La menopausia se identifica con un punto de inflexión en la vida de la mujer. Es un acontecimiento en la historia personal de cada mujer, en la que intervienen una serie de cambios hormonales que van a provocar alteraciones de gran repercusión en su fisiología corporal. Por suerte, las connotaciones negativas están en declive. Aquellas que hasta hace poco tiempo relataban la llegada a esta situación como la transición a dos hechos dramáticos: el comienzo de la vejez y la imposibilidad de la maternidad. Hoy, en pleno siglo XXI, los papeles han cambiado. La mujer ha de vivir la menopausia como una etapa natural, que le ofrece nuevas posibilidades en muchos ámbitos de su vida.
Con frecuencia se utilizan como sinónimos las palabras menopausia y climaterio, aunque su significado no es el mismo. El término menopausia se refiere específicamente al momento en que cesa la menstruación, que se presenta a una edad aproximada de 50 años (dos años antes o dos después). Por su parte, el término climaterio hace referencia al periodo anterior y posterior a la presentación de la menopausia, y tiene una duración que oscila entre 5 y 15 años. La función ovárica no se interrumpe de forma brusca, sino que, por lo general, disminuye con lentitud.
La importancia de cuidar la alimentación
A partir de los 40 años las necesidades metabólicas de energía de las mujeres disminuyen un 5% por cada década. Esto se traduce directamente en la necesidad de un aporte calórico menor. Si no existen complicaciones o enfermedades asociadas durante este periodo, la alimentación deberá seguir los patrones de dieta equilibrada en función de aspectos individuales como la edad, la talla y la actividad física, entre otros.
Los vegetales, prioritarios
Los alimentos ricos en hidratos de carbono complejos (cereales y derivados como el arroz, la pasta, el pan y los cereales, legumbres y patatas) deben constituir la base de la alimentación en una cantidad modesta. Las frutas y las verduras se han de contemplar en el menú diario. Los vegetales crudos son más abundantes en vitaminas, minerales y fibra, lo que contribuye a mantener un buen estado nutritivo.
La calidad de la grasa
Cuidar la calidad de la grasa es tan importante como considerar la cantidad. Para ello, se ha de reducir la grasa de origen animal (grasa saturada) por su capacidad de aumentar los niveles de colesterol en sangre y, consecuentemente, de favorecer el desarrollo de arteriosclerosis. La grasa saturada abunda en: embutidos, bacon, manteca, mantequilla, nata, leche entera, productos lácteos elaborados con leche entera, productos de pastelería, galletería y bollería.
Como contrapartida, se potenciará el consumo semanal de pescado azul. El aceite de oliva (de preferencia); y los aceites de semillas y los frutos secos como complemento dietético, son alimentos son ricos en grasa insaturada, con cualidades para reducir los niveles de colesterol plasmático.
Respecto a los dulces también conviene ser prudente. Se recomienda reducir su consumo habitual por su riqueza en azúcares simples y calorías, y de manera más estricta si existe obesidad, diabetes o dislipemias.
El calcio, fundamental
Resulta fundamental el papel del calcio en la prevención de la osteroporosis postmenopáusica. Por esta razón, es recomendable tomar tres raciones de leche o derivados, fuente de calcio por excelencia, con objeto de conservar la masa ósea. La vitamina D, abundante en los lácteos enteros, la mantequilla, la nata y el huevo, se estima imprescindible para fijar el calcio en los huesos.
La hidratación
Cualquier persona para mantener una hidratación apropiada requiere el aporte de al menos un litro y medio de líquido, y a esta cantidad se suma el agua que proporcionan los alimentos que ingiere. Las alternativas son múltiples y van desde el agua de bebida hasta infusiones, caldos de verduras, zumos de frutas, etc.
Planificar la comida diaria
Hacer comidas irregulares y dejar pasar demasiado tiempo entre ellas produce hipoglucemia que podría ser la causa de los sofocos. Por tanto, distribuir la alimentación total diaria en 4 o 5 comidas más ligeras es una buena medida.
Tratamiento médico de la menopausia: THS o terapia hormonal sustitutiva
Para paliar las consecuencias físicas o psíquicas que conlleva la menopausia a muchas mujeres se les prescribe un tratamiento médico hormonal con estrógenos (terapia hormonal sustitutiva). La teoría más sencilla que respalda el tratamiento con estrógenos es que la administración de pequeñas dosis ayuda a compensar los altibajos que se crean a lo largo del período de transición hormonal.
Este tratamiento sólo disminuye algunos de los síntomas de la menopausia: los sofocos, la sequedad vaginal y puede detener o reducir la descalcificación de los huesos (pérdida de masa ósea), pero puede tener ciertas contraindicaciones. Por tanto, la valoración individual se torna obligatoria.
Algunas mujeres no pueden someterse a estos tratamientos. No se deben administrar en aquellas que tengan predisposición a enfermedades como el cáncer de mama, de endometrio, problemas cardiacos, de tensión arterial, hemorragias de causa desconocida, enfermedades del hígado o fumadoras.
En general, el tratamiento con estrógenos sólo debe ser utilizado cuando las molestias de la menopausia incapaciten a la mujer para llevar una vida satisfactoria y se ha de tener siempre presente que este tratamiento hay que hacerlo con prudencia y con supervisión médica profunda y continuada.
Tratamiento alternativo
Estudios epidemiológicos realizados en poblaciones asiáticas ofrecen como resultado que las dietas que incluyen de forma habitual alimentos ricos en fitoestrógenos -como es el caso de la soja y derivados (leche de soja, tofu o cuajada de soja, shoyu o salsa de soja…)-, pueden desempeñar un papel beneficioso. Por una parte, en relación con los síntomas se ha evidenciado que las mujeres orientales que se encontraban en esta etapa de la vida tenían una menor incidencia de sofocos, dolores articulares y musculares, irritabilidad, cambios de humor, aumento de peso, etc. Por otra parte, los resultados obtenidos con estos estudios parecen indicar que las poblaciones con un aporte habitual de soja en su dieta disfrutan de un menor riesgo de aparición de enfermedades cardiovasculares y fracturas como consecuencia de la osteoporosis.
Los efectos positivos se deben a la presencia en la soja de unos compuestos con actividad estrogénica, es decir, con acción similar a los estrógenos de la mujer. Esto se traduce en acciones positivas de tipo estrogénico sobre determinados órganos y tejidos como la pared vascular, el hueso, el tracto urogenital bajo (vagina) y el sistema nervioso. Esta acción estrogénica de los compuestos de la soja en el sistema nervioso sería la responsable de la significativa disminución de los sofocos.