Los cocos que encontramos en los mercados del país son los que se cultivan en los países de clima tropical y subtropical del océano Pacífico, Centroamérica, el Caribe y África tropical. Los meses de cultivo de esta fruta tropical varían de unos países a otros, lo que hace posible que podamos disfrutar del sabor del coco fresco durante todo el año.
Aunque cada vez va teniendo más demanda el coco fresco, es más común el uso de coco rallado y deshidratado, que sirve de ingrediente para numerosas recetas de repostería, tanto artesanal como industrial. A la hora de elegir un coco fresco, se debe escuchar el típico chapoteo del agua en su interior, ya que de no ser así, el coco está seco o pasado de maduro, y la pulpa suele estar rancia. Si el coco está abierto, debe ser aromático como el melón.
A pesar de que el coco es una fruta, se diferencia mucho de la composición nutritiva del resto de frutas. Su característica particular es que aporta grasa, siendo el principal componente tras el agua, la cual es rica en ácidos grasos saturados (88,6% del total), por lo que su valor calórico es el más alto de todas las frutas. Aporta una baja cantidad de hidratos de carbono y menor aún de proteínas. Así mismo, el coco es rico en sales minerales que participan en la mineralización de los huesos (magnesio, fósforo, calcio) y en potasio.
Agua de coco
Para extraer el agua del coco, hay que practicar 2 orificios en los «ojos» del coco con un clavo y un martillo o un sacacorchos. Es por ahí por donde se vacia el agua en un recipiente, y entonces ya se puede serrar el coco. Se separa la cáscara de la pulpa con la ayuda de un martillo o introduciendo el coco en un horno caliente durante unos minutos. Se elimina la piel marrón que recubre la pulpa y que resulta algo indigesta, y se lavar la pulpa con agua corriente para eliminar los restos de cáscara.