Los adultos que de niños desesperaron a sus padres a la hora de comer tienen muchas probabilidades de tener hijos muy poco dispuestos a probar nuevos tipos de alimentos, según concluye un nuevo estudio británico. No se trata de justicia poética, sino de que la neofobia alimentaria (miedo a los alimentos desconocidos) es una característica que se hereda en muchos casos. La aversión a los nuevos alimentos, que probablemente en el pasado cumplía una función protectora para no correr el riesgo de envenenamiento, se ha convertido hoy en día en perniciosa y perjudicial porque empobrece la dieta de los más pequeños.
Imagen: Kristin La neofobia alimentaria es una característica altamente heredable, afirman la psicóloga Lucy Cooke y su equipo, del Colegio Universitario de Londres, en un estudio publicado recientemente en la revista ‘American Journal of Clinical Nutrition’. Los niños neofóbicos se muestran reticentes a probar nuevos alimentos, lo que perjudica su dieta, en especial porque la aversión se manifiesta precisamente contra los alimentos más sanos (verduras y comidas ricas en proteínas), mientras que los niños muestran preferencia por la pasta, el chocolate y las ‘chucherías’.
Importante factor hereditario
Cooke, investigadora del departamento de epidemiología y salud pública del mismo colegio, estudió a 5.390 pares de gemelos idénticos (monocigóticos) y gemelos no idénticos (dicigóticos) de 8 a 11 años de edad. Los resultados mostraron que la neofobia alimentaria es hereditaria en el 78% de los casos, mientras que en los casos restantes es debida a factores ambientales todavía por determinar.
Los padres de las criaturas tuvieron que contestar un cuestionario sobre las costumbres alimentarias de los niños. En dicho informe se incluían cuatro preguntas sobre si a sus hijos les gustaba probar nuevas comidas o si, por el contrario, se mostraban desconfiados ante alimentos desconocidos. Una vez obtenidos los resultados, los investigadores compararon los datos de las parejas de gemelos idénticos (que llevan la misma información genética) y los de los dicigóticos (que comparten parte de la información genética). Los gemelos idénticos mostraban una mayor similitud en su grado de rechazo a las nuevas comidas, lo que señala que esta característica es hereditaria.
Los investigadores atribuyeron a factores ambientales aquellos casos de neofobia alimentaria no hereditarios. Cooke no investigó qué tipo de factores alimentarios podrían estar implicados en los distintos grados de neofobia de los niños, aunque sospecha que la manera que tienen los padres de dialogar con sus hijos tiene mucho que ver en cómo éstos reaccionan ante cambios en su dieta. «Se trata principalmente de cómo negocian los padres con sus niños cuando les están pidiendo que prueben nuevas comidas», manifiesta Cooke, quien se muestra partidaria de que los padres se muestren firmes con sus ellos a la hora de comer, aunque sin llegar al castigo.
Una actitud adecuada de los padres ante la comida es esencial, ya que los hijos tienden a imitar a sus progenitores
También es necesario que los progenitores prediquen con el ejemplo. «La actitud de los padres es extremadamente importante porque los niños tienden a imitar a sus progenitores y, si ven que estos no comen verduras, ellos tampoco querrán hacerlo», explica Cooke.
Una reacción primitiva
Los niños empiezan a mostrar neofobia alimentaria a partir de los dos años de edad y, en los casos más graves, ésta se puede extender hasta la edad adulta. Pero todos los humanos muestran cierto grado de rechazo inicial a las comidas desconocidas, característica compartida con otras especies de animales omnívoros como ratas, chimpancés y monos capuchinos.
Cooke cree que la neofobia alimentaria en el pasado tuvo una función protectora. «En el tiempo de las cavernas, a los niños se les daba el pecho hasta los dos años, y luego empezaban poco a poco a ampliar su dieta», explica la psicóloga. «En esa situación, los críos tenían que ser cuidadosos con lo que comían, ya que si se ponían alimentos desconocidos en la boca corrían el riego de envenenarse».
Pero en los tiempos modernos, la neofobia ha perdido su función inicial y resulta perniciosa, ya que empobrece la dieta de los niños. «La epidemia de obesidad infantil que observamos hoy en día es debida a que los niños comen dietas muy pobres, y la neofobia alimentaria dificulta la introducción de alimentos más sanos en sus comidas», explica Cooke.
Imagen: Marlon Paul BruinA propósito del trabajo, la psicóloga y su equipo trabajarán próximamente en la elaboración una guía de consejos para padres con niños que comen mal. La psicóloga Lucy Cooke recomienda cambios paulatinos para poder introducir con éxito alimentos sanos en las comidas infantiles. «Es mejor presentar los alimentos nuevos de uno en uno, en pequeñas cantidades y de manera repetida», dice Cooke. Si los ruegos de los padres para que el niño pruebe la nueva comida fallan, se tiene que insistir. A veces, incluso, hace falta ofrecerle al niño la misma pieza de comida hasta 15 veces antes de que la acepte. Cooke y su equipo han comprobado que los niños acaban mostrando más tolerancia a las nuevas comidas tras dos semanas de exposición continua y paciente. Pero ceder y darle a la criatura algo que le guste, como macarrones, es un error fatal.
Otro truco es intentar que los niños prueben los nuevos alimentos fuera de horas de comida, como si se tratara de una cata. «Se trata de familiarizarlos con los nuevos sabores sin la competencia de otros alimentos», explica Cooke.
La psicóloga da ánimos a los padres de niños ‘malcomedores’ basándose en su propia experiencia. Y es que sus dos hijos adolescentes, que según ella ahora comen de todo, «fueron terribles durante las comidas cuando eran pequeños».