«El estudio es incipiente, pero los resultados son prometedores». Con estas palabras, el doctor Javier Sánchez Perona resume 18 meses de trabajo y una investigación pionera en nuestro país, tanto por los objetivos y el método empleado, como por los hallazgos y «las posibilidades que se abren a partir de este punto». El estudio, realizado por un equipo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) con Sánchez Perona a la cabeza, ha logrado vincular tres compuestos bioactivos presentes en el aceite de orujo de oliva con la capacidad de reducir la inflamación neuronal. Y este rasgo, la neuroinflamación, es una de las características de la enfermedad de Alzheimer. En este reportaje abordamos este descubrimiento.
Pero ¿cómo es la relación entre estos compuestos y las neuronas? ¿Las grasas que consumimos pueden llegar al cerebro? ¿Qué han podido determinar los científicos? Antes de responder a estas preguntas, es preciso señalar que el Alzheimer es una enfermedad de causa desconocida, de tipo neurodegenerativo, que de momento no tiene cura y cuyas implicaciones sociales y afectivas son devastadoras. «A veces no somos conscientes de hasta qué punto provoca estragos», señala el investigador. Y pone un ejemplo bien concreto para ilustrarlo: Pasqual Maragall. «Fue alcalde de Barcelona cuando se celebraron los Juegos Olímpicos en 1992 -dice-. Hoy en día tiene Alzheimer. No recuerda haber sido alcalde de Barcelona, ni que allí se celebraran unas Olimpiadas. De hecho, tiene una de las antorchas olímpicas en su casa y no sabe lo que es».
La enfermedad es dura, afecta a quien la sufre y, también, a su entorno familiar. En nuestro país, la padecen 800.000 personas y, como detalla el investigador, cada año se diagnostican 40.000 nuevos casos. Y, si bien «sabemos que las personas que llevan un estilo de vida saludable tienen menor riesgo de padecerla (están protegidas hasta en un 40 %)», el Alzheimer es una de las primeras causas de discapacidad, sobre todo entre las personas mayores. Por tanto, Sánchez Perona prefiere ser prudente a la hora de explicar en qué ha consistido el estudio, qué han podido determinar y cuál podría ser su alcance.
«El Alzheimer cursa con inflamación. Es decir, durante el desarrollo de la enfermedad se produce una inflamación en el cerebro. Eso se debe a que se produce la sobreactivación de un tipo de células muy concreto que hay allí, que son las células de la glía o microglía», indica el especialista. La principal función de estas células es defender a las neuronas de posibles agresiones externas. De ahí que una de las principales estrategias terapéuticas o de prevención de la enfermedad sea intentar reducir la sobreactivacion de esas células.
¿Qué puede aportar el aceite de orujo de oliva?
El aceite de orujo de oliva es rico en una serie de compuestos, como esteroles, hidrocarburos o ácidos grasos, que se encuentran en concentraciones bajas pero que tienen una elevada actividad biológica. «Si lo comparamos con un aceite de semillas, vemos que muchas de estas sustancias no están presentes, y las que están, lo están en concentraciones mucho más reducidas», comenta Sánchez Perona. Este científico titular del Instituto de la Grasa del CSIC añade que el aceite de orujo es especialmente rico en ácido oleanólico, que no se encuentra en los aceites de girasol, de palma y otros de semillas, y apenas en trazas en el aceite de oliva.
Hasta hace poco se pensaba que las lipoproteínas o partículas transportadoras de la grasa de la dieta no podían llegar al cerebro porque tenemos una barrera que lo impide. «Sin embargo, ahora se sabe que esto no es así», corrige el investigador. En determinadas condiciones, como periodos de estrés, infecciones o estados de tipo de inflamatorio, estas partículas, que son ricas en triglicéridos, pueden alcanzar el cerebro. Es aquí donde comienza la aventura del estudio.
«Nosotros pensamos que, en el momento que alcancen el cerebro, las lipoproteínas pueden interaccionar con las células de la microglía, y creemos que eso provoca la sobreactivación que está relacionada con la inflamación que tiene lugar en el desarrollo del Alzheimer», describe antes de añadir que esto ocurrirá, fundamentalmente, si estamos siguiendo una dieta poco saludable que incluya aceites que no son sanos.
Entonces… ¿qué pasaría si consumimos grasas saludables? Justo lo contrario. «Pensamos que si incluimos en la dieta aceites saludables, como el orujo de oliva, las partículas transportarán los componentes saludables del aceite. Así, aunque atraviesen la barrera hematoencefálica y alcancen el cerebro, cuando interaccionen con las células de la microglía no se producirá ese grado de inflamacion o quedará anulado por completo».
Esta idea fue el punto de partida de su investigación, y dio lugar a la siguiente hipótesis: los componentes minoritarios bioactivos del aceite de orujo (en concreto, el ácido oleanólico, el alfa-tocoferol y el beta-sitosterol) son capaces de atenuar la activación de la microglía y, a través de esa atenuación, protegernos de la enfermedad de Alzheimer.
Resultados prometedores
Imagen: Oriva
Tras un año y medio de ensayos, la hipótesis se confirmó. La principal conclusión del estudio es que los compuestos bioactivos del aceite de orujo de oliva (ácido oleanólico, alfa-tocoferol y beta-sitosterol) pueden tener un efecto protector frente al Alzheimer atenuando la activación de la microglía. «Las distintas concentraciones usadas de estos componentes han reducido los marcadores de inflamación neuronal. En algunos casos, los compuestos han anulado e incluso revertido estos marcadores», afirma Sánchez Perona. Las reducciones de inflamación neuronal más significativas se han conseguido con lipoproteínas ricas en triglicéridos (TRL) y con lipoposacáridos (LPS).
Pero ¿en qué cantidad de alimento encontramos las concentraciones de compuestos empleadas en los experimentos? El investigador responde que no es posible trasladar las concentraciones empleadas en el estudio a las concentraciones en el aceite. «Hay que tener en cuenta que la cantidad de los compuestos que llega a los tejidos es mucho menor y que depende de muchos factores, incluyendo su biodisponibilidad. En el caso de los compuestos liposolubles del aceite de orujo, y debido al transporte en forma de lipoproteínas, se evita el paso por el hígado, que disminuye la biodisponibilidad y que sucede con los compuestos bioactivos hidrosolubles, como los polifenoles. Por otra parte, hay que tener en cuenta que los compuestos se distribuyen por todos los tejidos y tipos celulares del organismo que tengan capacidad de interactuar con las lipoproteínas, por lo que es imposible saber qué cantidad procedente del aceite termina en el cerebro», reconoce.
En otras palabras, los científicos aún no saben qué cantidad de aceite deberíamos consumir para que exista un efecto protector. «Eso lo veremos en próximos estudios -avanza Sánchez Perona-. Lo principal es que hemos constatado que el transporte de la grasa en la dieta puede contribuir a desarrollar la enfermedad. Por tanto, podemos aprovechar estas lipoproteínas a modo de caballo de Troya para suministrar al cerebro compuestos con actividad antiinflamatoria».