La delgadez, la punta del iceberg
Acercarse a los trastornos de la conducta alimentaria es adentrarse en un mundo extraordinariamente complejo. Aunque a menudo los hemos vinculado a un contexto sociocultural marcado por determinados estándares de belleza, “en su aparición y mantenimiento intervienen muchísimos otros factores”, explica la psiquiatra Marina Díaz Marsá, responsable de la Unidad de TCA del Hospital Clínico San Carlos (Madrid).
“Lo primero que hay que entender es que estos trastornos son una forma de manejar un malestar profundo que viene de otro sitio. La sociedad, efectivamente, te devuelve la idea de que el que es delgado es feliz, pero la persona con TCA, como tiene un malestar que viene de otro lugar, entiende que quizás lo pueda aliviar con la delgadez. La delgadez solo es la punta del iceberg de causas profundas que suceden por debajo y eso es lo que hay que tratar”, analiza Díaz.
Causas de los trastornos de la conducta alimentaria
El tipo de “causas profundas” que subyacen en el paciente viene marcado por una serie de factores y conocerlos ayudará a definir cómo se va a abordar el tratamiento del paciente.
➡️ Desregulación de las emociones
Un elemento clave que se presenta en las personas con un trastorno de la conducta alimentaria es la alteración en la regulación de las emociones. Es decir, tienen dificultad para reconocer emociones y controlarlas en situaciones de estrés. “Estos pacientes están inmersos en un mundo poco acogedor, en el que lo agradable es menos agradable y lo desagradable se potencia. La conducta alimentaria anómala iría encaminada a regular estos estados emocionales adversos”, aclara Marina Díaz.
Ese descontrol emocional está relacionado con disfunciones en nuestro sistema nervioso, que pueden ser genéticas o fruto de situaciones estresantes. Por ejemplo, puede tener su origen en una alteración del eje hipotálamo-hipófisis-suprarrenal, que es el eje de nuestro organismo que se ocupa de nuestra respuesta al estrés.
También se puede deber a alteraciones de algunas áreas del cerebro. Por ejemplo, en el llamado “núcleo putamen”, la parte central del cerebro que se encarga del control de la conducta y la regulación de las emociones. “Pueden ser alteraciones tanto en la forma —el volumen de este núcleo es más pequeño en pacientes con síntomas de bulimia— como en la función, ya que en las pacientes más impulsivas hay una disfunción en las áreas prefrontales del cerebro que se ocupan del control de las emociones”, explica Marina Díaz.
➡️ Alteraciones en el sistema inmune
Últimamente también se ha comenzado a investigar la alteración, en personas con trastornos de la conducta alimentaria, de distintos parámetros inflamatorios y del estrés oxidativo. “Podríamos pensar que esta disfunción inflamatoria podría deberse a alteraciones en la nutrición durante la enfermedad. Pero hemos hecho estudios en pacientes recién diagnosticados y ya desde el inicio se observa en ellos una disfunción del sistema inflamatorio”, comenta Díaz Marsá.
Pero ese mal funcionamiento es diferente entre las distintas patologías. “Hemos visto que los parámetros inflamatorios que aumentan en la anorexia nerviosa restrictiva son diferentes de los que se incrementan en pacientes con atracones y conductas de purga (bulimia). La neurobiología siempre tiende a separar a las pacientes con conductas restrictivas de las de atracones y conductas de purga, porque tienen diferentes alteraciones en la función y en la forma”, resume.
➡️ Personalidad y temperamento: un componente genético
“Las personas con un trastorno de la conducta alimentaria tienen mayores niveles de ansiedad y miedos, evitan situaciones estresantes y suelen mostrar baja capacidad para hacer planes a largo plazo”, explica la experta.
Además, “las personas con anorexia tienen un temperamento con una elevada persistencia, es decir, insisten en conductas aun a pesar de las consecuencias negativas, mientras que quienes presentan conductas bulímicas suelen tener una elevada impulsividad”, asegura la psiquiatra Marina Díaz.
Las investigaciones sugieren que modulando los rasgos de personalidad se mejora también los síntomas de estos trastornos. Y es clave, aquí, entender que el temperamento es algo heredado y que, por lo tanto, hay bases genéticas para estos trastornos.
“Sobre esa base de vulnerabilidad genética y heredable se tienen que dar factores que faciliten la aparición del trastorno. Pero, asimismo, en relación con el temperamento se está estudiando el papel de la serotonina, un neurotransmisor del sistema nervioso central relacionado con el apetito y el placer. Se ha visto que las pacientes con mayor impulsividad tienen déficit de serotonina”, destaca Díaz. En este sentido, se ha aprobado el uso de los fármacos conocidos como inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) tanto para la anorexia –como forma de prevención en pacientes en remisión–, como para la bulimia, en este caso como tratamiento específico y a dosis más elevadas que las que se usan en la depresión.
➡️ Oxitocina y empatía
Las personas con trastornos de la conducta alimentaria también tienen alteraciones en la forma de interactuar con su entorno, en la capacidad de entender al otro y al mundo. “Por ejemplo, los pacientes que tienen conductas de purga y atracones sufren una hipersensibilidad al rechazo. Ven rechazo donde no lo hay, lo experimentan erróneamente y el mundo se les hace más adverso”, repasa Díaz.
Estas disfunciones en la cognición social se han venido relacionando con los niveles de oxitocina, una hormona que determina la capacidad empática, de apego, de entender a los demás. “En muchas pacientes con estas conductas, la administración de oxitocina mejora la cognición social y reduce el número de calorías ingeridas en 24 horas. Todavía los resultados no son determinantes, pero pudiera haber por ahí una línea de estudio y de tratamiento en un futuro. De momento, la oxitocina aún no tiene indicación para su uso en TCA”, expone.
Las nuevas investigaciones
Hoy en día siguen realizándose investigaciones más allá de la neurobiología, trabajos que se centran en factores hormonales o ponen el foco en la saciedad o la ingesta. Así, en los últimos cinco años ha comenzado a estudiarse la activación y desactivación de unas neuronas, conocidas como AgRP, que gobiernan el impulso de comer y las señales de hambre y saciedad. Aunque los estudios se han hecho en ratones y todavía no han dado el salto a investigaciones en humanos, se piensa que la manipulación de estas neuronas podría llegar a servir para restablecer patrones alimentarios normales.
En este sentido, Díaz Marsá corrobora que hay muchas líneas de investigación. “El problema que nos encontramos es que, a veces, es difícil diferenciar un trastorno de la conducta alimentaria de otros relacionados con la saciedad y la ingesta, con tener más o menos hambre”, señala.
✔️ Un cambio en la psicoterapia
A medida que se va avanzando en las bases neurobiológicas de los trastornos de la conducta alimentaria se comprende mejor su complejidad y, también, que hay muchos factores sobre los que intervenir. Se trata de ofrecer terapias dirigidas a la regulación emocional, a la cognición social, a la rehabilitación neurocognitiva, a reparar el vínculo, el apego…
“Todos los hallazgos, al final, están haciendo cambiar la forma de psicoterapia. Te das cuenta de que el tratamiento cognitivo-conductual (combinación de terapia psicológica, educación sobre alimentación, supervisión médica y, en algunas ocasiones, la administración de fármacos) se queda muy corto y no es eficaz, sobre todo en las pacientes adultas”, comenta la responsable de la Unidad de TCA del Hospital Clínico San Carlos.
Estas bases, asimismo, están permitiendo el desarrollo de líneas de tratamiento farmacológico. “El diagnóstico nos puede ayudar a identificar si necesitamos un fármaco u otro. En definitiva, una ayuda para que la psicoterapia sea más eficaz”, añade Díaz.
✔️ Investigaciones en genómica
En fases más incipientes están las investigaciones en genómica. Ya que se están desarrollando estudios para identificar los genes que participan en el desarrollo de los trastornos de la conducta alimentaria. Es decir, ir aún más lejos, averiguar si estas disfunciones neurobiológicas están propiciadas por uno o más genes. La investigación se desarrolla en tres fases: descubrir genes asociados a estos trastornos; usar modelos animales en los que se muten o silencien estos genes; y, a partir de ahí, buscar fármacos que puedan modificar las conductas alimentarias.
Finalmente, la doctora Díaz Marsá nos habla de la paciencia y de la esperanza. “Es un proceso costoso, los pacientes deben estar como mínimo cinco años en tratamiento, pero se puede salir, se puede llevar una vida absolutamente normal”, finaliza.