La familia es fundamental para extender los hábitos saludables entre los más pequeños. Sin embargo, con una sociedad cada vez más estresada y con largas jornadas laborales, a los progenitores no les queda mucho tiempo para planificar menús, hacer la compra o cocinar. Analizamos los principales obstáculos y retos con los que se encuentran los padres para combatir el sobrepeso y la obesidad de sus hijos.
La obesidad infantil es un problema de salud pública, y combatirla, un desafío que hay que afrontar desde numerosos frentes. Políticas educativas, sanitarias y sociales resultan necesarias, pero no son suficientes si no integran a la familia. Porque la familia es, probablemente, la institución más relevante a la hora de favorecer un peso saludable: los hábitos que se siguen en el hogar (elección de los alimentos y su forma de elaboración, horarios de comidas, normas para ver la televisión o jugar con las pantallas, rutinas de ocio y ejercicio…), así como el ejemplo que dan los padres y las madres son fundamentales y pueden formar parte tanto del problema como de la solución.
En este terreno, es importante delimitar los diferentes ángulos desde los que se puede abordar el análisis: una sociedad estresada en la que apenas hay tiempo para planificar menús equilibrados, comprar alimentos con criterio y cocinar; una industria alimentaria que se brinda como ayuda para compensar esta falta de tiempo y que ofrece comida rápida, sabrosa e hipercalórica; una presión publicitaria a la que es muy difícil resistirse…
“Por encima de las causas, hay que recordar que ninguno de los factores que intervienen en la obesidad están bajo el control del niño”. Son palabras de la doctora Margaret Chan, directora de la Organización Mundial de la Salud (OMS) hasta 2017. En este mismo sentido, un informe de la Asociación Internacional para el Estudio de la Obesidad (IASO) publicado en 2013 en la revista Obesity Reviews concluyó que fomentar la responsabilidad paterna resulta crucial para evitar la aparición de la obesidad infantil o para tratarla cuando ya está instaurada. “Los expertos en el área de la obesidad infantil recomiendan que la prevención y el tratamiento del sobrepeso en los años de formación preescolar y primaria se centren en los padres y las madres”, señala la investigación.
¿Qué se come en casa? Un asunto de todos
Imagen: Getty Images
🍟 El peso del entorno
Si hablamos de poner el foco en la familia, no se puede eludir el entorno en el que se encuentra: el nivel socioeconómico y cultural determina buena parte de los hábitos dietéticos y de las elecciones de compra. Igualmente, no podemos obviar el cambio social producido en las últimas décadas, en el que la incorporación de la mujer al mercado laboral ha creado nuevas dinámicas y roles en el hogar.
Con jornadas laborales maratonianas, exigencias en cuanto a disponibilidad y movilidad geográfica, largos trayectos hasta el trabajo… no queda mucho tiempo para planificar menús, hacer la compra o cocinar, y esperar que, además, la dieta sea equilibrada y saludable. “No hay tiempo, ni fuerza ni ganas”, corrobora el pediatra, escritor y divulgador Carlos Casabona. El papel del ama de casa tradicional se ha difuminado y no existe en la mayoría de los hogares una figura sobre la que pueda recaer el compromiso de procurar una alimentación familiar sana.
🍎 ¿Comer sano es caro?
La falta de tiempo se hace más evidente en las familias con menos recursos. Hace ya años que se viene estudiando la asociación entre pobreza y obesidad infantil. Así se vio claramente en Estados Unidos, en donde se conoce como “desiertos alimentarios” a las zonas más desfavorecidas. “En ellas no se suelen ofrecer alimentos frescos o de calidad. Aquí, en EE. UU., es mucho más barato comer mal que comer sano”, expone el doctor José Ordovás, director del Laboratorio de Genómica y Nutrición de la Universidad de Tufts (Boston) y coordinador del libro Obesity.
En España, la tendencia parece ser similar. Así lo vemos en los resultados del informe Aladino: el 23,2 % de los niños de familias con rentas inferiores a 18.000 euros brutos anuales sufre obesidad; este porcentaje se sitúa en el 11,9 % en aquellos casos de familias con rentas superiores a los 30.000 euros. “El kilo de verdura es más caro que una bolsa de panecillos de leche. No todo el mundo se puede gastar el dinero en fruta y en alimentos frescos”, explica la doctora Teresa Cenarro, vicepresidenta de la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria (AEPap). Así, se da la paradoja de que, en los países desarrollados, resulta más barato engordar que perder peso.
En este sentido, el doctor Casabona explica que “muchos divulgadores dicen que se puede comer bien y barato. No estoy del todo de acuerdo. Es cierto que se puede, pero comiendo de manera algo repetitiva y con calidades medias: legumbres, arroz, pasta y patatas; fruta, poca; hortalizas básicas, y de segunda o tercera categoría. Sin embargo, la bollería, embutidos y fiambres, otras carnes procesadas, zumos envasados, refrescos, patatas fritas de bolsa, ganchitos… están tirados de precio y son calorías a montón y encima potentes de sabor y adoradas por los niños”.
📚 La educación de los padres
Los resultados del estudio ‘Infancia y futuro: nuevas realidades, nuevos retos’, realizado por el Observatorio de la Infancia, sugieren que los niños cuyos padres han terminado la secundaria tienen menos probabilidad de tener obesidad, especialmente si los padres –y, en concreto, la madre– tienen estudios universitarios. Las distintas investigaciones apuntan que es el nivel cultural de la madre el que más cuenta, posiblemente porque sigue siendo ella la que gestiona las comidas en el hogar. En este sentido, un proyecto reconocido por el Ministerio de Sanidad con el premio Estrategia NAOS y coordinado por la doctora Etelvina Suárez, jefa de Pediatría del Hospital San Agustín de Avilés (Asturias), encontró que “a menor grado de instrucción de la madre –el padre, curiosamente, no influía– mayor era el porcentaje de niños con sobrepeso”.
Pero ¿es tan importante la educación nutricional? Si tenemos en cuenta el consumo de alimentos saludables por tipo de familias, los hogares con hijos pequeños son los que comen menos cantidad de fruta (47,3 kilos por persona al año), según el ‘Informe de Consumo Alimentario en España 2019’. Los jubilados, sin embargo, casi multiplican por cuatro este consumo (174,4 kilos por persona al año). Es decir, los hábitos siguen siendo muy importantes a la hora de elegir los alimentos más saludables y, por eso, las generaciones más mayores, que han crecido en una época con menos opciones de alimentos industriales, son los que mayores cantidades de frutas y verduras consumen.
✈️ Cambiar de país, un factor añadido
El estudio ‘Infancia y futuro’ también revelaba que “el porcentaje de niños de origen inmigrante que presentan problemas de obesidad es superior al de niños autóctonos (21 y 16 %, respectivamente). Si controlamos el efecto de otras características sociodemográficas, los niños de 5 a 10 años de origen extranjero presentan un riesgo casi un 80 % más alto de padecer obesidad que los hijos de padres españoles.
Estos tres factores, apunta el pediatra Carlos Casabona, a menudo se imbrican entre sí: “Nos encontramos a personas que vienen con múltiples condicionantes: a menudo no tienen una buena educación sanitaria y proceden de países en los que no hay tanta oferta alimentaria. En consulta veo más obesidad en clases con menos recursos, tanto económicos como culturales”. Todo esto se suma a que, en las familias con menos recursos, los alimentos insanos como los refrescos azucarados o las hamburguesas son vistos muchas veces como un premio, al no poder permitirse otros caprichos.
📝 El consejo profesional
¿Quién decide lo que debe comer un niño? La influencia del profesional de la salud (pediatra, enfermera pediátrica o dietista-nutricionista) disminuye a medida que el niño crece. Es decir, pedimos consejo y seguimos sus instrucciones cuando es un bebé, pero alrededor del año de vida es un momento de especial riesgo nutricional, al disminuir la influencia de la recomendación pediátrica y ganar en importancia los patrones alimentarios familiares, que se alejan en muchas ocasiones de la alimentación saludable.
🔑 Los niños comen, los padres eligen
En su primera infancia, cuando apenas ha dejado de ser un bebé, el menor no elige: come lo que se le da. Es el momento de ofrecerle una dieta con alimentos variados, frescos y sanos.
“Los niños no son los que compran ni los que cocinan”, corrobora la doctora Cenarro. “En las casas se toma lo que se ha comprado, lo que está en la despensa o en la nevera. Los adultos son los que tienen el poder de decisión; si sus hábitos son malos, cambiarlos es muy complicado”. Así es: un niño pequeño no pide el filete empanado en vez de a la plancha, ni poner nata a una crema, bechamel a una coliflor o tocino a unas legumbres. Pero, si se acostumbra desde pequeño a alimentos tan palatables, después los seguirá pidiendo.
La cuestión de los hábitos nos lleva a los progenitores espejo: somos un ejemplo (bueno o malo) para los hijos. Si no tomamos verduras ni fruta, si comemos bollos industriales y alimentos ultraprocesados, nuestros hijos se educan pensando que esa es la pauta habitual. El ejemplo que damos a nuestros hijos es fundamental. Hay que dedicar tiempo, dentro y fuera de casa. Muchas familias hacen la compra en torno al niño, y eso puede ser bueno, pero también malo, dependiendo de cómo les orientemos.