Casi la mitad de los niños españoles de entre tres y ocho años presenta obesidad o sobrepeso. Son las preocupantes cifras que revela el ‘Estudio Nutricional y de Hábitos Alimentarios de la Población Española’ (ENPE), promovido por la Fundación EROSKI. Un problema en el que confluyen condicionantes genéticos, el entorno obesogénico del menor, el creciente sedentarismo y, por supuesto, una inadecuada selección de los alimentos que componen su dieta. El origen de la obesidad infantil es multifactorial, pero no puede obviarse el papel de la alimentación poco saludable. ¿Es responsabilidad de los fabricantes? Representantes de la industria, nutricionistas y expertos en seguridad alimentaria analizan las causas y apuntan posibles soluciones.
Cuando el consumidor empuja el carrito en el supermercado rara vez es consciente de que buena parte de los alimentos procesados que elige proceden de una decena de grandes multinacionales. Oxfam los rebautizó como los Big Ten (los 10 grandes): enormes conglomerados que no solo concentran marcas de alimentación, también distribuyen droguería y hasta productos para animales. Estas 10 compañías son las siguientes:
- 1. Nestlé (Suiza). Es la primera empresa alimentaria mundial. Además de lácteos y derivados, también produce galletas y alimentos infantiles.
- 2. PepsiCo (EE. UU.). Conocida por sus refrescos, tiene una amplia presencia en la categoría de aperitivos con marcas como Lays, Cheetos, Doritos o Ruffles.
- 3. Unilever (EE. UU.). De origen británico-holandés, tiene un hueco en la alimentación con marcas como Frigo, Knorr, Hellmann’s o Flora.
- 4. Coca-Cola (EE. UU.). Es la reina de las bebidas azucaradas con marcas como Coca-Cola, Sprite, Fanta, Nestea, Powerade o Aquarius.
- 5. Mars (EE. UU.). Los chocolates son los protagonistas de esta empresa, que aglutina marcas como Twix, M&M’s, Mars o Bounty.
- 6. Mondelez (EE. UU.). Destaca por sus productos de picoteo, con chocolates y galletas como marcas más conocidas: Oreo, Milka, Príncipe, Suchard o Lu.
- 7. Danone (Francia). Es el líder del sector de los lácteos (con productos como Actimel, Activia o Danone), aunque también tiene presencia en el mercado de la alimentación para bebés.
- 8. Associated British Foods (Reino Unido). En alimentación, se dedica mayoritariamente a la bollería y panadería.
- 9. General Mills (EE. UU.). Su oferta es muy variada y va desde los helados Häagen-Dazs, hasta marcas como Gigante Verde, Old El Paso y Nature Valley.
- 10. Kellogg’s (EE. UU.). La reina de los desayunos infantiles, con una gran variedad de cereales azucarados, también es la dueña de la marca Pringles.
Como se ve, en el catálogo de estas empresas hay absolutamente de todo, pero sobresalen las galletas, los chocolates, los refrescos, las salsas, los aperitivos y los precocinados. Precisamente, los favoritos de los niños. En muchos casos, su presencia es tan abrumadora que la mitad del lineal del supermercado procede de una sola empresa, con marcas diferentes que compiten entre sí (Lays, Ruffles, Churrería Santa Ana o Doritos; todas ellas de la misma empresa, PepsiCo). Aparentemente se trata de una diversificación de la oferta, pero también es una política de marketing que elimina espacio para otros competidores. De esta forma, la decisión de modificar las fórmulas de los productos más conflictivos pasa de ser una respuesta al mercado a una estrategia de negocio voluntaria.
Paralelamente, crean nuevas marcas para extender su cuota a lineales menos masivos y con mensajes o etiquetas mejor valorados por el consumidor: alimentos light, ecológicos, de comercio justo, sin gluten, veganos… Es el caso de las galletas con carbohidratos de “liberación lenta” BelVita (Mondelez), los bizcochitos altos en fibra y bajos en calorías Fibre One (General Mills) o las bebidas de avena AdeS y los cafés ecológicos Honest (ambos de Coca-Cola).
España: más fiambre y lácteos
Pese a ser colosos a escala mundial, no todas las multinacionales tienen la misma penetración en España. Nuestro país presenta una peculiaridad: se consumen menos snacks, pero más fiambre y muchos lácteos, sobre todo, de producción local. Esto hace que el retrato de las 10 marcas (no empresas) con mayor peso en la cesta de la compra de los hogares españoles sea algo diferente. Según el último informe ‘Brand Footprint’ de Kantar (2020), Coca-Cola es la marca más elegida en España. Está presente en el 74,5 % de los hogares. Le siguen El Pozo, Campofrío (en ambos casos, con una presencia superior al 70 %), Central Lechera Asturiana, Gallo, Danone, Activia, Pescanova, Bimbo y Puleva.
De nuevo se trata de marcas habituales en el menú infantil: muy apetecibles para los pequeños, asequibles y con una imagen familiar. Pero, sobre todo, fáciles de consumir y sin discusiones con los niños. En tiempos de prisas o, simplemente, con pocas ganas de conflictos, los productos frescos ceden posiciones frente a los listos para abrir y tomar (yogures bebibles, fiambre loncheado y envasado al vacío o varitas de merluza como opción de pescado “rico y sin espinas”). Los padres delegan parte del menú en la industria alimentaria y esta determina qué y cómo comen los niños.
Alimentos industriales: la voz de los fabricantes
Pero ¿qué opina la industria? Hemos preguntado a las 10 empresas que controlan el mercado mundial de la alimentación sobre su responsabilidad en la obesidad infantil y si, como compañías, están implicadas en el impulso de una dieta saludable entre los más pequeños.
“Está claro que nuestra sociedad se enfrenta a retos de gran impacto social y sanitario, que van a estar directamente vinculados a la actuación de las empresas de alimentación”, cuentan desde Nestlé, una de las dos compañías que accedieron a responder. La multinacional suiza dispone de una red privada mundial de I+D dedicada a la nutrición, con 23 centros de investigación distribuidos por todo el mundo. “En uno de estos centros, el Nestlé Research Center, en Lausana (Suiza), se hacen avances científicos en el área de azúcares, sal y grasas y sus efectos en la salud, y se investiga acerca de innovaciones tecnológicas que permitirán reducir los que añadimos en nuestra cartera de productos sin comprometer la seguridad, la calidad y el sabor”, explican los responsables.
Desde Nestlé insisten en los cambios de sus productos infantiles. “Ponemos especial foco en los productos destinados a niños; por ejemplo, hemos reducido en un 40 % de azúcar en algunas variedades de cereales de desayuno como Chocapic o Fitness”, cuentan. En cuanto a la publicidad, la compañía asegura que no hace publicidad directa a menores de seis años. “No publicitamos chocolates, bebidas azucaradas, galletas ni helados dirigidos a niños de entre 6 y 12 años. Tampoco realizamos comunicaciones en escuelas de educación primaria”, concluyen.
Para Unilever, la segunda empresa en responder, “la obesidad infantil es una enfermedad multifactorial que debe abordarse desde todos los ámbitos: sanitario, educacional, familiar y comunitario, y empresarial (entre ellos, la industria alimentaria, como ya está haciendo)”. Entre las medidas que ha puesto en marcha la multinacional estadounidense, destaca el Plan Unilever para una Vida Sostenible. “En 10 años, redujimos más de 15.000 toneladas de azúcar de nuestros helados. En nuestros refrescos a base de té, disminuimos el azúcar en un 23 %”, enumeran. En cuanto a la publicidad, opinan que “el Código PAOS está funcionando bien”.
¿Qué hace mal la industria alimentaria?
Con las cifras de sobrepeso y obesidad infantil en la mano cabe plantearse cuánta responsabilidad tiene la industria alimentaria, sin perder de vista que estamos ante un problema con otros actores involucrados: los padres y las madres, el menú escolar, la hostelería y el sistema público de salud.
“En el caso de la industria alimentaria, tanto de la transformación como de la distribución, toca reformular y desarrollar productos alimenticios con composiciones adecuadas a los requerimientos poblacionales”, explica Rafael Urrialde, profesor de microbiología en la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad Complutense de Madrid y experto en Alimentación, Seguridad Alimentaria y Nutrición.
En el último medio siglo las necesidades calóricas se han reducido como consecuencia de la automoción, los ascensores o el ocio sedentario. Sin embargo, la industria sigue lanzando propuestas muy energéticas, desde bollería alta en grasas y azúcares a bolsas de aperitivos salados en los famosos tamaños familiares que distorsionan la idea de ración.
Por si fuera poco, la puesta en escena es implacable. Se busca embelesar a los pequeños y convencer a los adultos. “Debería eliminarse la comunicación dirigida a niños de productos con excesivos nutrientes críticos (grasas, sal y azúcar, fundamentalmente)”, señala Urrialde. Se apunta a los anuncios convencionales y a la poca conveniencia de regalar juguetes con este tipo de alimentos (el ya habitual regalo dirigido a los más pequeños que se encuentra en los formatos grandes de ColaCao o el propio huevo Kinder). Pero también se cuestionan los crecientes patrocinios de famosos (el chef Daviz Muñoz con Donuts o youtubers confesando que desayunan Red Bull para estar más despiertos).
Tampoco se salvan los reclamos en la parte delantera de los propios envases: el “enriquecido con vitaminas y calcio”, “mejora el rendimiento intelectual”, “recomendado por pediatras” o “patrocinador del equipo olímpico” inducen a pensar en superalimentos o en elementos habituales en la dieta de los deportistas, camuflando la realidad de productos de bajo interés nutricional y altos en calorías.
Autocontrol, regulación o sanciones, ¿qué funciona?
Imagen: Alexis León
En 2005 el Ministerio de Sanidad y Consumo ponía en marcha la Estrategia NAOS para revertir la obesidad infantil. 16 años después, industria y nutricionistas coinciden: fue una oportunidad perdida ya que no se acompañó de una campaña de educación nutricional para la población general. Cuando los padres no saben interpretar una etiqueta de nutrientes difícilmente harán elecciones acertadas en la cesta de la compra.
Aun así, la Federación de Industrias de Alimentación y Bebidas (FIAB) se alineó al plan elaborando el Código Autorregulación de la Publicidad de Alimentos (PAOS), una serie de guías para atemperar los mensajes publicitarios destinados a niños menores de 12 años. “Los acuerdos voluntarios o de autocontrol funcionan muy bien para recortar los ingredientes críticos o moderar los mensajes en la publicidad, pero solo serán efectivos si las autoridades los supervisan y cuentan con sanciones. Habría que establecer una regulación específica para los productos dirigidos a menores de 16 años, como ya hacen en Portugal”, recalca Rafael Urrialde.
Entre 2017 y 2020 el sector se comprometió a mejorar los perfiles nutricionales de muchos alimentos. En la práctica, significaba eliminar un 10 % de azúcar a los néctares de fruta, un 5 % de grasas saturadas a las galletas o un 13,8 % de sal a las patatas fritas. Para Enrico Frabetti, director de Política Alimentaria, Nutrición y Salud de FIAB, “hay alternativas tecnológicas que permitirían reducir aún más esos porcentajes, incluso eliminarlos sin poner en riesgo la seguridad alimentaria. Pero el sabor o la textura se modificarían de forma notable. Lo más probable es que el paladar del consumidor los rechazara. Los cambios deben ser graduales”.
Mensajes poco coherentes
Para los más críticos, la industria peca de hipocresía. En especial cuando recuerdan la necesidad de llevar una dieta equilibrada, comer cinco piezas de frutas y verdura al día y realizar actividad física en las propias cajas de galletas con alto contenido en azúcar o en las bolsas de snacks, por ejemplo. “Es cierto que practicar deporte no compensa una dieta desordenada, pero no se puede prohibir todo ni modificar todo en un instante. He llegado a leer que se deberían incorporar advertencias respecto al azúcar similares a las de las cajetillas de tabaco. Es un disparate que no se sostiene a nivel científico. Todo depende del gasto calórico de cada niño, de la cantidad y de la frecuencia. No demonicemos alimentos, eduquemos al ciudadano sobre nutrición”, se defiende Frabetti.
“Saber qué aporta cada alimento permitiría a los padres decidir si se puede o no consumir a diario o si, en vez de una ración entera, deben dar al niño solo la mitad. Mientras tanto, el paquete le recuerda que realizar ejercicio es mejor para la salud que pasar toda la tarde enganchado a un videojuego y que no está de más incorporar algo de ensalada en la cena”, añade. Una ecuación compleja para los padres que deberían calcular el gasto calórico real de cada uno de sus hijos según su edad y actividad física y suministrar los porcentajes adecuados de alimento en cada situación.
Más propuestas saludables en el súper
Desde la Federación Española de Industrias de Alimentación y Bebidas destacan los cambios que ha llevado a cambio la industria. “En los últimos años hemos aumentado la oferta de refrigerados y congelados fáciles de consumir con una mayor presencia de ingredientes saludables”, cuenta Enrico Frabetti. Tarrinas de palitos de zanahoria, ensaladas con pollo aliñado listas para consumir o bolsas de frutas troceadas y congeladas son algunas de esas propuestas.
“Implica un reto para los padres: tomarse un tiempo para hacer la compra, descubrir esos nuevos productos e incorporarlos a la cesta”, añade. Después queda un reto aún mayor: incorporarlos de forma habitual a la dieta de toda la familia y no solo a la de los pequeños. De nada sirve que el niño tome un picoteo de vegetales, si los padres se sientan en el sofá con un bol de ganchitos.
El estilo de vida actual
Quedan otros escollos. El primero, los menús escolares, en los que la presencia de fruta, verduras y legumbres aún sigue siendo baja y abundan los fritos y los postres lácteos azucarados. También las máquinas de vending que fascinan a los más pequeños. Aunque se han hecho intentos de incorporar alimentos frescos (desde frutas cortadas a tarrinas de humus), la propia inminencia de la caducidad y la baja demanda los convierte en productos caros en comparación con los industriales y con escasa presencia. Finalmente, es hora de que la restauración revise el concepto de menú infantil, casi siempre integrado por boloñesas, croquetas, empanados y patatas fritas. Un simple filete a la plancha con unos tomates cherry es una opción más nutritiva.
En casa también hay que incorporar cambios. Hace apenas medio siglo las familias se reunían al menos una vez al día en torno a la mesa. Y se cocinaba a diario. En la actualidad, las jornadas laborales y el enorme tiempo empleado en los desplazamientos en las grandes ciudades complica la conciliación. Y hace mella en la dieta. Padres y madres llegan a casa agotados y estresados, tienen que ponerse con la cena de los pequeños. Para acelerarlo, se recurre a soluciones inmediatas: platos precocinados, fritos ultracongelados, patatas fritas, salchichas y postres dulces. Manjares a ojos de los niños, cada vez en raciones más grandes, que han hecho que, en apenas cuatro décadas, el sobrepeso y la obesidad infantil aumenten en un 400 %.
Comer bien desde los primeros purés
Para el doctor Ángel Gil, presidente de la Fundación Iberoamericana de Nutrición, el problema nace ya en los primeros meses de vida del niño. “Desde el destete, deberían establecerse buenos patrones nutricionales. Pero vemos un consumo excesivo de cereales refinados y de proteínas en detrimento de las leguminosas o la fruta”, explica este experto. Este desequilibrio provoca carencias de algunas vitaminas, como los folatos o la vitamina D.
“Un niño gordito no es un niño sano. Tampoco todos se estilizan al dar el estirón. Unos, sí; otros, se convierten en adolescentes y adultos con problemas de peso. La obesidad es una forma de malnutrición por exceso que en muchos casos se prolonga también en la edad adulta. Ya tenemos casos de niños con síndrome metabólico o colesterol. Esto supone adelantar entre 20 y 30 años la aparición de una posible enfermedad cardiovascular”, advierte Gil.
Una buena estrategia para implementar unas mejoras en la dieta sin sacrificar tiempo a diario es planificar la compra y el menú semanal, cocinar del tirón un día y congelar de domingo a domingo. E incorporar guarniciones con verduras y hortalizas y postres con frutas. Nunca es tarde para invitar a los pequeños a probar sabores y productos nuevos. “No es cierto que los niños por sistema rechacen los vegetales. La primera vez que le damos a un bebé un puré de verduras pone cara rara. La segunda vez, ya no tanto. Y a partir de la tercera, lo acepta sin problemas. El paladar se hace a la diversidad de sabores si se le ofrecen esos alimentos. Otra cuestión es que sean más caros en el punto de venta, pero no en origen. Ahí quizás toca analizar el papel del sector de la distribución”, continúa Gil.
¿Qué se puede hacer?
No hay alimentos malos. Tampoco hay que prohibir. Así lo recalcan los nutricionistas: todo depende de las cantidades y la frecuencia. No hay que sentirse culpable por dar al niño pizza un día, ni por que coma tarta en un cumpleaños o una hamburguesa en un día especial. Pero deben ser momentos puntuales dentro de una dieta variada y rica en nutrientes de calidad. La industria y la restauración aportan tanto propuestas saludables como tentaciones golosas. Los padres tienen la última palabra sobre qué ponen en el plato de sus hijos. Lo que necesitan es conocimiento para elegir correctamente. También, ayuda para abordar la obesidad de sus hijos en edades tempranas.
“Es necesario un gran esfuerzo desde las instituciones públicas a nivel nacional. La Estrategia NAOS estaba muy bien sobre el papel, pero no se dotó de recursos. Y hace falta invertir en formación nutricional para la población general y financiar programas de investigación y abordaje de la obesidad infantil, tanto en atención primaria como en hospitales. Con equipos multidisciplinares que integren también a nutricionistas, incluso a profesionales de la actividad física para combatir el sedentarismo”, propone Ángel Gil.
En la actualidad, cuando se detecta un problema de obesidad infantil, se trata desde pediatría. “Tenemos unos pediatras excelentes, pero cuentan con poco tiempo en la consulta para tratar el problema en profundidad. Al final, se queda en unas recomendaciones aisladas cuando hacen falta medidas de conjunto”, destaca el doctor Gil. Considera la obesidad infantil como una auténtica ‘pandemia’. “Si no se previene ahora, en unos años se multiplicarán las enfermedades cardiovasculares. Y eso tiene un coste económico para el sistema sanitario y humano para toda la sociedad”, añade.
Los sistemas de semáforos, como Nutri-Score, ayudan a padres y madres a detectar los alimentos nutricionalmente más beneficiosos para sus hijos. “En cambio, los impuestos sobre los productos azucarados, si no se acompañan de más medidas, se quedan en meras medidas recaudatorias. Y lo pagan los bolsillos de los consumidores”, denuncia el doctor Gil. Aun así, lo cierto es que muchos de los alimentos más asequibles presentan perfiles nutricionales muy cuestionables. Una situación que, unida a la actual crisis económica, hace que la obesidad se cebe con especial crudeza en los hogares con menos recursos. Es uno de los puntos clave de la Agenda 2030 de las Naciones Unidas: garantizar el acceso a alimentos de calidad, nutritivos y asequibles a toda la población.