El té, después del agua, es la segunda bebida más consumida del planeta. Este arbusto de hoja perenne, de nombre científico Camellia, tiene dos variedades principales: la sinensis y la assamica. De la primera, se origina el té verde, mientras que la assamica, de cultivo mayoritario, es la principal productora de té negro. Pero estas no son las únicas diferencias: el distinto proceso de elaboración al que se someten les confiere unas peculiaridades de sabor y composición únicas. A pesar de los múltiples beneficios para la salud que se le atribuyen, pocos están respaldados por la evidencia científica. A continuación, se explica cuáles son las principales diferencias entre los distintos tipos de té, qué efectos no son atribuibles a esta bebida y por qué es una importante fuente de hidratación.
El té: las principales diferencias
El té se prepara a partir de las hojas y brotes tiernos de la planta. Una vez recolectados, el proceso que experimentan es distinto en función del tipo de té que se desea obtener. Estas son las principales diferencias que determinan una u otra variedad:
- Té verde: si se quiere conseguir este tipo, justo después de la cosecha se secan las hojas, se enrollan y se aplica calor, con el fin de evitar el proceso de oxidación.
- Té blanco: si se obvian los últimos pasos de la elaboración del té verde, se obtiene el té más sencillo que existe, el té blanco, al que solo se aplica el secado inicial.
- Té negro: el té fermentado en su totalidad a partir de las hojas de Camellia assamica es el té negro. Por lo tanto, si además del secado y macerado de las hojas se deja un tiempo para que sus componentes reaccionen entre sí, se da el proceso de oxidación, conocido como «fermentación» (aunque no participan en él ni bacterias ni levaduras).
- Té oolong: esta variedad constituye un punto intermedio ya que experimenta, como el té negro, un proceso de oxidación, pero en este caso es corto. Esto hace que tanto su sabor como el resto de características sensoriales también se encuentren entre el té verde y el té negro.
- Té rojo: conocida también con el nombre de pu-erh, esta variedad se caracteriza por un proceso de fermentación muy largo, que dura varios años. Este té es quizá de los más peculiares, tanto por su forma de presentación (en bolas o ladrillos compactos), como por su sabor terroso y su color rojizo.
Efectos no atribuibles al té
El té es sabroso y calma la sed. Pero, por ahora, poco más se puede decir sobre él. Sus potenciales y múltiples efectos beneficiosos están en continuo estudio y algunos trabajos apuntan resultados prometedores en diversos ámbitos. Uno de los más ambiciosos y controvertidos es el relacionado con el peso corporal, aunque por el momento no se puede afirmar que el consumo de té contribuya a la pérdida de peso o al control del peso corporal.
Así lo señala la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), que también certifica que no hay suficiente evidencia como para relacionar el consumo de té con una mayor atención o rendimiento intelectual ni con beneficios sobre la tensión arterial, la glucosa sanguínea o el colesterol plasmático, entre muchos otros. En 2011, otro posicionamiento de la EFSA afirmaba que el consumo de L-teanina a través del té no había demostrado mejorar la función cognitiva, ni aliviar el estrés psicológico, ni contribuir al mantenimiento del sueño, así como tampoco reducir las molestias menstruales.
El té como fuente de hidratación
El té, junto con el café, es la segunda bebida más consumida en el mundo, después del agua. Su sabor, sus características organolépticas y su tradición y vinculaciones sociales lo convierten en una fuente de hidratación que se debe tener en cuenta. De hecho, algunas guías sobre bebidas saludables, como las de la Universidad de Harvard (EE.UU.), la sitúan como segunda opción después del agua, siempre que se sirva sin azúcar. Su composición, que es en un 99,5% agua, lo justifica.
La temperatura del agua, el tiempo de infusión y la costumbre de exprimir o no la bolsita inciden en una mayor o menor presencia de los compuestos activos del té
Del 0,5% restante destacan los flavonoides, la L-teanina y la cafeína, a pesar de que la composición es variable en función del tipo de té, la zona geográfica de cultivo, el procesado y manipulación de las hojas y la preparación final de la infusión. En este último caso, variables como la temperatura del agua, el tiempo de infusión, el hecho de exprimir o no la bolsita, etc. marcan la mayor o menor presencia de compuestos activos. A pesar de que estos compuestos han mostrado potenciales efectos positivos en estudios experimentales, el saber actual obliga a ser cautos en cuanto a la asociación de determinados beneficios sobre la salud y el consumo de té.
El té es una bebida con una trayectoria histórica de muchos miles de años. Los primeros indicios de consumo de esta bebida datan de la dinastía china Han, alrededor de 200 años antes de nuestra era. De China pasó al vecino Japón, que instauró la popular ceremonia del té, aunque no fue hasta el siglo XVI cuando empezó a circular entre los ciudadanos europeos.
A pesar de su origen chino, en la actualidad se cultiva también en países como India, Indonesia, Sri Lanka, Pakistán, Turquía, Kenia, Irán y Argentina, entre otros. Su exportación engloba a todo el mundo, aunque las variedades más suaves de aroma y sabor, como el té negro y oolong, son más habituales en Europa y Norteamérica, mientras que los países asiáticos están más acostumbrados al sabor intenso y auténtico del té verde.