En muchas ocasiones, las personas con obesidad son etiquetadas como responsables de su exceso de peso. También se las culpa de forma implícita, o incluso explícita, de no tener fuerza de voluntad, algo que se explica en el artículo ‘La pereza, ¿engorda?‘ y que es tan injusto como acusar a una persona con ceguera de su trastorno “por no mirar bien”. Por desgracia, el crecimiento de las cifras de obesidad no se acompaña de una aceptación de esta condición, por parte de la sociedad, como un trastorno en el que el individuo es la víctima y no el culpable. Las consecuencias psicológicas de este entorno, adversas para un adulto, lo son todavía más en el caso de niños y adolescentes, tal y como se aborda en el presente artículo.
Burlas y acoso: un daño para la autoestima y para la salud
De todas las medidas que pueden tomarse con un niño con obesidad, la primera es evitar la discriminación, el estigma y el acoso por su exceso de peso. Y es que los pequeños o adolescentes con obesidad no solo presentan un mayor riesgo de padecer, a medio o largo plazo, problemas físicos como diabetes, hipertensión o trastornos musculoesqueléticos; también se enfrentan a una mayor presión social, de imprevisibles consecuencias psicológicas. Es frecuente que estos menores sufran más episodios de burlas, intimidaciones, acoso, conductas agresivas e incluso agresiones físicas. Todo ello resulta nefasto para su autoestima e incrementa las posibilidades de tener depresión o trastornos del comportamiento alimentario. Es más, se sabe que estos actos discriminatorios frenan las posibilidades de que un niño con obesidad consiga controlar su peso a corto, medio o largo plazo.
¿De dónde proviene el estigma de la obesidad?
Por todo lo anterior, es importante entender que toda la sociedad, y no solo los profesionales sanitarios, debe comprometerse a intentar revertir esta embarazosa situación. Es lo que sugiere un interesante editorial publicado en JAMA Pediatrics en mayo de 2015, que apunta que la eficacia del abordaje del exceso de peso en la infancia pasa por una equidad que no siempre existe. En su artículo, Matthew W. Gillmany y Jason P. Block, de la Universidad de Harvard, señalan que el estigma al que se ven sometidos muchos menores con obesidad no solo proviene de niños de su edad (compañeros, amigos, familiares), sino también de profesores, padres, profesionales sanitarios y, desde luego, los medios de comunicación. En las películas o series televisivas, sean de dibujos animados o con personajes reales, los pequeños con obesidad son mostrados, en muchas ocasiones, como faltos de inteligencia o como «adictos» a la comida.
Diferencia entre sufrir un trastorno y «ser» un enfermo
La Asociación Americana de Medicina votó en junio de 2013 a favor de clasificar a la obesidad como una enfermedad. Se sumaron, poco después, otras tres sociedades: la Asociación Americana del Corazón, el Colegio Americano de Cardiología y la Sociedad de la Obesidad de Estados Unidos. Aunque es una decisión sin validez legal, ejerce una gran influencia sobre los organismos gubernamentales. Uno de los motivos que suscitó esta nueva nomenclatura fue aliviar del estigma de la culpa a las personas con obesidad, dado que la población no suele culpar a los enfermos de su dolencia.
Sin embargo, muchos expertos argumentan que no es una buena solución, pues tampoco es deseable considerar como «enfermo» a quien presenta obesidad, ya que esto puede frenar sus posibilidades laborales o incrementar la cuota de sus seguros. Gillmany y Block añaden que etiquetar a niños o adolescentes como enfermos puede generar una «sobremedicalización de una condición cuyos determinantes son fundamentalmente sociales». Es más, justifican que esta etiqueta, además de estigmatizar (es decir, lo contrario a lo buscado) puede generar otro efecto paradójico: una excesiva ingesta de alimentos por parte del menor.
La importancia del lenguaje para tratar la obesidad
Si es difícil abordar el exceso de peso en adultos, en niños lo es todavía más, dado que el éxito del tratamiento depende de diversos factores, muchos de los cuales escapan al control del pequeño. En el artículo ‘Seis claves para valorar los programas contra la obesidad infantil‘ se detallan las características que debe cumplir todo programa de control de peso en menores.
A ellas conviene agregar una más: un lenguaje respetuoso. Gillmany y Block proponen, como han hecho numerosos expertos en los últimos años, evitar términos estigmatizantes como «obeso» o «gordo» y escoger otros como «con exceso de peso» o «con un problema de peso». Porque el lenguaje, mal utilizado, puede ser muy discriminatorio.
De lo que nadie nadie duda, tal y como subrayó el doctor Miguel Ángel Royo-Bordonada en una entrevista concedida a EROSKI CONSUMER en abril del 2015, es de que «hacen falta más recursos humanos y económicos para hacer frente a uno de los grandes desafíos sanitarios del presente» (la obesidad infantil).