Sobre el nombre “bebidas energéticas” es preciso hacer una aclaración: está inventado por la misma industria que las fabrica, no está regulado en el código alimentario español, es equívoco e induce a la confusión. Por tanto, sería más preciso llamarlas “bebidas excitantes”, ya que el elemento común a todas ellas son las elevadas dosis de cafeína que poseen. Muchas de estas bebidas contienen una cantidad equivalente a tres tazas de café, lo que supone una bomba estimulante tanto en adultos como en niños, mucho más sensibles a sus efectos por su menor peso corporal. En este artículo se detalla la composición de estas bebidas, los problemas para la salud que entrañan y lo preocupante que resulta su consumo entre los menores.
La Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), en un trabajo de 2011, ya señaló que los fabricantes no podían alegar que las bebidas «energéticas» proporcionen energía o mejoren el rendimiento intelectual, como recoge el dietista-nutricionista Julio Basulto en este artículo.
Además de altas dosis de cafeína y azúcar (en algunas, el azúcar ha sido sustituido por edulcorantes sintéticos como la sucralosa o el acesulfamo), muchas llevan mezclas de sustancias como ginseng, guaraná, ginko biloba, carnitina, ácido málico, taurina, glucoronolactona, niacina, vitamina B6, vitamina B12, citrato de sodio, benzoato potásico, ácido pantoténico, ácido fosfórico, inositol, extracto de café verde, etc.
El problema, aparte de la presencia de cafeína en altas dosis, reside en que no se puede conocer la seguridad a largo plazo de todos estos cócteles de sustancias ingeridas con tanta frecuencia, como sucede de manera habitual.
Bebidas excitantes y problemas para la salud
Como el lenguaje es una herramienta poderosa, la industria alimentaria lo ha aprovechado para denominar y describir a estos productos. Desde su irrupción en el mercado, las ha llamado «bebidas energéticas», un nombre que sugiere fuerza, vitalidad y aumento del rendimiento físico y mental en quienes las toman. Por ello sería más conveniente usar la denominación «bebidas excitantes» para que la población tenga claro que no tienen -ni de lejos- un perfil que favorezca la salud corporal. Por el contrario, su consumo se ha asociado a problemas como los siguientes:
- Trastornos del ritmo cardíaco (taquicardia, arritmias, palpitaciones…) con resultado de muerte en algunos casos.
- Alteraciones nerviosas: ansiedad, insomnio, irritabilidad, psicosis, agresividad, tendencia a conductas de riesgo, baja autoestima, mala calidad del sueño… Todo esto puede redundar en un bajo rendimiento escolar y académico.
- Efectos sobre el sistema endocrino: incremento del riesgo de diabetes, sobrepeso y obesidad, por las altas dosis de azúcar que muchas de ellas contienen (lo que implica también un aumento de caries y supone costosas intervenciones en el dentista).
- Otros síntomas frecuentes: dolor de pecho, vómitos, convulsiones, hipertensión, empeoramiento de un asma preexistente…
- Interacciones con medicamentos que se estén tomando por cualquier patología aguda o crónica.
Si su consumo se asocia a la ingesta de alcohol, algo bastante habitual en adolescentes y jóvenes, el peligro de desarrollar síntomas y enfermedades como las citadas crece de manera exponencial. ¿Por qué? Porque el alcohol enmascara la sensación de fatiga. Esto induce a la persona que mezcla los dos tipos de bebidas a seguir realizando conductas de riesgo, al tiempo que disminuye la capacidad de reacción por falta de coordinación motora. Además, es posible llegar a un estado de embriaguez o intoxicación etílica mucho antes por la falta de sensación de estar con un grado de alcoholemia peligroso, por la estimulación de la cafeína.
Bebidas estimulantes de fácil acceso para los niños
Todo esto, aun siendo importante, se justifica muchas veces apelando a la libertad individual, si quien las bebe está bien informado del perjuicio que causa su consumo y es una persona adulta. El problema surge cuando las toman los niños. Y no son pocos quienes lo hacen. En 2013, las estadísticas ya decían que un 18% de niños menores de 10 años y un 68% de entre 10 y 18 años las bebe de manera habitual. Es más, resulta que este último grupo de edad es el que más consume estas bebidas, superando con creces (más del doble) al grupo de adultos, donde la cifra estaría sobre un 30%.
Aunque han pasado cuatro años, no hay ninguna posibilidad de que estos números hayan bajado debido a la pasividad de la Administración al tener que regular el acceso que tiene la infancia a este tipo de productos, además de no instar a etiquetar con un logotipo grande y claro que avise de que su ingesta está desaconsejada en menores de 18 años, en embarazadas, en madres lactantes y en personas sensibles a la cafeína.
El truco que usan muchos fabricantes es poner la palabra «niño» en la advertencia obligatoria. De esta manera cumplen la legislación, pues «niño» es todo ser humano menor de 18 años, según la Convención sobre los Derechos del Niño (2/9/1990), la Organización Mundial de la Salud y la mayoría de las normas jurídicas internacionales. Sin embargo, en el lenguaje común y en las conversaciones habituales, lo que todo el mundo entiende es que la palabra «niño» solo llega hasta los 10-12 años, con lo que se da a entender que puede ser aceptable su consumo por encima de esta edad. Precisamente, en el amplio y bien documentado estudio de la EFSA, hacen la división por edades de acuerdo a la realidad social, y no a la legalidad del concepto «niño» como menor de 18 años.
Además de este poco ético y peligroso etiquetado, se debe considerar la facilidad de acceso en cualquier comercio donde, además, se ofrecen dulces, galletas, chucherías diversas, patatas fritas o aperitivos similares de bolsa y otras bebidas azucaradas o edulcoradas; unos establecimientos donde los pequeños entran y adquieren estas bebidas estimulantes sin ningún problema legal.
Por si no fuera fácil el acceso a estas bebidas, algunas marcas regalan objetos que pueden ir coleccionándose al comprar en el futuro más envases. La publicidad de todas estas bebidas ha conseguido, mediante el patrocinio de eventos deportivos y musicales y el regalo de envases en centros educativos -entre otras inversiones multimillonarias-, que los niños y adolescentes las vean con un aura de bebidas cool o guais, deseables para consumir y capaces de proporcionar prestigio entre los compañeros. En un informe realizado en EE.UU. en 2015, casi un 50% de los anuncios de bebidas excitantes en televisión se emiten en canales de consumo infanto-juvenil.
Así, la responsabilidad hay que repartirla entre la industria alimentaria, la permisividad de una Administración que no limita su acceso a niños y adolescentes, la falta de control sobre lo que compran o consumen los hijos en algunas familias y los pocos escrúpulos de los vendedores que facilitan bebidas estimulantes a menores de 18 años. En última instancia, habría que avisar a todos los sanitarios que atienden niños y adolescentes que tengan en cuenta que, además de informar sobre el consumo de tabaco, alcohol y otras drogas, deberían proporcionar información adicional sobre el riesgo asociado al consumo de este tipo de bebidas.
Por otra parte, es muy frecuente que algunos niños, adolescentes y adultos confundan las bebidas excitantes con las bebidas isotónicas o deportivas, debido a que presentan diseños y publicidad muy similares, además de estar también asociadas al patrocinio de eventos deportivos y musicales.
Como dato de interés, en la web caffeineinformer.com se puede conocer el contenido de cafeína -y otras sustancias- de cualquier bebida, incluidos los refrescos habituales de cola.