Hay personas que se cuidan en las comidas, que evitan todo lo superfluo y se preocupan por alimentarse bien para mantenerse en su peso o bajar esos kilos de más. Sin embargo, a pesar de la constancia y los esfuerzos, no consiguen los resultados que esperan; ni siquiera una parte. A partir de ahí comienzan los caminos de la desmotivación, la frustración, la vulnerabilidad ante las dietas milagro e incluso aumenta el riesgo de desarrollar desórdenes psicológicos, como depresión, ansiedad o trastornos de la conducta alimentaria. ¿Qué ocurre? ¿Por qué los esfuerzos son en vano? En el presente artículo se describen ocho factores que podemos estar pasando por alto cuando intentamos bajar de peso de un modo saludable y no lo conseguimos.
¿Por qué no consigo adelgazar?
Existen varias razones que pueden explicar, en conjunto o por separado, el fracaso al intentar bajar de peso, aun cuando se sigue una dieta saludable y se mantienen las ‘tentaciones’ a raya. A continuación se detallan ocho factores determinantes que pueden causar esa situación, aunque quienes intentan adelgazar y no lo consiguen deberían acudir al médico y contar también con la ayuda profesional de un dietista-nutricionista para identificar las causas individuales que limitan la pérdida de peso.
Cuestión de metabolismo. «Tengo el metabolismo lento y por eso no adelgazo». Los procesos metabólicos que suceden en el organismo tras la ingesta alimentaria son tan complejos que no se puede hablar solo de «un metabolismo». Uno de los centros de atención científica relacionada con la compleja génesis y control de la obesidad, son las enzimas sirtuinas, en concreto, las sirtuinas 1 (SIRT1), consideradas como sensores metabólicos clave en diversos tejidos metabólicos. Según explican en una revisión dirigida desde el laboratorio de Transducción de Señales de los Institutos Nacionales de Salud estadounidenses, la SIRT1 modula variedad de procesos celulares, desde la respuesta al estrés oxidativo celular -con la consiguiente ralentización del envejecimiento celular-, hasta el metabolismo energético en diferentes tejidos metabólicos. A nivel hepático, regula el metabolismo de la glucosa y de los lípidos, promueve la movilización de la grasa y su reconversión en energía. Controla la secreción de insulina en el páncreas (lo que favorece el metabolismo de la glucosa). Desde el hipotálamo, gestiona la disponibilidad de nutrientes e influye en el proceso de la obesidad inducida por la inflamación tisular por la actividad de los macrófagos.
- Horarios de comidas irregulares. Estas enzimas, las SIRT1, también modulan la actividad de reloj circadiano en los tejidos metabólicos, que tanto impacto tienen en la génesis o el control de la obesidad en según qué pacientes (según los polimorfismos o las variantes genéticas de cada individuo). En este sentido, Marta Garaulet, doctora en Farmacia y especializada en el conocimiento de la Nutrigenómica (acción de los nutrientes sobre los genes) y la obesidad, explicó en una entrevista a EROSKI CONSUMER que «la falta de un patrón regular en los horarios de comidas favorece la obesidad». Se puede afirmar que tenemos un reloj biológico que, en cierto grado ,marca el efecto de los alimentos. También el tejido adiposo humano tiene un reloj circadiano interno, por lo que según apunta la experta, «comer a ciertas horas podría favorecer una mayor acumulación de grasa». En consecuencia, comer a deshoras altera esta sincronización tan precisa que hay entre hormonas y enzimas, lo cual puede afectar a la oxidación y metabolismo de los nutrientes (grasas, proteínas, azúcares), y favorecer la obesidad y otros trastornos de salud.
Edad y sexo. El impacto de la obesidad en la salud parece ser diferente según el sexo. Investigaciones recientes han comprobado que las mujeres con obesidad abdominal tienen más riesgo de morir por problemas cardiacos o cáncer, con independencia de su peso. Según la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (SEEDO), la prevalencia de obesidad en la población mayor de 65 años es del 17% en varones y del 27% en mujeres. En la población adulta, los datos resultan del estudio DORICA, que estima la prevalencia de obesidad entre los 25 y 60 años en un 15,5%, con una prevalencia más elevada en las mujeres (17%) que en los varones (13%). En el colectivo infantil, el estudio de referencia es el estudio Enkid que refiere de una prevalencia del 22,45% para el sobrepeso y el 4,7% para la obesidad entre niños y niñas de 9 a 12 años. Estos datos obligan a pensar en la necesidad biológica de adaptar la alimentación según las características individuales de edad y sexo, como herramienta esencial de buena salud y prevención de enfermedades.
- ¿Sigo una dieta saludable? A veces, las costumbres en el comer no son tan sanas como uno piensa. Hay formas de comer y elecciones alimentarias que, de tan arraigadas, uno ni se plantea ponerlas en duda. Sin embargo, arrastrar durante años ciertos errores alimentarios puede explicar que con el paso de los meses se haya ganado peso, a pesar de «comer siempre lo mismo desde hace años». Detectar cuáles son las debilidades alimentarias que se cometen a diario, o de forma cotidiana, es el primer paso para la toma de conciencia y el inicio del cambio hacia unos mejores hábitos alimentarios y de vida.
- Dime con quién comes… Está estudiado que la compañía (o su ausencia) influye de un modo determinante en la elección alimentaria. Por imitación, la persona tiende a comer «más cantidad o de modo más desordenado» pese a saber las consecuencias de la elección insana, exagerada o descompensada de comida. De la misma manera, comer solo también se traduce en una peor elección alimentaria, un hábito que es muy importante tener en cuenta si lo practican niños y adolescentes, para quienes resulta determinante la configuración de buenos hábitos alimentarios.
Vida sedentaria. El sedentarismo es en sí mismo factor de riesgo de las enfermedades no transmisibles más importantes, como las cardiovasculares, la diabetes de tipo 2 y la obesidad. La ‘Estrategia Mundial sobre Régimen alimentario, actividad física y salud’, publicada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 2002, justifica que «mientras que los efectos de la alimentación y la actividad física en la salud suelen interactuar, en el caso de la obesidad, la actividad física aporta beneficios adicionales independientes de la nutrición y el régimen alimentario». Un paso importante sería reflexionar dentro de cada orden de la vida (familiar, laboral, de ocio…) qué grado de actividad física representan las distintas acciones cotidianas, y cómo y qué actividades se podrían integrar en el día a día. Para comprobar el grado de actividad física en distintos ámbitos de la vida cotidiana (el trabajo, en el desplazamiento y en el tiempo libre) la OMS ha desarrollado el Cuestionario Mundial sobre la Actividad Física.
- Engordar al dejar de hacer deporte. Hay quienes han practicado durante años deportes de intensidad y notan que, al reducir la exigencia, tienen cierta facilidad para ganar peso. Antes de buscar explicaciones en un cambio de metabolismo o un cambio hormonal, cabe reflexionar sobre los hábitos alimentarios que se siguen. Es bastante común encontrarse con personas que, ante la alta exigencia física de antaño, tienen adquiridas malas costumbres en el comer (alimentos dulces o azucarados, más grasas, demasiada proteína, malos desayunos, cenas copiosas, exceso de bebidas energéticas o deportivas azucaradas…). Al ser el gasto energético mucho menor que en los años de entrenamiento o competición, se produce un desequilibrio energético que favorece la ganancia de peso. A la mala alimentación se suele sumar el paso de alta actividad física a periodos de sedentarismo o de vida muy poco activa. El binomio mala alimentación y sedentarismo «justo lo contrario a lo deseable-, explica en sí mismo la ganancia de peso.
Intolerancias alimentarias y peso. Tener una intolerancia alimentaria no es la causa de la obesidad ni del sobrepeso, si bien este trastorno puede explicar algunos síntomas incómodos, como la sensación de hinchazón abdominal y un volumen corporal que no se corresponde a la naturaleza del paciente. La Sociedad Andaluza para el Estudio de las Intolerancias Alimentarias (SAEIA), ya advierte en su portal de no caer en esta asociación imprecisa -«intolerancias y obesidad»-, y de no usar los test de intolerancias como «técnicas indiscriminadas para estudios de obesidad» por su falta de fundamento. No obstante, desde esta entidad médico-científica han evidenciado que «suprimiendo de la dieta los alimentos que inducen una liberación específica de histamina (por intolerancia alimentaria), un alto porcentaje de enfermos reducen peso y volumen, a veces de una forma muy llamativa». Así, si la persona con obesidad reúne como perfil sintomático presencia de dolor por presión, estreñimiento o diarrea, piel seca, y signos que hagan sospechar de deshidrataciones de discos intervertebrales, puede estar afectada de histaminosis alimentaria no alérgica (síndrome HANA), como el origen de estos y otros problemas de salud. Ante esta sospecha, lo procedente, según el doctor López Elorza, presidente de la SAEIA, es «hacer un correcto diagnóstico diferencial y distinguir si en la persona afectada se dan o no otros síntomas que hagan sospechar en un síndrome de HANA». Puede suceder que la persona siga una dieta hipocalórica en la que come alimentos magros poco grasos, como pollo, pescado, ternera magra o lácteos desnatados, pero haya desarrollado «histaminosis alimentaria» a alguno de ellos, lo que explicaría parte de su molesta sintomatología y, en cierta medida, la limitación en el éxito de la dieta, por muy equilibrada que esta fuera. Una vez identificado el alimento o los alimentos problemáticos, el dietista-nutricionista pautaría una dieta de exclusión, la cual permitiría mejorar los síntomas, y reducir volumen y peso.