Qué es el efecto halo y cómo repercute en nuestras decisiones alimentarias

Productos light o con vitaminas, menús XXL con refresco 'zero', repostería casera "healthy" o comilonas que acaban con café con sacarina: si esto te suena conocido, también conoces el efecto halo (aunque no lo sepas)
Por Maldita.es 13 de julio de 2024
qué es el efecto halo
Imagen: Gustavo Fring
Ensalada precocinada con salsa, picatostes y bacon tres días a la semana porque las ensaladas «son saludables»; el postre, por el mismo motivo, light. Cucharón y medio de miel o de azúcar moreno en el par de cafés diarios porque ambas ‘son alternativas sanas al azúcar de mesa’. Y claro, el fin de semana, manos a la obra: dulces, galletas y similares siempre caseros porque estos, sí que sí, «son mucho más saludables que la bollería industrial».

Creyendo que lo estamos haciendo bien, acumulamos una serie de decisiones que lo que realmente consiguen es que comamos más productos insanos, sin siquiera ser conscientes de que lo estamos haciendo. Y todo ello, pensando que nuestra alimentación sí es saludable y, por lo tanto, manteniéndola a largo plazo.  En este tipo de comportamientos tiene mucho que ver el llamado efecto halo.

¿Qué es el efecto halo?

No todas nuestras decisiones son tan racionales como creemos. Hay veces que el cerebro «nos la juega» sin que seamos conscientes de ello. Uno de sus recursos son los sesgos cognitivos, atajos mentales para simplificar nuestra vida diaria y que influyen tanto en nuestras decisiones voluntarias como involuntarias. 

Percibir que algo es bueno para nuestra salud aun sin haber evidencias de que sea así (o incluso existiendo las que sostienen lo contrario) es uno de esos muchos sesgos y se conoce como efecto halo. Este puede incluso hacernos pensar que, dentro de una alimentación malsana, incluir un alimento «saludable» contrarrestará las cervecitas, galletitas, refresquitos y picoteítos que no lo son. Además, el efecto halo suele desplazar comportamientos o alimentos que sí son saludables. 

«Creo que no somos para nada conscientes de este sesgo: al hablar de él, la gente no lo conoce», señala Mariana Álvarez, dietista-nutricionista especializada en trastornos de la conducta alimentaria. Ahora bien, ¿alguna vez has decidido sumar a tu desayuno un zumo de naranja, no por gusto, sino por sus supuestas propiedades e impacto positivo en tu salud? ¿Y has pedido un refresco zero en tu menú Burger XXL por la misma razón? Entonces, aunque el término no te resulte familiar, tú también te has codeado con este sesgo. 

riesgos del efecto halo
Imagen: Eroski Consumer

El ‘cuento’ que nos venden los envases

Lo que un producto dice de sí mismo también influye en el efecto halo: si presume de ser natural, orgánico o sin gluten, por ejemplo, es posible que lo percibamos como saludable aunque sus valores nutricionales no sean tan buenos como pensamos. Es decir, por inofensivo que parezca el envase de un producto, este también puede repercutir en nuestras decisiones alimentarias. Y con ello, en nuestra salud. 

Además de las declaraciones nutricionales (como «sin grasa» o «sin azúcares»…) y de propiedades saludables (como «contribuye al buen funcionamiento del sistema inmunitario»), que están reguladas, los productos también utilizan otras «cartas de presentación»: que lleva mucho de esto, que no lleva nada de lo otro, que aporta la cantidad justa de lo de más allá, que te hará sentir «lo que sea»… Este puede ser el empujoncito necesario para conseguir que tomemos la decisión de llevarnos el producto a casa sin existir evidencias que respalden que la característica de la que presumen los haga saludables: que un producto contenga un ingrediente saludable no hace que en conjunto lo sea.  

Por ejemplo, ¿qué ocurre con los productos light? Por definición, esta etiqueta significa única y exclusivamente que un producto, probablemente ultraprocesado, contiene un 30 % menos de calorías que su versión original. Esto no quiere decir que sea más saludable ni que deje de ser (si es el caso) un ultraprocesado. Sin embargo, es lo que el consumidor puede y suele interpretar.

En general, se sabe que las afirmaciones sobre nutrientes e incluso el propio nombre del producto (barrita de proteínas) consiguen que los percibamos como más saludables. «Las declaraciones nutricionales y de salud de los alimentos pueden ayudar a los consumidores a elegir alimentos más saludables. Sin embargo, pueden tener un efecto ‘halo’, influyendo en las percepciones de los consumidores sobre los alimentos y aumentando el consumo», señala un estudio de 2018 en Nutrients

El efecto halo consigue que comamos más de aquello que se recomienda comer menos…

Pongamos que nos quedamos con la versión light del producto que sea y mantenemos la cantidad que comemos y la frecuencia con la que lo hacemos. Es decir, que si antes comíamos un donut al mes, por ejemplo, mantenemos esa unidad mensual en su versión light. En este caso hipotético, se cumpliría el objetivo que tuvimos al comprarlo: ingerir menos calorías. 

El problema es que en estos casos suele ocurrir lo contrario: en vez de menos, comemos más, al interpretar que ese ‘light’ significa o bien que es saludable, o bien que es una opción menos insana que la versión original. «En vez de un donut, me tomo dos o tres porque son light«, explica Sohaila Sadeq, dietista-nutricionista miembro del Consejo General de Colegios de Dietistas Nutricionistas (CGCODN)

«Utilizando este mismo ejemplo: si un donut ‘normal’ lo como una vez cada dos meses, pero si lo compro light lo hago una vez a la semana, el consumo termina siendo mucho mayor». De ahí que, en este contexto, pueda ser más saludable elegir donut normales en vez de su versión con menos calorías. 

… también en versión casera

Sabemos que cruasanes, bizcochos, tartas y demás bollería industrial se consideran productos ultraprocesados y que, como tal, la recomendación sobre su consumo es que sea el menor posible. Pero, ¿qué pasa con sus versiones caseras? Lo mismo. 

«En los últimos años se ha puesto muy de moda ‘tunear’ preparaciones tradicionales a partir de ingredientes ‘saludables’», recuerda Álvarez. Por lo general, añade, se trata de recetas dulces apellidadas ‘fit’ o ‘healthy’, lo que también genera este efecto halo. 

Sobre estas asumimos que por tener una cualidad que se entiende como positiva (harina integral en vez de refinada, edulcorantes o pasta de dátiles en vez de azúcar…), el producto final se convierte automáticamente en algo sano, sin mirar ni siquiera el resto de ingredientes. «Sin una buena educación alimentaria respecto al consumo de estas preparaciones, corremos el riesgo de consumir más de la cuenta», indica Álvarez. 

Cómo contrarrestar el efecto halo 

Que nuestro cerebro plantee pequeñas trampas para facilitarnos tomar decisiones ocurre, pero es algo que los consumidores podemos contrarrestar aprendiendo a interpretar los etiquetados nutricionales, llevando una alimentación y estilo de vida saludables y construyendo una buena relación con la comida, que nos permita tener un consumo puntual de productos que sabemos que son poco saludables. 

“Comprender el efecto halo en alimentación es muy importante para hacer mejores elecciones. En este contexto, podemos pedir ayuda a profesionales de la nutrición y tratar de desarrollar el pensamiento crítico respecto de todo lo que consumimos a nivel información”, propone Álvarez. 

Para ello, es imprescindible prestar atención a las etiquetas y entender que la industria resalta ciertas características de un producto para atraer al consumidor, pero que se trata más de una estrategia de marketing que de una necesidad especial de salud.

“Desconfiar de todo lo que suene demasiado bien define bastante la actitud que deberíamos tener respecto a los productos que prometen demasiado y de las versiones ‘saludables’. Desde mi punto de vista, es preferible comerse unas croquetas o unas torrijas ‘de toda la vida’, siendo conscientes, por un lado, de que no deben formar parte de nuestras elecciones cotidianas, pero también de que no hay problema si se consumen en un contexto saludable, puntual y sobre todo, disfrutando y sin culpas”, concluye Alvarez.

Además, recordar que el año tiene 365 días. “Solemos poner el foco en semanas concretas (como en vacaciones), en las que hacemos ‘peores’ elecciones alimentarias. Eso nos frustra y nos lleva a compensar con ‘burradas’, cuando el foco lo deberíamos poner en el resto del año, en la rutina, en la normalidad”, añade Sadeq.

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