El terreno de las alergias e intolerancias alimentarias es muy resbaladizo. Por una parte, muchas personas creen que padecen alergia cuando no es así. Por otra, crece sin cesar el número de falsos diagnósticos de estas dolencias, algo que empeora la situación. Además, cada vez hay más ofertas de centros privados que realizan este tipo de estudios, en ocasiones, con aparatos de dudosa fiabilidad. El siguiente artículo explica la diferencia entre una alergia y una intolerancia alimentaria, valora la eficacia de estas pruebas y analiza si la Seguridad Social debe contar con los “test de intolerancia alimentaria”.
Diferenciar una alergia de una intolerancia
Muchas personas creen que son alérgicas, aunque no lo son. Y algunas cifras lo dejan muy claro. Un reciente comunicado de la Asociación Española de Pediatría detalla que, si bien solo de un 2% a un 5% de los niños presenta una alergia alimentaria, la cantidad de padres convencidos de que su hijo tiene una es bastante superior. Puede ascender, de hecho, hasta el 27%, según la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA). En adultos, la EFSA también señala que el número de individuos que considera que tiene alergia (hasta un 25%) es muy superior al real (menor al 3%).
Por eso es muy importante realizar de forma correcta el diagnóstico de una alergia. El principal motivo es que exponerse al alimento o al producto al que se es alérgico puede tener consecuencias graves, que incluso pueden ser mortales (provocar una anafilaxia). Pero hay más razones, como no cometer el error de excluir de la dieta, de manera injustificada y de por vida, un alimento o un fármaco. Esto sucede muy a menudo con el gluten, como se explica en el artículo de EROSKI CONSUMER ‘Dieta sin gluten: ¿un consejo imprudente?‘. Pero también ocurre con los medicamentos. A modo de ejemplo, solo un pequeño porcentaje de personas que creen ser alérgicas a la penicilina lo son en realidad, tal y como detalló en febrero de 2011 el doctor Scott Gavura.
En todo caso, de igual forma que aumenta el número de personas que piensan que padecen una alergia, también lo hace el de las que sospechan sufrir una «intolerancia alimentaria«. Dicho término debe restringirse a reacciones adversas ante la ingesta de alimentos o sus ingredientes, en las que no está implicado el sistema inmunitario. Se encuentran ejemplos en la intolerancia a la lactosa («hipersensibilidad a la lactosa»), en la hipersensibilidad a los sulfitos (aditivos usados, en ocasiones, para conservar carne picada, crustáceos, frutas secas, etc.) o en una nueva entidad denominada «sensibilidad al gluten no celíaca«. También en este último caso es imprescindible hacer un correcto diagnóstico y un buen seguimiento dietético.
Test sanguíneo de intolerancia alimentaria o Test IgG
Hay quienes no acuden al médico para dilucidar si sufren o no una verdadera intolerancia alimentaria. En su lugar, recurren a los llamados «test de intolerancia alimentaria», «test IgG de intolerancia a los alimentos» o «test de sensibilidad alimentaria», cada vez más disponibles en el mercado. A veces reciben otros apelativos, como «Test Alcat», «Novo by Immogenics», «Test A200», «Test Fis», «Yorktest Food Intolerance» o «ImmuPro30», entre otros. Aunque no es imposible que realicen este tipo de pruebas profesionales sanitarios acreditados (en ocasiones están disponibles en la farmacia), lo normal es que las lleven a cabo terapeutas alternativos o «profesionales de la medicina naturista». Se prometen mejoras en diversas condiciones, y eso incluye el control del peso corporal.
El test tiene diferentes modalidades, pero lo más común es que la supuesta intolerancia a cientos de productos alimenticios o aditivos se «diagnostique» mediante una simple prueba de sangre. Acto seguido, aparece una (larga) lista de alimentos a los que, en teoría, se es «intolerante».
Este tipo de prácticas puede generar un gran desequilibrio, y no solo dietético, también emocional. Muchos padres tienen serios problemas para que sus hijos coman en la escuela después de que alguien enfundado en una bata blanca les haya dicho (y puesto por escrito) que el niño no puede tomar lácteos, huevos, frutos secos o plátanos.
Test de intolerancia alimentaria, ¿son válidos?
Muchos de estos test no son baratos. La prueba puede llegar a costar más de 500 euros, por lo que conviene preguntarse si de verdad un análisis de sangre puede diagnosticar nuestra intolerancia a alimentos o grupos de alimentos. El Grupo de Revisión, Estudio y Posicionamiento de la Asociación Española de Dietistas-Nutricionistas revisó esta cuestión en 2010. Su documento, titulado ‘Los tests de sensibilidad alimentaria no son una herramienta útil para el diagnóstico o el tratamiento de la obesidad u otras enfermedades‘, subrayó algunos aspectos muy serios. Entre ellos, que los llamados «test de sensibilidad alimentaria»:
- No han sido validados mediante métodos científicos rigurosos.
- No han mostrado ser fiables ni reproducibles, además de no correlacionarse con los síntomas del paciente.
- Se promueven para el diagnóstico y tratamiento de patologías en las que no se ha demostrado la participación del sistema inmunitario.
- Pueden dar lugar a resultados confusos y a la instauración de tratamientos dietéticos ineficaces y, en determinadas ocasiones, potencialmente perjudiciales.
- Pueden retrasar el diagnóstico y el tratamiento adecuado tanto en la obesidad, como en la (verdadera) intolerancia alimentaria.
- Son costosos.
- Están desaconsejados por las sociedades de alergología e inmunología clínica de referencia.
El doctor Scott Gavura también criticó, en febrero de 2012, la ausencia de validez analítica o clínica de estos test. Además, cuestionó su utilidad clínica y habló de sus posibles implicaciones éticas, legales o sociales. Citó diversas entidades internacionales con gran reputación científica que coinciden en que estas pruebas «no se deben realizar».
Varias asociaciones de consumidores también las desaconsejan desde hace años. En julio de 2012, la Sociedad Canadiense de Alergia e Inmunología Clínica (CSACI) sumó argumentos en contra de su uso. Su postura es bien clara: «El CSACI desaconseja encarecidamente la práctica de la prueba de IgG específica de alimentos para identificar o predecir las reacciones adversas a los alimentos».
Test de intolerancia: no en el Sistema Nacional de Salud
No tiene sentido que estos test se integren en la Seguridad Social, dada la clara ausencia de pruebas científicas que avalen su eficacia. A pesar de que existen investigaciones rigurosas que demuestran la inutilidad de estas técnicas, se siguen promoviendo con total impunidad.
Como se ha indicado al principio, hoy por hoy, la superficie de las alergias e intolerancias es muy resbaladiza. Para pisar «tierra firme» nada mejor que acudir a un médico acreditado y, en caso de duda, pedir una segunda opinión médica. Ninguna prueba debe sustituir la consulta con un profesional sanitario acreditado y capacitado. Y, si de verdad hay que eliminar alimentos o grupos de alimentos, tras un correcto diagnóstico por parte de un alergólogo o inmunólogo, conviene consultar a un dietista-nutricionista: las restricciones dietéticas inadecuadas pueden tener serias implicaciones en la salud, sobre todo en los niños.