Parece como si la boca estuviera ardiendo. Las llagas bucales, lo que los especialistas denominan aftas, generan un profundo ardor, tan intenso que quema y acaba por convertir pequeñas erosiones en heridas abiertas. A veces aparecen aisladas -una, dos, como mucho tres-, pero en otras ocasiones llegan a ser más de treinta; y, según dicen, resultan dolorosas hasta el extremo.
No se trata de una enfermedad extraña. Diferentes estudios coinciden en que, al menos, un 5% de la población las sufre en algún momento de su vida. La mayoría de los afectados las padece en un grado leve, de tratamiento y control más o menos fácil; pero para otros, los menos, suponen un auténtico infierno.
En uno y otro caso, las aftas bucales constituyen todavía un misterio. Es una enfermedad muy extendida, de la que se conocen sus síntomas, su evolución e incluso una larga serie de factores que están implicados en su aparición. Pero el origen exacto de la dolencia sigue siendo desconocido.
Para desentrañar este misterio, la Facultad de Medicina de la Universidad del País Vasco (UPV) ha puesto en marcha una amplia investigación, en la que participa también el grupo de Fisiología de la Facultad de Ciencias, en busca de posibles nuevos tratamientos para la enfermedad. Los responsables del trabajo esperan examinar en los próximos meses a decenas de afectados de distintas comunidades, con el fin de hacer una radiografía del estado de la enfermedad.
Componente hereditario
El especialista José Manuel Aguirre, catedrático del Departamento de Estomatología de la Universidad del País Vasco, asegura que existe un «claro» componente hereditario que contribuye a que se desaten las aftas, pero también hay otras causas. La larga lista de motivos incluye desde alergias y cambios en el sistema inmunitario hasta alteraciones hormonales y carencias de vitaminas y minerales. Los estudios de los últimos años apuntan a que el estrés, la ansiedad y la vivencia de episodios traumáticos también pueden acelerar su desarrollo.
Las aftas se reconocen por ser pequeñas y de forma redondeada. Las formas más leves de la dolencia son las más frecuentes y, por regla general, no requieren tratamiento. Como vienen, se van. «Prácticamente todo el mundo ha padecido alguna vez a lo largo de su vida los efectos de una úlcera en la boca», explica el especialista.
En ocasiones, un golpe con el cepillo de dientes puede originar una lesión de este tipo. Las más frecuentes curan por sí solas en un plazo de 7 a 10 días. El problema se complica cuando crecen en número y tamaño. En ocasiones, esas llagas pueden ser además la manifestación de otras enfermedades mucho más graves, como la inflamación del intestino conocida como mal de Crohn, por lo que los especialistas recomiendan consultar siempre al médico ante la aparición de cualquier brote.
No hay cura
La enfermedad, de momento, no tiene cura. Los tratamientos, con analgésicos, antisépticos contra los gérmenes infecciosos e incluso con fármacos que actúan sobre el sistema inmunitario, intentan aliviar el dolor y procurar que las crisis se distancien en el tiempo lo más posible. «Aquí no hay antibiótico que valga, porque no hay bicho que matar: estamos ante una respuesta anómala del organismo», detalla Aguirre.
Como curiosidad, este experto señala que determinados componentes del tabaco, como el alquitrán, hacen que la piel de la cavidad bucal se haga más resistente e impide así la aparición de las aftas. «Obviamente, a nadie vamos a recomendar que fume. Los perjuicios del tabaco son siempre mucho mayores», aclara el especialista.