De pequeño enfermaba a menudo, y los médicos parecían no dar con la razón de sus males. Fue una sanadora natural quien convenció a este psicólogo de la Gestalt (corriente surgida a principios del siglo XX en Alemania enfocada en el tratamiento de trastornos como la ansiedad, la depresión, la baja autoestima o los miedos) de que todo podía variar, también en su organismo, a partir de un punto de vista distinto y un enfoque dietético más arraigado en los productos de la tierra. Funcionó, y López extendió la experiencia a su práctica profesional. «No voy a plantearle recetas milagrosas», advierte a cada paciente, «sino a enseñarle la forma correcta de comer, vivir activamente y procurarse una buena salud»
Los cambios dietéticos no pueden plantearse como una imposición, sino como un acuerdo entre terapeuta y paciente. Mi obligación es la de procurar lo que al paciente le conviene, pero es necesario que éste sea consciente de sus necesidades y que parta de una buena motivación. Un planteamiento dietético que no resulte estimulante está condenado al fracaso. Por cierto, ¿qué ve de malo en las acelgas?
Soy ovo-lacto-vegetariano y creo que es una mala prensa infundada. Asumimos una serie de sabores a modo de cliché sin tener en cuenta que el propio organismo es muy maleable en este sentido. Algo que nos ha gustado siempre puede dejar de gustarnos y una comida con mala prensa nos puede parecer, de pronto, sabrosísima. En tiempos yo también fui adicto a la carne, pero los sabores antes denostados de las verduras me fueron cautivando por momentos, y hoy me parecen de lo más normal.
No planteo mis actuaciones como una competencia con la medicina tradicional. Con las personas que vienen para perder peso y combatir la obesidad intento llevar a cabo una actuación pedagógica, deshaciendo hábitos perjudiciales e intentando que adquieran conciencia y responsabilidad sobre cuanto hacen y deciden. Muchos de estos malos hábitos se llevan a cabo de forma automática, sin ninguna reflexión. Basta con apuntar en un papel lo que consideramos bueno para nosotros y lo que hacemos después para verlo y para adquirir conciencia de nosotros mismos y de nuestra salud.
Posiblemente. Es obvio que el control conseguido dista mucho de ser el ideal, y que cada vez va a ser más importante prevenir los problemas mediante fórmulas educativas y tomas de conciencia por parte de los ciudadanos. Es posible que la sociedad esté demasiado acostumbrada a procurarse una pastilla para cada mal, pero evitar el síndrome metabólico es tan simple como convencer a los pacientes de que es preciso vivir de una forma distinta, más sensata y relajada, comiendo por placer pero también en consonancia con lo que la tierra ofrece y el cuerpo demanda.
Sin renunciar a lo que tiene de necesario o placentero, podemos, y debemos, administrar las calorías o la incorporación de nutrientes de una forma mucho más sensata, cabal. Ponerse a dieta o hacer régimen es vivido por muchos ciudadanos como una especie de condena. Por otro lado, en una cultura que rechaza el esfuerzo, nunca se encajarán cómodamente los mensajes de ejercicio físico. ¿Qué tal si partimos de la base de que comiendo menos y ejercitándonos más viviremos mucho mejor, más contentos? Probemos y veremos. No se trata de engañar a los pacientes con atrapa-bobos, sino de ensayar estilos de vida o de alimentación que se ajusten a su forma de vivir y que no perjudiquen su salud. Tampoco se trata de algo nuevo, los chinos llevan haciéndolo miles de años.
Hoy en día hay productos de temporada todo el año.
Cierto, pero estudios científicos avalan que las propiedades nutritivas y organolépticas son siempre mejores en las estaciones en las que cada alimento se da naturalmente. No es casualidad que los frutos más refrescantes y las ensaladas hagan su agosto con el buen tiempo, puesto que es también cuando el organismo humano más los requiere. Comer lo que se produce “cerca y ahora” es una forma de ser consecuentes con quiénes somos y con el lugar donde vivimos, a la vez que favorece a nuestra agricultura. Tenemos la suerte de vivir en un país con materia prima tanto sana como sabrosa, inspiración de la célebre dieta mediterránea.
Estoy convencido de que sí, y esto reivindica la importancia de los alimentos.
La medicina natural, según López, supone la utilización de remedios naturales para mantener una buena salud, prevenir y tratar las enfermedades. Se parte, como en la medicina hipocrática, de un principio elemental: «no dañar ni producir efectos secundarios».
El objetivo no es otro que el de restablecer la armonía y el equilibrio natural de nuestro cuerpo, debilitado y empobrecido a través de los malos hábitos adquiridos. No se aplican algoritmos terapéuticos ni se consensúan fármacos de primera o segunda elección.
De hecho, no hay protocolos universales. Cada paciente es tratado de forma distinta: «no tratamos enfermedades, sino personas enfermas». La dualidad cuerpo-mente es otra constante en la práctica de este oficio. Lo que le ocurre a nuestro cuerpo, en definitiva, tiene mucho que ver con quiénes somos y cómo vivimos.