El papel de los padres en la educación alimentaria de sus hijos es clave. Su influencia es reflejo, en gran medida, de su propio comportamiento alimentario y de la valoración que hagan de la comida, la selección de los alimentos, su forma de cocinado, el tiempo y el cuidado dedicado a las ingestas importantes del día. El reciente ingreso de un niño gallego con obesidad en un centro de menores tutelado donde “se le controlará de forma adecuada su alimentación” ha activado el debate sobre las causas, las formas de tratamiento y su eficacia, así como las consecuencias físicas y psicológicas para los niños. La discusión obliga a analizar la responsabilidad de los progenitores y del entorno (abuelos y familiares cercanos, cuidadores, profesores, sanitarios) en el desarrollo de la obesidad en un niño hasta límites críticos para su salud física y mental.
La obsesión de los padres por su peso y el de sus descendientes, la sobreprotección hacia los niños al comer y el uso indiscriminado y erróneo de los premios y castigos con la comida marcan la actitud de los pequeños hacia los alimentos. Éstas y otras cuestiones de comportamiento, unidas a una tendencia genética heredada hacia la ganancia de peso, pueden suponer los cimientos de la obesidad infantil. Desde la Escuela para Prevenir la Obesidad Infantil puesta en marcha por CONSUMER EROSKI en 2006, con la colaboración del Ministerio de Sanidad y Política Social, se ahonda en las cuestiones de esta patología cuando el problema puede estar en la mala educación alimentaria de padres a hijos.
Sobreprotección: error generalizado
Algunos autores señalan que los padres se preocupan en exceso si su hijo come poco, pero no le dan la misma importancia cuando come mucho. Esta conducta mal canalizada se identifica en los padres que incitan a los pequeños a comer más con el convencimiento de que no les falte de nada; les sirven raciones de alimentos exageradas en comparación a la cantidad que necesitan para su edad, sobre todo, en el caso de las proteínas (carnes, pescados. leche y lácteos). Son los padres que sobreprotegen a sus hijos en la cuestión alimentaria, si bien ofrecer más alimentos proteicos de los necesarios es tan poco saludable como no estimular el consumo de fruta y verdura. Igual de negativo es pretender que los pequeños ingieran toda la comida del plato cuando dan muestras de estar llenos.Ofrecer más alimentos proteicos de los necesarios es tan poco saludable como no estimular el consumo de fruta y verdura
Otras veces, los padres dejan elegir a los niños el menú o les llevan con demasiada frecuencia a comer a establecimientos de comida rápida. Es un problema que este tipo de alimentos (refrescos, fritos, dulces, pizzas o hamburguesas) formen parte casi a diario de la alimentación. Desde el punto de vista nutritivo, con estas actitudes se descompensa el aporte de nutrientes y calorías y está demostrado que se influye en la génesis del exceso de peso y de la obesidad infantil.
Un análisis realizado por el psicólogo clínico Esteban Cañamares, que participó en la Escuela para prevenir la Obesidad Infantil, concluyó que los padres intentan compensar con alimentos «algunos sentimientos de culpa» por no dar a los pequeños ternura, tiempo, atención, protección o juego.
Obsesión por el peso y por la comida
En el lado contrario se sitúan los padres obsesionados porque su hijo no gane demasiado peso. Vigilan qué come y le advierten con mensajes o descalificaciones como «cuidado, vas a engordar», «esto engorda, no te conviene», «estás gordo, no comas eso». En una entrevista reciente en CONSUMER EROSKI, la catedrática de nutrición Ana Requejo aseguró que, con estas reacciones, se puede atacar la inconsciencia y seguridad del niño y, «con el paso del tiempo, puede sobrevenir una anorexia nerviosa porque ha tenido una mala relación con su alimentación».Cuando la comida se utiliza como castigo ante un comportamiento, además de no conseguir siempre el fin que se pretende, se facilitan las fobias alimentarias. Psicólogos y pediatras admiten que las personas asocian el alimento con un mal recuerdo. La sensación de continuo acoso por parte de los padres por probar y comer un determinado producto, o la atención constante y exagerada ante el acto de comer o ante la propia la comida, son algunas de las causas.
Cañamares ofrece su punto de vista clínico y explica cómo «la obsesión con la comida y el peso puede llevar a mantener a los hijos a dieta estricta desde pequeños, a ser muy rígidos en lo que a alimentación se refiere». Esta conducta responde, en general, a miedos de los progenitores respecto a la educación de sus hijos. Esto les lleva a obsesionarse con el deseo de querer garantizar la mejor atención y evitar que desarrollen problemas de conducta alimentaria como anorexia o bulimia nerviosas. Sin embargo, tal y como detalla Cañamares, muchos de estos hijos, al llegar a la adolescencia, y a modo de rebeldía o como forma de expresar su propia identidad, «adoptan formas de alimentación contrarias a las que sus obsesivos padres han pretendido inculcarles».
Los niños muy pequeños más que aprender, imitan. Por ello, es fundamental que los progenitores y su entorno (abuelos y familiares cercanos, cuidadores, profesores, sanitarios) tengan la misma sintonía en la educación de hábitos alimentarios, ya que en la realidad cotidiana resulta difícil. Los abuelos cuidadores tienen una influencia considerable en las costumbres alimenticias de sus nietos. La permisividad de quienes dan de comer de nuevo al niño tras recogerle en la guardería es una costumbre insana.
Obsequiar con chucherías o bollería industrial también es una práctica habitual de los mayores que cuidan de los niños después del colegio. Los abuelos deben hacer todo lo posible para que sus nietos se acostumbren a comer alimentos frescos y naturales, en lugar de chucherías y aperitivos.
Respecto al papel del colegio en la formación y consolidación de los hábitos alimentarios infantiles, los actores son varios y actúan en distinto ámbitos pero con el mismo fin. La asignatura de “alimentación sana” en la enseñanza obligatoria permitiría a los profesores transmitir estos conocimientos, aunque ya en algunos centros escolares se esfuerzan en trabajar este tema de manera transversal y continuada ante el hecho de que la obesidad infantil se debe, en gran medida, a la mala educación alimentaria.
El comedor escolar se debe entender también como un servicio educativo complementario, con dietas equilibradas y donde se fomentan buenos hábitos de alimentación. CONSUMER EROSKI analiza de forma periódica los menús escolares de distintos colegios de la geografía peninsular. En el último informe de noviembre de 2008 se comprobó que, aunque la calidad nutricional de los menús escolares mejora, uno de cada tres son todavía mediocres o malos.