En la comunidad científica hay pocos temas en los que exista tanto consenso como en el que hace referencia a desaconsejar el consumo frecuente de bebidas azucaradas, ya sea en niños como en adultos; algo que hace pensar en el conocido refrán “cuando el río suena, agua lleva”. Aunque en este caso, el río, además de agua lleva azúcar, y bastante. En España, las bebidas azucaradas se conocen como “refrescos”, una acepción poco afortunada, ya que sugiere que su capacidad de refrigerar nuestro cuerpo es superior a la de un buen vaso de agua fría, algo que no es cierto. ¿Por qué varias autoridades sanitarias proponen “evitarlas”? ¿Tan peligroso es consumirlas de forma habitual? Numerosas investigaciones justifican la recomendación, tal y como detalla el presente texto.
Refrescos: agua con azúcar, poco más
Una típica lata de cola o naranja contiene entre 8 y 9 cucharaditas de azúcar
El contenido nutricional de los «refrescos» no deja lugar a dudas: aportan azúcar, agua, y muy poca cosa más. Algunos contienen pequeñas cantidades de zumos de fruta, algo que no mejora de manera sustancial su valor nutritivo. Es por ello que la acepción inglesa «sugar swettened beverages» («bebidas azucaradas») responde mejor a la realidad que la de «refrescos». Una típica lata de cola o de naranja contiene entre 8 y 9 cucharaditas de azúcar, mientras que la botella de medio litro tiene entre 12 y 14 cucharaditas de azúcar.
Cualquier comensal que se sirviera entre 8 y 14 cucharaditas de azúcar en un café generaría un alud de comentarios, mientras que no sucede lo mismo cuando un niño ingiere una de estas bebidas. Y las ingiere, ya que según reveló el estudio enKid, realizado en una muestra representativa de niños y jóvenes españoles, nada menos que el 92,6% del colectivo consume bebidas azucaradas de manera habitual. Los adultos, en cualquier caso, no les vamos a la zaga, según los datos disponibles.
Bebidas azucaradas: ¿quién las desaconseja y por qué?
El Departamento de Salud de Nueva York lanzó en 2009 una campaña anti-refrescos azucarados llamada «Are you pouring on the pounds?» («¿Estás tomando las libras?»), como se puede comprobar aquí. En el vídeo, la lata de refresco que toma el joven actor contiene en su interior una sustancia que recuerda mucho a la grasa intra-abdominal que se extrae en las liposucciones. Mientras el chico saborea con alegría su bebida azucarada, un menjunje amarillento y semisólido se le va derramando por la comisura de los labios. El anuncio acaba con esta frase: «Beber una lata de refresco azucarado al día puede hacerte engordar 4,5 kg al cabo de un año».
Aunque parece sensacionalista, lo cierto es que el riesgo de obesidad aumenta de forma clara a causa del consumo frecuente de estas bebidas. El más reciente consenso español de obesidad, de hecho, señala que el consumo frecuente de bebidas azucaradas está asociado con índices de masa corporal mayores. Hay varias explicaciones para esto, aunque una de las más aceptadas es que las llamadas «calorías líquidas» sacian poco; es decir, es como si nuestro cuerpo no «detectase» toda la energía que contienen.
Un año después de la publicación del polémico vídeo del Departamento de Salud de Nueva York, el Consejo Asesor de las Guías Dietéticas americanas, con la asistencia de la Colaboración Cochrane, declaró que la población debería «evitar» las bebidas azucaradas. La palabra «evitar» fue, hasta esa fecha, la recomendación más rotunda emitida en un documento de esta naturaleza. Hoy, en cambio, muchas organizaciones utilizan dicho verbo. El Fondo Mundial para la Investigación del Cáncer, por ejemplo, es claro en su recomendación -«evite las bebidas azucaradas»-, como puede comprobarse aquí.
De entre los motivos para desaconsejarlas, además del riesgo de obesidad antes mencionado, destaca la clara asociación de estas bebidas con las dolencias cardiovasculares o incluso un mayor riesgo de cáncer. Según el Instituto Americano para la Investigación del Cáncer (AICR, por sus siglas en inglés), estas bebidas se asocian con 180.000 defunciones por enfermedades crónicas en adultos cada año, 6.000 de las cuales son por cáncer.
La doctora Margaret Chan, directora de la OMS, añade algo más. Tal y como ha declarado hace poco, los alimentos muy procesados (como las bebidas azucaradas) están diseñados para ser irresistibles y que comamos más de lo necesario. Debido a que la obesidad incrementa el riesgo de numerosas enfermedades crónicas, se debe consumir con mucha moderación cualquier alimento que aumente el riesgo de padecerla.
Refrescos y diabetes, ¿cuál es su relación?
En abril de 2013, un nuevo estudio avivó la polémica. La investigación, publicada en la revista ‘Diabetologia’, observó que tomar el equivalente a una lata de refresco al día puede aumentar de forma notable el riesgo de sufrir una enfermedad muy relacionada con la obesidad: la diabetes tipo 2. No es un trabajo cualquiera, ya que evaluó ocho cohortes europeas (350.000 participantes) que participan en el Estudio Prospectivo Europeo sobre Cáncer y Nutrición (EPIC). España formó parte de la investigación, junto Alemania, Dinamarca, Italia, Suecia, Francia, Italia, Países Bajos y Reino Unido.
Otros trabajos han hallado asociaciones claras entre el consumo de estas bebidas y el riesgo de diabetes, así que no sorprende que esta nueva investigación corrobore la asociación entre el aumento de la incidencia de la diabetes tipo 2 y el alto consumo de bebidas azucaradas. Una de las responsables del estudio, la doctora Dora Romaguera, realizó para ‘Diario Médico’ unas afirmaciones que no podemos pasar por alto: «Teniendo en cuenta el aumento en el consumo de bebidas azucaradas en Europa, se deben enviar a la población mensajes claros sobre el efecto contra la salud de estos refrescos».
Más recientes incluso son las opiniones emitidas por el doctor Frank Hu, del Departamento de Nutrición y Epidemiología de la Universidad de Harvard, que recoge ‘Obesity Reviews‘. Para Hu, las evidencias señalan de manera convincente que reducir el consumo de bebidas azucaradas disminuirá el riesgo de obesidad y de las enfermedades relacionadas con ella, como la diabetes tipo 2.