Uno de los daños colaterales que ha causado la pandemia de la covid-19 es el que afecta a la salud mental. Desde que el coronavirus irrumpió en nuestras vidas, se han multiplicado los casos de ansiedad, depresión, angustia, desregulación emocional e ideas suicidas. Lo mismo ha ocurrido con los trastornos de conducta alimentaria (TCA), es decir, aquellas alteraciones del comportamiento habitual en las cuales hay una manifiesta mala relación con la comida, bien por exceso o bien por defecto. A raíz del confinamiento, el número de pacientes con anorexia y bulimia —las principales enfermedades asociadas con los TCA— ha crecido de forma dramática. Y cada vez son más jóvenes. En las siguientes líneas te contamos los factores que han favorecido este crecimiento y cuáles son las señales de alarma para actuar de inmediato.
Incertidumbre, ansiedad… y más TCA
Los responsables de las unidades psiquiátricas de algunos grandes hospitales ya han dado la voz de alarma: a partir del último trimestre de 2020, se han llegado a cuadruplicar el número de ingresos hospitalarios por trastornos alimentarios. En algunos casos, los pacientes, casi todos ellos menores de edad, muestran una situación muy grave.
Los expertos coinciden en que el aislamiento social, forzado por las propias restricciones (confinamientos, cierres perimetrales, control de la movilidad) impuestas para combatir la covid-19, ha sido la puntilla para muchos de ellos. “Se han juntado varios factores de riesgo que han creado un cóctel explosivo”, señala la presidenta de la Asociación contra la Anorexia y la Bulimia (Acab), Sara Bujalance.
Por un lado, han aumentado los niveles de incertidumbre, así como los problemas sociales y laborales. A esto se suma la obsesión de estos pacientes por ingerir el menor número posible de calorías y, al mismo tiempo, quemar muchas calorías cuanto antes. “Para una persona que padece este trastorno, el hecho de estar encerrada en casa es especialmente estresante, porque debe enfrentarse a la comida con su familia al lado y, además, con un estilo de vida muy sedentario”, prosigue Bujalance. Un panorama que se ha agravado aún más porque la pandemia ha dañado los factores de protección clásicos como las redes de apoyo, las relaciones sociales, el ocio y el tiempo libre o los planes de futuro y de proyecto vital.
Todo ello ha pasado factura, sobre todo, a niños y adolescentes, el colectivo más vulnerable con diferencia. Y es que médicos y psicólogos confirman en que los pacientes que llegan a consulta son cada vez más jóvenes.
Redes sociales, influencers y TCA
Entre otros motivos, esto se explica por los estándares de la belleza y de estética perfecta que rigen en nuestra sociedad. En cuanto se decretó el confinamiento, recuerda la psicóloga de Acab, empezaron a aparecer pautas sobre cómo hacer ejercicio desde casa, recomendaciones para no engordar en el encierro, se popularizaron multitud de recetas de cocina —muchas de ellas relacionadas con una alimentación más calórica (pan, repostería de todo tipo, bizcochos, muffins…)—. Toda una presión añadida muy difícil de gestionar para alguien con TCA.
En este punto adquieren un especial protagonismo las redes sociales, cuyo uso se ha disparado desde que en marzo de 2020 se decretó el confinamiento. Esta sobrexposición al mundo virtual es muy peligrosa, porque es en las páginas web donde los chicos y chicas acceden a sus influencers, a las dietas milagro, a las fotos de cuerpos perfectos, a la información falsa relacionada con la alimentación, al intercambio de trucos, experiencias o remedios para adelgazar. El problema es serio. Según el Informe de la Agencia de Calidad de Internet, existen casi cuatro millones de publicaciones en Internet con las etiquetas #ana (anorexia) y #mia (bulimia). Dos patologías que afectan a alrededor de 400.000 españoles, de los cuales 300.000 son menores y jóvenes, de entre 10 y 25 años.
TCA y colapso sanitario por el coronavirus
Desde el verano de 2020, en Acab se han duplicado las demandas de ayuda. A partir de septiembre, los ingresos por TCA en hospitales, sobre todo en la franja de edad más baja, han aumentado de forma significativa. Y el primer trimestre 2021 muestra la misma tendencia con la que concluyó el año pasado.
El colapso del sistema sanitario debido a la atención de enfermos por covid-19 tampoco ha ayudado. Muchos pacientes con trastornos alimentarios no recibieron tratamiento hasta varios meses después de detectar la patología, y muchos otros los vieron interrumpidos o sustituidos de un día para otro por sesiones virtuales. Los hospitales, además, tienen sus propias restricciones sanitarias debido al coronavirus, y donde antes entraban 15 pacientes ahora entran 10. “Faltan recursos, expertos y protocolos, hay más listas de espera, la atención primaria es muy deficiente y se necesita mayor formación para detectar los TCA a tiempo, porque la detección precoz es fundamental para poder anticiparnos a la enfermedad”, advierte Sara Bujalance.
Los pacientes que padecen TCA son cada vez más jóvenes. En algunas unidades psiquiátricas ya tratan a niños y, sobre todo niñas, de 9 años con este trastorno. De ahí que, ante la mínima señal de sospecha, los padres deban actuar de inmediato.
“Si vemos que nuestro hijo o hija tiene de repente algún cambio en su hábito alimentario o en su actividad física con el objetivo de adelgazar, debemos empezar a sospechar”, señala la presidenta de la Asociación contra la Anorexia y la Bulimia. Ponerse a dieta no tiene nada de malo en sí mismo, pero los padres deben estar muy pendientes si eso ocurre, porque tras esa acción puede haber algo más.
Otro síntoma de que igual algo no va bien son las alteraciones en el estado de ánimo. Estos chicos y chicas suelen sentirse tristes, angustiados, irritables, se aíslan socialmente, tienen poco contacto con los amigos, se encierran en su habitación y pasan horas delante del móvil o con el ordenador. “Cuando se manifiesta un tema de salud mental, tarda tiempo en curarse. Esto es un proceso lento que requiere inversión y constancia”, insiste Sara Bujalance.
Son trastornos complejos que no se solventan con una simple charla en el psicólogo y con seguimientos semanales de enfermería. “Necesitamos especialistas que sepan muy bien a qué se enfrentan, y para eso debemos invertir en medios materiales y humanos. Si no, estamos perdidos”, remacha.