Sims se propuso estudiar los cambios metabólicos y hormonales del organismo al engordar. Para ello, reunió a un grupo de presos delgados y voluntarios de la prisión de Vermont (USA), ya que se podían controlar con facilidad. Su intención era sencilla, hacer ganar un 25% del peso inicial a cada uno de los presos de la muestra durante un año. Para ello, se les facilitaban dietas con unas 10.000 kilocalorías al día, una cantidad desmesurada, ya que la media recomendada oscila entre 2.000 y 3.000 kilocalorías diarias. Durante el proceso, se valoraron los cambios fisiológicos y metabólicos en los voluntarios, tales como el pulso, la tensión arterial y la composición corporal, y se les realizaron frecuentes análisis de sangre.

Un hallazgo inesperado en el transcurso del experimento llamó la atención de los investigadores. El descubrimiento se centró en una serie de individuos que no podían engordar más allá de una determinada cifra por más que comieran. Dos de ellos no consiguieron aumentar su peso más del 21% y uno fue incapaz de superar el 18% de su peso inicial. Los autores concluyeron que a algunas personas les resulta muy difícil, casi imposible, engordar por encima de determinada cifra. Esta cuestión ha generado desde entonces un importante debate en la comunidad científica.

Estudios actuales

Algunas investigaciones han tratado de reproducir los resultados del doctor Sims en el marco de la prisión de Vermont, pero con algunas limitaciones más acordes con el tiempo actual. En 2009, el investigador sueco Frederick Nystrom ideó un ensayo clínico para la realización de un documental para la televisión. Sometió durante un mes a 10 jóvenes delgados de ambos sexos, en torno a 20 años, a dietas de 5.000 Kcal. al día, en el caso de los varones, y 3.500 Kcal. al día para las mujeres. En el diseño del estudio estaba prevista una supervisión y control de todos los participantes por el especialista en la materia, el doctor Rudy Leibel de la Universidad de Columbia de Nueva York. Con ello, se pretendía que ninguno aumentara su peso por encima del 15% inicial, por no considerarse ético ir más allá, debido a su potencial peligrosidad. Las calorías suministradas representaban una cantidad suficiente para hacer aumentar de peso de forma notable a cualquier persona. Además, a los participantes se les instruyó para que no practicaran ningún deporte y para que no anduvieran demasiado cada día, con el fin de reducir el gasto energético al mínimo a partir de la actividad física durante el tiempo que durara la prueba.

Si bien los resultados al final del mes de intervención fueron diversos, ayudaron a poner de manifiesto muchos de los distintos sistemas de adaptación de las personas delgadas frente al exceso alimentario. En cualquier caso, en todos los participantes se detectó tanto un aumento de peso como de tejido adiposo. El joven que más aumentó su peso lo hizo con un valor relativo del 9,5% y quien menos, con un 5,5%. Dos jóvenes fueron incapaces de seguir las reglas dietéticas al sentirse incómodos con tanta comida, lo que justifica las complicadas bases de la regulación del apetito.

Pero el caso más enigmático correspondió a uno de los participantes, que aumentó su peso en un 8,0%, mientras que su aspecto y su figura apenas se alteraron en la medida que se constató en el resto de jóvenes. Además, en este caso, la grasa corporal aumentó un valor muy pequeño (menos del 2%), que no explicaba el total de la subida de peso. En sentido contrario, sí aumentó de forma considerable su tasa metabólica, un 30% más que al principio del experimento. Para los investigadores, ya que el pequeño aumento de grasa no justifica el aumento de peso total, estos datos sugieren que éste se debería a un incremento en la masa muscular, un tejido con una actividad metabólica superior a la del tejido graso. Es como si su cuerpo se hubiera adaptado a la sobreingesta de calorías y estableciera mecanismos para deshacerse de las calorías extras. En relación con esta posibilidad, otros estudios han sugerido que el aumento del músculo y no de la grasa como sistema de adaptación en circunstancias de sobrealimentación responde a condicionantes genéticos.

Las causas de no engordar

Según Rudy Leibel -coordinador del experimento-, el peso de una persona adulta está condicionado en unos márgenes fijados por los genes. Al igual que la altura tiene un componente genético bien conocido y se asume por la población general, en el caso del peso sucede parecido. Es decir, el cuerpo humano dispone de herramientas para tratar de mantener el peso que es «propio» de cada individuo y que está condicionado por la genética, tanto al ganar peso, como al perder.

Uno de esos mecanismos es el control de la ingesta, como se explica en los dos participantes a quienes les resultó imposible comer toda la cantidad que se dispuso en el experimento. Esta posibilidad podría tener una base hormonal al segregar el estómago una serie de hormonas cuando está lleno y que limitan la posibilidad de ingerir más comida. Otro mecanismo estaría centrado en el aumento de la tasa metabólica a partir del incremento de la masa muscular y no tanto del tejido adiposo, en un proceso mediado también por la genética.

Otro posible sistema de adaptación hace referencia a la posibilidad de que algunas personas aumenten su nivel de agitación y con movimientos casi compulsivos de la cabeza, las manos, las piernas, etc. Mientras se está en «reposo», se logra realizar una mayor actividad física, aunque ésta no sea patente, y aumentar así el gasto.

LA IMPORTANCIA DE LOS HÁBITOS

El estudio anterior también brinda la oportunidad de sacar conclusiones interesantes en relación con la importancia de los hábitos de vida. Al tener en cuenta tanto los postulados del estudio (comer mucho y moverse poco) como sus resultados, se observa que todos los participantes, pese a ser en origen delgados, aumentaron de peso y la cantidad de tejido graso de forma significativa en tan sólo un mes.

Es probable que los excesos calóricos de la población general no sean tan radicales como los jóvenes objeto del experimento, pero en contrapartida se realizan durante más tiempo que un mes. Si como se postula hay una cierta programación genética del peso, ésta no es razón suficiente para no tratar de mejorar las perspectivas iniciales a partir de los estilos de vida más saludables tanto de alimentación como de actividad física, en vez de dejarse llevar por las circunstancias.

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