Los condicionantes económicos, sociales y culturales no bastan para explicar el papel de la familia en el problema de la obesidad infantil. Prueba de ello es que un 12 % de los niños con rentas altas también la sufren, según el estudio Aladino. Entonces… ¿qué sucede? ¿Cómo se explican estas cifras? ¿Hasta qué punto los padres y las madres son responsables del sobrepeso de sus hijos e hijas? Lo analizamos a continuación.
“Los factores de riesgo se dan en todos los hogares. La diferencia es que, en las familias con obesidad infantil, concurren varios de estos factores simultáneamente y, además, se prologan durante más tiempo”. Es una de las conclusiones a las que ha llegado Sonia Moreno, miembro del Grupo de Investigación en Sociología de la Alimentación de la Universidad de Oviedo y autora del estudio ‘La obesidad como problema social: un análisis de las prácticas alimentarias y de actividad física en hogares con y sin obesidad infantil’.
Según su investigación, los hogares en los que hay una fuerte base en el saber popular acerca de cómo elaborar la comida, ahorrar tiempo y gestionar recursos, aunque no tengan mucho dinero, logran un resultado más saludable. “Las competencias culinarias ayudan mucho”, explica Moreno. Además, cuando alguno de los padres sufre obesidad y ha realizado a lo largo de su vida dietas frustrantes, se observa la influencia del discurso genético de los últimos años: “Se quedan con esa idea de ‘no hay nada que hacer, es mi metabolismo’, pese a que hoy se sepa que el cambio de hábitos tiene más peso que la base genética”, analiza Moreno.
Obesidad infantil: ¿hasta dónde se puede exigir a los padres?
Según el pediatra Carlos Casabona, se han identificado más de 100 factores relacionados con el fenómeno de la obesidad. “En lo que respecta a los niños, mi opinión es que la familia –y los factores ligados a ella– tiene un peso de al menos un 85 %”. Los progenitores tienen un papel fundamental para crear y desarrollar unos hábitos saludables en sus hijos desde pequeños, pero no puede dejarse esta ingente tarea solo en sus manos, sino aportarles todos los recursos y el apoyo necesario para transmitir a los niños unos hábitos saludables.
Fallos en la percepción sobre el peso de los niños
Uno de los posibles factores implicados en la obesidad infantil es la insuficiente percepción de gravedad del problema por parte de los padres cuyos hijos tienen exceso de peso y, por tanto, también por parte de los propios niños.
Este problema se observa en los resultados del estudio Aladino, que ponen de manifiesto que “muchos progenitores tienen una visión distorsionada de la realidad que cuanto a la situación ponderal que presentan sus hijos e hijas”. Así, 9 de cada 10 padres de escolares con sobrepeso piensan que los pequeños tienen un peso normal. Y casi 2 de cada 10 progenitores de niños con obesidad severa no son conscientes de que tengan un problema. Solo el 11,7 % piensa que sus niños tienen un “ligero sobrepeso”.
¿Los padres son conscientes de este problema? Es un debate que ha llegado a la comunidad científica y que inquieta a los pediatras. La doctora Teresa Cenarro, vicepresidenta de la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria (AEPap), nos explica que, aunque hay un elevado porcentaje de padres y madres que se preocupan en las revisiones sobre el estado nutricional de sus hijos, “hay otro porcentaje, nada desdeñable, de los que piensan que el sobrepeso en la infancia ni es importante ni tiene consecuencias. A menudo te dicen que ya perderá esos kilos de más cuando den el estirón”.
Con ella coincide Guillermo Rodríguez, vicepresidente del Colegio de Dietistas Nutricionistas de Madrid (CODINMA): “Muchos padres siguen con esa idea del estirón, pero no es cierto que toda la grasa se estire y desaparezca. Además, los primeros años son clave para la adquisición de buenos hábitos”.
Prevención y tratamiento de la obesidad infantil
“En consulta no hacemos percepciones subjetivas; tenemos los medios para medir y objetivar si un niño tiene exceso de peso para su talla y edad”, asegura Cenarro, quien añade que, no obstante, “resulta muy difícil obtener buenos resultados en este campo, es un poco frustrante y nos da muy pocas satisfacciones”. No se trata solo de que los padres se resistan a reconocer la situación; es, fundamentalmente, que para corregirla “deben cambiar su forma de comer. No se puede culpabilizar a nadie, entre otras razones porque lo único que consigues es que la familia no colabore. Así que, sin reñir, debes dar explicaciones para que, de manera conjunta, se puedan adoptar las medidas necesarias. Imponer, en temas de obesidad, no conduce a nada”, analiza.
El primer paso es conocer lo que realmente se come en casa. “Por eso, es muy interesante hacerles una encuesta en la que se les pide que escriban lo que comen los niños a lo largo de varios días y se estudia cómo se alimentan”, explica Cenarro. “Se analiza con la familia dónde puede estar el fallo y, después, se dan los consejos nutricionales adecuados para ese caso en concreto”, añade.
La responsabilidad de elegir
Los padres y las madres son quienes tienen la responsabilidad de proteger a los menores de los productos poco saludables. Pero, al mismo tiempo, a menudo se enfrentan al problema de la gestión del tiempo. Quienes trabajan muchas horas fuera de casa y no cuentan con los medios para tener a una persona que les ayude en las tareas del hogar, deberán realizarlas en el poco tiempo de que disponen al volver del trabajo.
Según señala el pediatra Jesús Garrido, esto favorece que en la casa “se consuman fundamentalmente alimentos precocinados de producción industrial y que haya mucha comida lista para comer. Una característica común en la comida industrial es que, para vender más que la competencia, tiene que saber mejor que la del competidor. Y eso es fácil de conseguir: basta con destacar los sabores añadiendo más sal, grasas saturadas o azúcar, junto con conservantes, colorantes y otros aditivos sin ninguna función nutricional. Su objetivo es que resulten más apetecibles”.
Son muchos los condicionantes del entorno que dificultan que los padres hagan elecciones saludables. Se les pide que asuman su responsabilidad, pero el debate se plantea también en términos de si tienen capacidad para superar esos condicionantes y decir que no. Es la reflexión que encontramos en el artículo ‘Libertad parental como barrera frente a la publicidad de productos alimentarios malsanos dirigidos al público infantil‘, escrito por el nutricionista Julio Basulto y Francisco Ojuelos, abogado experto en derecho alimentario, y publicado en la ‘Revista de Pediatría de Atención Primaria’.
En él, se concluye que “la mayor parte de los progenitores no tienen conocimientos nutricionales o sanitarios suficientes, ni tampoco una capacidad real de contrarrestar la manipulación con interés comercial, en muchas ocasiones orientada a que el menor transgreda los consejos de los adultos a su cargo”. Y añaden que situar el debate “en el plano de la libertad de rechazar la compra de los productos malsanos dirigidos a los niños por parte del progenitor es consecuencia de la voluntad de falsearlo, en un escenario de incumplimientos masivos y acreditados de las normas, porque antes de situarse en la opción de elegir, el consumidor ha debido recibir una protección eficaz frente a la publicidad desleal”.